Takun J hace arder Monrovia

Liberia

Todas las perras se llaman Luna. Y muchos perros llevan el nombre de Rocky. De estas noches en las que te apetece algo diferente. La hartura con h. Ya sabes lo que va a pasar si vas al Sajj, conoces las noches del Lila Brown. Entonces te dices, “hoy quiero ver lo que pasa en Monrovia. Se sabe que Takun J, el cantante más popular del país, tiene un intento de bar en alguna esquina de la ciudad. Se rumorea que cada viernes, el ídolo liberiano se pone a cantar y hacer saltar a toda la parroquia que se da cita en su bareto, el Bar 146.

Avanzo con mi Toyota Prado blanco por las calles de Monrovia. “El bar de Takun J?”, pregunto en medio de una noche oscura… “un poco más arriba”, me dice un niño después de pensarlo. Sigo y vuelvo a preguntar, “el bar de Takun J”, “¿qué?”, “el bar de Takun J”, “Ah, ahí en frente”, me dice otro.

Bajo del vehículo y me dirijo a un pasillo oscuro donde una bombilla rosada pretende iluminar una terraza carcomida. “¿El bar de Takun J?”, vuelvo a preguntar una vez más. Un tipo con gorra me hace un gesto con la cabeza y me conduce por el pasillo oscuro que huele a  orines, defecaciones y otras mezclas interesantes. Esto es un túnel. No veo nada y avanzo precavido, con la torpeza del blanco desubicado.

Sigo, sigo y aparece de pronto una lucecita, un bar, que si no fuera por una parte que permanece al aire libre, parecería un bunker con todos los boletos para ser aniquilado a las primeras de cambio. Hay una mayoría aplastante de liberianos en el Bar 146. Bien. Observo. A la derecha una barra pintada de rojo, al fondo un voluntarioso escenario y justo a mi lado, las mesas, las sillas, todas llenas de liberianos con sus gorras para atrás, sus cadenas doradas, sus manos girando como si fueran hélices, helicópteros. Música, el ritmo.

Camino un poco y me encuentro con un Takun J que rezuma presencia y halo de artista. Rodeado de incondicionales, el cantante liberiano está en otra cosa, no compite, sencillamente es carismático. Takun J fuma porros y sus ojos miran con una expresión de haber recibido una noticia sorpresa. Nada grave, pero de esas noticias que te dejan tieso unos siete segundos.

La sonrisa de Takun J también se compone de unos ingredientes bondadosos incrustados en alguien que ha salido de la nada para convertirse en un ídolo de masas. “Siento que puedo hacer feliz a la gente de Liberia, y eso es lo máximo”, me dice después de haberle preguntado qué siente cuando sube a un escenario y ve a miles de personas aclamándolo. Es Takun J, man.

Aquí también se halla su amiga y ayudante, Reila, una mujer que al principio te invoca una sensación de telón que oculta algo y al final no puedes dejar de mirarla. Reila se sube al escenario y anuncia que en breve comenzará a desfilar la artistada local para presentar sus últimos trabajos. La gente grita, aplaude. Entonces Takun J que se ha puesto a pinchar, mete un ritmo de esos que invoca al cuerpo a no pararse jamás. Ves a Reila moviéndose, una goma lenta pero firme, ella sabe que se le da bien la magia. Y la usa.

Levanto la cabeza y detecto una mirada un tanto despreciativa (tranquilo, energía positiva, me repito, la vida) Se trata de otro blanco que va en pantalones cortos, un tanto despeinado, todo muy cool. ¿Cuántas veces he visto este comportamiento blanco de High School en Liberia?

Tranquilos, tranquilos. Lo miro, me mira con asco. “Eres otro blanco que no me haces sentir exótico, ¿sabes?”. Pensará. Cosas así. Le acompaña una chavalita, también super guay, con una cámara de fotos casi más grande que ella. Sólo hablan con los liberianos. Para vivir la experiencia y todo eso.

Reila se sigue moviendo en el escenario. Una pasada. La fotógrafa y el cool, se unen ahora a un grupo de rapers que mueven la cabeza como martillos pilones, como fanáticos religiosos, cortando el aire con sus dedos, sigue el ritmazo, y más tarde, la fotógrafa y el guay se van a dormir a sus camas calentitas, diciéndose que han vivido África y otras aventuras épicas.

Tenemos show.

Desfilan por el tembloroso escenario promesas locales ataviadas de gafas de sol, gorras para atrás, anillos, la gente se pone a cantar los estribillos, moviendo las cabezas, Takun J levanta las manos pidiendo más pasión, el Bar 146 se cae. Todo esto mola mogollón. Mola un huevo, tío. Reila sigue subiendo la temperatura y a lo bobo, se ha dejado caer por la barra una chica liberiana con un pañuelo en la cabeza incapaz de cubrirle un pelo largo que le acaricia los hombros. Luce dos enormes zarcillos, ojos de escarabajo y se mueve como si llevase una radio cocida en el cerebro.

Yo ya debo llevar muchas cervezas, me estoy moviendo mucho también y luego nos ponemos a hablar, hablar, reír, más risas, y sin darme cuenta, sin darnos cuenta, nos quedamos hablando toda la noche, bromeando, se nos caen las cervezas, los cigarros, me pasa otro porro cargadísimo, y sólo volvemos a fijarnos en el escenario cuando Takun J toma el mando y comienza a cantar sus clásicos irresistibles como “They lie to us”. Reila agita las palmas, la afición enloquece, la chica del pañuelo y yo saltamos como posesos. El Bar 146 estalla. Los blancos hace tiempo que se han ido para colgar sus fotos en Facebook. Aquí sólo queda ya la verdad. Traednos a los miuras.

En medio del colocón y la música, observo un edificio en frente con las paredes carcomidas por la humedad. El edificio me muestra un cuarto iluminado que hace brillar aún más a un Bar 146 que se va calmando. Noto el chocolate o lo que sea eso en mi cabeza, veo los ojos de escarabajo muy cerca y siento esa euforia de los viernes. Esa euforia que te dice, “amigo, ya nadie nos va a parar”.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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