Rosa Sala: “En España hay una tendencia excesiva a admirar a Alemania”

entrevista-rosa-sala. Fotógrafa: Daniela_Dentel

¿Cómo podía mejorar las prestaciones de mi blog? Después de navegar un buen rato por Internet, descubrí una iniciativa denominada Seebook que ofrecía marcadores de libros conectados a Internet, algo de lo más moderno. Les escribí esperando por supuesto una respuesta comercial, una invitación a usar mi tarjeta de crédito en cualquier momento. Sin embargo, a los pocos días una mujer llamada  Rosa me respondía de manera franca preguntándome si lo había pensado bien, si de verdad quería conectar mi blog con un marcador, ya que había otras posibilidades más acordes a este formato. Me pedía además que le contase más sobre mis proyectos literarios. Aquella respuesta sincera me dejó sorprendido. Sí, resultó que esta mujer parecía verdaderamente interesada en el caso de uno. Fue así como empezamos a intercambiarnos correos en los que les expliqué mis avatares literarios, a lo que ella me respondía con más honestidad. Para rematar, al final me dijo que no, que no comprase el marcador para mi blog, puesto que era definitivamente un producto más pensado para los libros. Bravo, bravo. Picado  por la curiosidad, indagué en Internet sobre la figura de Rosa Sala y acabé más sorprendido aún cuando descubrí a una reconocida ensayista, traductora y experta germanófila, vocación que además le venía de sangre. Me lancé y le escribí, “Rosa pasaré por Barcelona, tenemos que cenar”. A los pocos días la conocí en el restaurante Cu-Cut de la calle Enric Granados. Rosa era una mujer alta, elegante, rezumando un claro trasfondo del norte. Hablamos de todo, incluido por supuesto, de su particular origen.

Tu madre es alemana y tu padre era catalán.  

Así es. Nacida en Barcelona con identidad genuinamente local, pero con genética del Norte. En los restaurantes ya todo el mundo me ofrece la carta en inglés. En algunos he tenido que sacar el carnet de identidad para convencerlos de que no les tomaba el pelo y que realmente era “de aquí”.

Tu infancia transcurre en Barcelona.

Sí, una infancia bastante solitaria. En un colegio de monjas que todavía acusaba claramente la herencia franquista. Viví algunos episodios a los que hoy calificaríamos de “acoso escolar”, pero que entonces, como no tenía nombre, sencillamente no existía.

Decidida a descubrir qué había detrás de una lengua que te resultaba tan natural como extraña, estudias filología alemana en la Universidad de Barcelona.

En realidad lo que supuso un antes y un después fue el instituto. Fui a parar a uno recién inaugurado y con profesorado inexperto, aunque entusiasta y todavía nada quemado. Allí aprendí a amar el conocimiento por sí mismo, que no es poca cosa.  En realidad yo quise estudiar psicología, una carrera a la que parecen predestinados muchos niños solitarios interesados en entenderse. Pero mi tutor de lo que entonces era COU determinó que esa carrera “no era para mí” y me dijo literalmente que, o estudiaba alguna cosa con pies y cabeza, o no entregaría el documento necesario para mi entrada en la universidad. No es que quedara mucho más contento cuando me decidí por la opción b, que era filología alemana, pero le pareció mejor. (Aunque aquello fue un chantaje en toda regla, hoy en día le estoy muy agradecida).

No es que lo alemán me fascinara especialmente de entrada. Que mi opción b fuera filología alemana tenía que ver con la extraña desazón que me producía dominar  fluidamente una lengua, pero tenerla vacía de todo referente. En el cole post-franquista me contaban la terrible historia de Guzmán “el Bueno”,  dispuesto a dejar asesinar a su propio hijo antes que rendir la plaza de Tarifa (curiosamente esta historia contaba con el pleno beneplácito de las monjitas), pero no me hablaban de Goethe, ni de Schiller ni, por si acaso, del nazismo. Es muy raro hablar una lengua desde pequeña sin tener ni idea sobre el país y la cultura que la produjo. Lo de filología alemana iba a ser una etapa intermedia que –esperaba—arreglaría esa anomalía, pero después pensaba hacer estudios “de verdad”. No fue así. Me acabé doctorando y acabé fascinándome poco a poco,  como todos los amores llamados a perdurar.

Como si pretendieras balancear el sumo interés por lo germánico con tu otro yo mediterráneo, te conviertes también en doctora en Filología románica por la misma universidad. Llegas incluso a hacer una tesis sobre la tradición del mito infanticida de Medea. ¿A dónde te llevó esta senda?

Ay, mi tesis. Cuánta energía obsesiva, cuántas horas, cuánta pasión puse en ella… No sé si he vuelto a hacer nada con tanta determinación suicida. Hay que tener en cuenta que yo llevo en la vida laboral desde los 16 años y que todos mis estudios, gran parte del bachillerato incluido, los hacía en horario nocturno y compaginándolos con mis sucesivos trabajos. Para obtener una beca de doctorado, el gran sueño de mi vida, necesitaba una nota de corte de 8. Y resulta que me quedé en un 7,8 (no había ningún parámetro en los papeles del Ministerio que concediera puntos por haber compaginado la carrera con un trabajo de 8 horas diarias como secretaria). O sea, que hice la tesis sin beca, matando con ella vacaciones, fines de semana, horas nocturnas y varias amistades, hartas de oírme hablar todo el día de Medea y de su infanticidio.

Retrospectivamente no soy capaz de comprender a qué venía esa obcecación. Tenía que ver con querer demostrar algo a alguien, pero ¿a quién? ¿A mi familia? ¿A mí misma? Lo cierto es que el doctorado, que concluí felizmente unos cuatro o cinco tortuosos años después, nunca me ha servido para nada, al menos en la vida real.

En la vida emocional, sí. Me proporcionó la sensación de legitimidad que necesitaba para ejercer como investigadora independiente sin plaza universitaria. Me vacunó contra posibles síndromes del impostor. Me demostró que era capaz de escribir un libro (una tesis, al fin y al cabo, es un libro). Aprendí muchísimo con ella y, lo que es más importante, aprendí a aprender. A buscar y encontrar. A no conformarme con los planteamientos comúnmente aceptados. A mirar más allá. A dudar constructivamente. Probablemente todo mi recorrido posterior no habría sido posible sin esa tesis.

La tesis, por cierto, se titulaba “Civilización y barbarie en la tradición del mito de Medea, de Eurípides a Christa Wolf”. Era de literatura comparada, que en aquel momento no existía como disciplina en la UB. Nunca hice gran cosa por publicarla: me pareció obsoleta días después de defenderla. Probablemente lo mejor era mi atrevida hipótesis sobre el sentido del infanticidio y del episodio de Egeo en la tragedia de Eurípides, que no se había planteado antes en la larga historia del helenismo y de la que aún hoy estoy orgullosa. (Si a alguien le interesa, ese pasaje está publicado aquí: https://antiqua.gipuzkoakultura.net/pdf/sala.pdf) El interés por la mitología y, sobre todo, por las teorías del mito me fue llevando poco a poco hacia el estudio del nazismo.

A pesar de tu inmersión en lo románico, no tardas en dilucidar que tu pasión es el universo alemán. Es así como empiezas a convertirte en ensayista y traductora de obras germanófilas y poco después de tu periplo universitario, publicas Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, una primera obra muy elogiada por la crítica y traducida a varios idiomas.

Yo quizá no hablaría de “pasión”. Esa palabra siempre me desconcierta un poco. Dejémosla en “genuino interés”. El universo alemán es tremendamente interesante, y más contemplado desde nuestra perspectiva católica y mediterránea. El Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo surgió indirectamente de mi tesis sobre Medea. Estudiando la tradición del mito griego en la modernidad descubrí que la mitología no es sólo cosa de mundos antiguos o primitivos, sino que sigue teniendo una importante función, casi siempre peligrosa, en los nacionalismos modernos. El caso del nazismo era paradigmático. Había varias corrientes, en aquel momento no muy destacadas, que hablaban del nazismo como “religión política” o “religión secular”, un concepto que me fascinaba y en el que quise profundizar. Pero nadie se había dedicado todavía a desmenuzar los mitos y símbolos que daban forma a esa religión, así que me puse yo a hacerlo pensando que sería una especie de documento interno o estudio preliminar para otros enfoques más ambiciosos. Pero la idea interesó a una estupenda editorial como es El Acantilado, así que…

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Te adentras en los oscuros y magnéticos mundos del nazismo del que afirmas que se le execra sin conocerlo del todo y se olvida estudiarlo que es la manera de combatirlo e incluso de prevenirnos frente a las afinidades que presenta nuestra sociedad con él. 

En el fondo es algo muy sencillo: hay que conocer al enemigo. No basta con interpretar el nazismo como una consecuencia de la crisis económica que provocó en Alemania el Tratado de Versalles, como muchos quisieran. Fenómenos de esta terrible magnitud no brotan como una seta, solo porque se den unas cuantas condiciones externas y coyunturales, por graves que sean: necesitan una mentalidad abonada en la que anidar. Y determinados aspectos del peculiar nacionalismo alemán y de su mitología contribuyeron a proporcionar el terreno mental que un fenómeno así necesitaba. Nosotros, como individuos y como sociedad, no podemos hacer gran cosa contra lo coyuntural. En cambio, sí que podemos vigilar terapéuticamente nuestra mentalidad.

A mí no me convence mucho la manida frase de que hay que conocer la historia para evitar que se repita. Por dos motivos. Uno es de cajón: la historia, por su misma definición, no se repite nunca (por eso es historia, y no un ciclo biológico); el otro es porque se salta un paso intermedio. Pienso que debemos conocer la historia a fin de podernos plantear a nosotros mismos una única pregunta: ¿qué habría hecho yo si hubiera estado allí en ese instante? (¿Qué habría hecho yo si una familia de judíos me pidiera un trozo de pan a sabiendas de que eso podría traer represalias por parte de la Gestapo? ¿Qué habría hecho yo si estuviera en paro y un tipo carismático con bigotito y aspirante a canciller me hubiera prometido trabajo? etc.) Esas preguntas raramente tienen respuesta y quizá no lleven a ninguna parte, pero pienso que es por ellas por donde comienza el papel preventivo del conocimiento de la historia. En cualquier caso, de nuestros mitos y símbolos, estrechamente emparentados con los prejuicios, dependerá en gran medida la respuesta que demos a esas preguntas. Así que merece la pena empezar deconstruyendo y analizando el universo simbólico-mitológico del enemigo, es decir, de aquello que no queremos llegar a ser.

Tu siguiente obra es El misterioso caso alemán. Un intento de comprender Alemania a través de sus letras, una obra que te permitió comprender la trayectoria cultural y mental de Alemania. En este libro también parece que refutas la teórica incompatibilidad entre cultura y barbarie, o lo que es lo mismo, se da a entender que un país culto también puede enloquecer en cualquier momento.

En efecto, el caso alemán es el fin de un bonito sueño que ya acariciaron los antiguos griegos y que alcanzó nueva fuerza con algunas corrientes de la Ilustración y el llamado neohumanismo alemán: que las artes y su conocimiento nos mejoran como individuos. Que la ética y la estética van de la mano. Que quien sabe amar lo bello sabrá amar también lo moral.

Es curioso que la misma Alemania que con Goethe y Schiller, entre otros, tanto contribuyó a reforzar ese ideal en el siglo XVIII fuera también la nación que más radicalmente contribuyó a destruirlo: ése es precisamente el misterio que da título a mi ensayo. La historia del Holocausto conoce a cientos de exquisitos hombres de cultura, amantes de las artes y de las letras, que tocaban a Schubert por la mañana y torturaban sofisticadamente a judíos en los campos por las tardes (en El misterioso caso alemán pongo algún ejemplo concreto). Desde entonces ya nadie mínimamente informado puede creer ya en el poder éticamente benéfico de la cultura. Una persona culta puede ser tan atroz como generosa y bondadosa pueda serlo una persona analfabeta. En el fondo es de sentido común, lo raro es que nos haya costado tanto aceptarlo. Supongo que dejar de creer en ello pone en una situación difícil a las humanidades en nuestra sociedad.

De alguna manera El misterioso caso alemán indaga en una de las grandes preguntas éticas de la humanidad. ¿Qué hacer ante la barbarie? La mayoría de los nazis como Eichmann justificaban los asesinatos en masa de judíos aduciendo al clásico “cumplía órdenes”, lo cual hoy en día se considera inaceptable. Pero ¿qué hacer en su posición? ¿jugar a héroe y negarse a cumplir las órdenes de Hitler siendo ejecutado por ello además de no salvar ni a un judío? ¿O me suicido y quedo en paz conmigo o que mueran los otros y empiezo a dormir mal? ¿He ahí la cuestión?

Como decía más arriba, plantearse a nivel personal ese tipo de incómodas preguntas es, en mi opinión, lo que da sentido al estudio de la historia.  Por otro lado, hay un libro muy inquietante respecto a las cuestiones que planteas: Aquellos hombres grises: el batallón 101 y la solución final en Polonia de Christopher Browning. En este libro Browning estudia pormenorizadamente el caso de un batallón compuesto por hombres corrientes sin disciplina militar. Dispararon sin vacilar cuando recibieron la orden de matar a cientos de civiles judíos que no cabían en un tren de evacuación. Y eso a pesar de que el comandante de la unidad, consciente de la barbaridad que les estaba solicitando, les dio explícitamente la opción de negarse a cumplir la orden. Los pocos que se negaron no sufrieron represalia alguna. ¿Por qué todos aquellos hombres corrientes se lanzaron a disparar?

A menudo uno acaba aceptando la anulación de la voluntad individual como una consecuencia lógica e irremediable del totalitarismo. Pero llegados a este punto, nos encontramos de pronto con casos como el del grupo de resistencia antinazi de La Rosa Blanca, donde la joven estudiante de medicina Sophie Scholl (“aria” y sin tradición política en su familia) decidió jugarse el pellejo difundiendo panfletos antifascistas. Cuando la última secretaria de Hitler, Traudl Junge, conoció su caso, escribió: “Cuando constaté que [Sophie Scholl] había sido ejecutada en 1943, que es cuando empezó de verdad mi vida con Hitler, sufrí una profunda conmoción. Después de todo, Sophie Scholl también había sido una jovencita de las Juventudes Hitlerianas, un año más joven que yo, y había sabido reconocer perfectamente que se las estaba viendo con un régimen criminal. De repente, me había sido arrebatada mi disculpa.”

Ya lo ves: hay que plantearse preguntas incómodas hasta el final. Torturarse con ellas si fuera necesario. Aun a sabiendas de que ninguno de nosotros sabrá darse una respuesta, o incluso precisamente por eso. En el momento en que creas tener una respuesta 100 % segura sobre ti mismo, estarás perdido.

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Por otro lado hay autores como el ruso Limónov que sin ser nazis, valoran que estos no engañasen a nadie, algo que contrasta con la dictadura hipócrita de lo políticamente correcto en la que actualmente vivimos que tiende a tapar las fobias bajo un falso velo demócrata.

La corrección política de nuestros tiempos es una consecuencia natural, aunque indirecta, del profundo trauma que Auschwitz ha dejado en la sociedad occidental. Un fenómeno así nunca podría haberse dado antes de 1945. Quizá eso ya sea un motivo para apreciarlo con cierta simpatía. Lo malo, como siempre, son los excesos, vinculados muy a menudo al buenismo de quienes sí creen poder responder en positivo a las preguntas incómodas del apartado anterior.

El nazismo, entre otras cosas, ha puesto de manifiesto que el lenguaje es potencialmente peligroso.  Viktor Klemperer lo ha estudiado estupendamente en su Lengua Tertii Imperii. Que referirse machaconamente a los judíos como plaga pudo haber contribuido a su deshumanización, paso previo al exterminio, pocos pueden dudarlo. Que a partir de esta constatación hayamos aprendido a examinar críticamente nuestro lenguaje y a evitar en nuestra habla cotidiana palabras como “sudaca” o “minusválido” no me parece negativo. Lo que es de todo punto absurdo es llevarlo hasta el extremo, sobre todo si la corrección en la nomenclatura no lleva aparejada una corrección en el concepto.

Haciendo un rápido análisis histórico, uno podría llegar a la conclusión de que haga lo que se haga, al final “contribuye” al progreso. En este sentido, ¿se puede afirmar que sin Hitler sería difícil que hoy en día existiera la ONU?

Pues sí. Del mismo modo en que pienso que sin Hitler (o, mejor dicho, sin Auschwitz y sin Hiroshima, que tampoco habrían existido sin Hitler) posiblemente no exista la Unión Europea, aun con todos sus defectos. La historia del siglo XX nos ha asustado de verdad. Ya nadie se va a una guerra con vítores y flores en el fusil, como en el estallido de la Primera Guerra Mundial. Ese temor traumático ha tenido consecuencias buenas. Hemos establecido mecanismos de alarma en múltiples direcciones. Obviamente, que un fenómeno como el nazismo haya tenido algunas consecuencias positivas, aunque sea por oposición, no sirve en absoluto para redimirlo.

Por El misterioso caso alemán te conceden el Premio Qwerty y además recibes una mención especial del Premio Ciudad de Barcelona.

Sí. Fue simpático. No estoy nada acostumbrada a los premios, ni a los caminos fáciles, así que hacen gracia. Pero su función no pasa de ahí. Ninguno de ellos tuvo una dotación económica, que me habría venido muy bien para continuar en la brecha.

Que los premios me llegaran precisamente por El misterioso caso alemán tuvo algo de justicia poética. Ese ensayo fue la reelaboración de la memoria de oposiciones que presenté para optar a una plaza universitaria de titular de Literatura Alemana. No era la candidata de la casa, así que me tumbaron, basándose –era lo único que tenían—en la memoria presentada. Que esa misma memoria haya recibido un año después dos prestigiosos premios de ensayo contribuyó a hacer una victoria de una derrota.

Tu siguiente obra, es Lili Marleen. Canción de amor y muerte donde desgranas los entresijos de esta mítica canción que cantaban tanto los hitlerianos como los aliados.

Hasta entonces mis investigaciones eran bastante teóricas y procedían casi siempre de material publicado, aunque a veces tuviera que buscarlo en remotas bibliotecas (internet justo empezaba a colear y aún no servía gran cosa en términos de investigación y localización de fuentes).

Pero con Lili Marleen. Canción de amor y muerte descubrí las mieles de lo inédito, de bucear en materiales que nadie ha visto antes que tú, de la fantasía maravillosa del super-hallazgo. Imagino que la emoción es muy parecida a la de los arqueólogos, o a la de aquellos buscadores de oro del Klondike: cribas kilos y kilos de arena (= legajos) antes de dar con una pepita. Pero cuando la encuentras ¡qué maravilloso placer! En el caso de Lili Marleen tuve la suerte de localizar al sobrino-nieto de Sigmund Freud y a su encantadora esposa. Los dos me acogieron en su humilde y remota casita de Dinamarca para abrirme las puertas de su desván, lleno de cajas de cartas de su tía Lily Freud-Marlé, que por un tiempo pasó por ser la inspiradora judía de la canción. Nadie había abierto esas cajas desde 1947. Nunca olvidaré las noches de Fjellerupp, en las que mi anfitrión me hablaba del fundador del psicoanálisis refiriéndose a él como “tío Siggi”, en cuyo regazo estuvo sentado.

En cuanto a la pegadiza canción de Lili Marleen, el texto nació en la Primera Guerra Mundial; la música, en la Segunda; el símbolo, en la posguerra; la película (Fassbinder), en los ochenta. Tomarla como Leitmotiv me ha permitido explicar, desde un punto de vista original y diferente, la historia completa del siglo XX. Lo pasé muy bien. Fue un ensayo liviano que necesitaba escribir después del tour de force de El misterioso caso alemán.

‘Enganchada’ ya a los papeles históricos, sacas a relucir la historia de veintitrés fugitivos que huyendo del nazismo por los Pirineos quedaron atrapados en cárceles y campos de concentración españoles. Lo cuentas en La penúltima frontera. Fugitivos del nazismo en España.

La investigación surgió un poco por casualidad. Supe a través de mi amigo Mario Sabán de la existencia de los llamados “Expedientes de frontera” en el Arxiu Històric de Girona, por entonces un material en su mayoría inexplorado. Y Girona queda a una hora en tren de Barcelona,  así que mi virus archivístico me capturó sin remedio. Algunos de mis hallazgos más conmovedores los hice allí. Por ejemplo, pasó por mis manos un trocito de papel escrito en francés y a lápiz, con letra de niño, por un adolescente polaco mudo que solicitaba al director del hospicio gerundense en el que lo habían internado tras cruzar ilegalmente la frontera, solicitando su liberación a fin de poder suicidarse tranquilamente sin causar ninguna inconveniencia a sus captores. Se había quedado sin familia y no tenía adonde ir. Sus padres habían muerto en un bombardeo en Varsovia. Intenté seguirle la pista, sin éxito. Se llamaba Karol Radewicz. Es muy fuerte tener el original de ese escrito en las manos y ver la presión que hizo su mano infantil para escribir ese mensaje aterrador.

Todos conocemos la historia de Walter Benjamin. Muchos lo consideran un caso único. Sin embargo, hubo muchos “benjamins” anónimos que vivieron experiencias muy similares y cayeron en el olvido. Jenny Kehr, por ejemplo: una mujer de la burguesía judía que atravesó la frontera, fue capturada por la Guardia Civil, pasó por todo un periplo de cárceles españolas y finalmente se suicidó en 1942 colgándose de su cinturón en la cárcel de mujeres de Les Corts (justo donde ahora se encuentra El Corte Inglés de Diagonal) porque sabía que, en virtud de una orden claramente antisemita del Gobernador Civil de Lleida, iba a ser entregada al día siguiente a los nazis en la frontera de Port Bou. Jenny es Walter Benjamin en su versión anónima y femenina. Curiosamente fue el mismo Benjamin quien dijo “Es más arduo honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se consagra  a la memoria de quienes no tienen nombre.”

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Un buen día almuerzas con Plàcid García-Planas Marcet, reportero de la sección internacional de La Vanguardia y te propone escribir una obra a cuatro manos sobre la figura del controvertido periodista español César González-Ruano. El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado. Se trata además tu obra más reciente.

A partir de La penúltima frontera se puso en contacto conmigo el historiador Xavier Casals, quien me llamó la atención sobre un pasaje sobre fugitivos del nazismo que aparecía en las memorias del anarquista Eduardo Pons Prades y que yo desconocía. En ese pasaje, Pons Prades, por entonces en la resistencia antifascista y apostado en los Pirineos, aseguró haber encontrado a un judío malherido de bala entre los arbustos. El judío resultó ser un químico alemán llamado Rosenthal. Había hecho un trato en el París ocupado con un tipo alto y delgado que aseguraba ser agregado cultural de la embajada española y estar ahí enviado por Franco en misión secreta para sacar a los judíos en camiones y dejarlos a salvo en España. A cambio de mucho dinero, claro. Rosenthal le creyó y pagó el pasaje suyo, de su hermana y de sus padres. Y es verdad que subieron en camiones. Solo que la caravana estaba controlada por la Gestapo. Una vez en la “tierra de nadie” de Andorra, los masacraron a todos con una ráfaga de metralleta para arrebatarles las joyas y los diamantes que muchos de ellos llevaban cosidos en su ropa durante su huida. Según el relato de Pons Prades, Rosenthal sólo fue herido y pudo ocultarse en la maleza. Finalmente resultó, según Pons Prades, que el falso agregado cultural era en realidad el periodista César González Ruano.  Yo le hablé de todo eso a Plàcid, a quien apenas conocía, en aquel almuerzo. No sabía si el relato de Pons Prades era cierto o no, pero Plàcid se empeñó en que teníamos que averiguarlo.

Al principio no era un libro que tuviera muchas ganas de escribir. Estaba metida en otras cosas. Además, sabía que ese libro me iba a causar problemas. Por entonces la Fundación Mapfre todavía entregaba con gran boato en el Hotel Ritz el Premio César González Ruano de periodismo, que había concedido desde 1975 a la intelectualidad española en pleno, ya fuera de izquierdas o de derechas.

Pero Plàcid fue muy persuasivo y enseguida nos contrató el proyecto nada menos que la editorial Anagrama. ¿Cómo podía negarme? No conseguimos confirmar el relato de Pons Prades (tampoco desmentirlo), pero lo que descubrimos sobre las andanzas de Ruano en el París Ocupado fue lo bastante gordo para que la Fundación Mapfre cancelara el Premio. Como era de esperar, los intelectuales españoles que habían ganado el César Ruano, económicamente muy bien dotado, guardaron un incómodo silencio sobre nuestro libro, con la muy honrosa excepción de Muñoz-Molina.

Escribiendo este libro, ¿has llegado a comprender en algún momento a Ruano? ¿Lo perdonarías? ¿se podría diferenciar al incombustible escritor con el vil ciudadano?

No. Me parece un personaje fascinante, pero imperdonable. Un cínico farsante que se aprovechó de muchísima gente. Tampoco admiro especialmente su escritura, aunque admito que tiene páginas brillantes, sobre todo en sus memorias y, más aún, en su Diario íntimo.

Además de todos estos ensayos, has trabajado también en vastas ediciones críticas sobre obras destacadas de Goethe u obras relativas a su figura tales como Poesía y Verdad o Conversaciones con Goethe. ¿Cómo es eso de pasarse tantas horas con Goethe?

Es como un viejo matrimonio. Hay ternura y hartazgo a partes iguales. A veces una profunda irritación. Pero siempre admiración.

Haz traducido también a Thomas Mann.

Buf, Goethe (al menos en su prosa) es mucho más fácil que Thomas Mann. La prosa de Goethe casi siempre se comprende. Thomas Mann, en su empeño por retomar la herencia de Goethe e incluso superarlo, les cogió una insensata afición a las subordinadas interminables. Convirtió el alemán en un mecanismo de relojería impecable, pero muy difícil de llevar a una lengua mucho más anárquica, como todas las románicas.

Además de escritora, también colaboras ocasionalmente con diversos medios de comunicación como comentadora de aspectos relacionados con el universo germánico. ¿Te sientes cómoda frente a los micros?

La verdad es que sí, sobre todo si mientras hablo puedo cerrar los ojos. Aunque me siento aún más cómoda frente a una audiencia real. Me gusta hablar en público y aceptar el difícil reto de no aburrir.

Hoy en día, eres una experta consumada en lo alemán, ¿no te ha picado el gusanillo por adentrarte con la misma pasión en los mundos catalanes o españoles?

A veces me siento tentada de escribir algo histórico sobre mi ciudad, Barcelona. Por otro lado, en gran medida ya lo hice con La penúltima frontera y con El marqués y la esvástica. Pero hay mucha gente tanto o mejor que yo para escribir sobre España y Cataluña. En cambio, no hay tanta gente capaz de leer con fluidez las fuentes originales alemanas y reelaborar lo encontrado en ellas para un público español. Creo que esa labor es mucho más necesaria.

¿Crees que el mundo español y alemán es compatible o aún pervive esa imagen del español como un vago mujeriego que siempre llega tarde?

Me temo que la imagen pervive, sobre todo en Alemania. Al igual que aquí pervive la imagen del alemán como perfeccionista y obcecado. Hay un poquito de verdad en ambas cosas, pero personalmente me irritan mucho esos prejuicios.

En España hay una tendencia excesiva a admirar Alemania. Quien haya pasado allí alguna temporada larga habrá visto que, como se dice precisamente en alemán, “también allí se hierve con agua”. Vamos, que no hay para tanto. ¿Compatibles? Claro que sí.

Por otro lado es curioso que Enzenberger llega a denominar a los alemanes como vagos. ¿Son los alemanes tan eficientes y fiables como nos han querido vender?

No, en absoluto. No los calificaría de vagos, pero sí pienso que son más burócratas y perfeccionistas que eficientes.

¿Sigues la actualidad de la literatura alemana? Pareciera que en literatura Alemania aún no tiene el caché de las “tres potencias”, léase mundo literario anglosajón, castellano y francés, siendo tal vez su mayor aportación cultural en el mundo de la filosofía o de la música clásica.

La sigo poco y mal, así que no puedo decir gran cosa sobre eso. Me da la impresión de que en la literatura alemana hay cierta tendencia a lo grandilocuente y profundo, probablemente un resultado de la herencia romántica.  Y eso parece que casa mal con lo que nos gusta leer en el Sur. Pero hay estupendas excepciones, claro, que raramente llegan a abrirse camino por aquí.

Durante todo ese tiempo, escribías todos estos interesantes ensayos, pero resultó que la crisis te obligó a reciclarte en ‘empresaria literaria’. Es así como en 2013 fundas con otros socios Digital Tangible SL, que comercializa las tarjetas de descarga de libros digitales Seebook. Hoy eres la CEO de Seebook.  

Sí, la CEO de Seebook y de Nubart (www.nubart.eu), que se dedica a fabricar audioguías para museos. Decir que la crisis “me obligó” sería ser injusta con la crisis. Digamos que la crisis me dio el último impulso para llegar a una constatación dolorosa: en este país no es posible vivir de la escritura y de sus bolos (conferencias, artículos) Y menos ahora, en que los escritores tenemos que escoger entre cobrar la jubilación o recibir royalties, una de las mayores animaladas que ha tenido que soportar mi maltrecha profesión y que ha terminado con mis últimas ilusiones en este sentido: la de poder escribir por fin tranquilamente cuando sea una adorable viejecita.

Lo gracioso es que, a estas alturas, todavía haya caído presa de la temeridad de pensar que la solución rápida podía ser fundar una empresa. Ahora que sé lo que eso cuesta, me hago cruces. Pero el futuro es de los temerarios y de los ingenuos, que son los únicos que prueban cosas.

Dicho esto: he aprendido más en estos últimos tres años que en los treinta anteriores. Sobre mí misma; sobre la especie humana; sobre nuestra sociedad; sobre economía; y sobre un montón de asuntillos menores, desde editar un vídeo a programar en html.

Seebook puede revolucionar el mundo literario, lo único es que de momento no te deja mucho tiempo para escribir… ¿Cuándo recuperaremos a la escritora Rosa Sala Rose?

Yo diría que con la entrevista de hoy –¡¡más de 5000 palabras!!—ya has recuperado un buen pedazo. 😉 Me doy unos tres años más para volver a ser yo. Pero no tengo muy claro que mi retorno pase por la escritura, o al menos no exclusivamente por ella. Mi trabajo en Seebook me ha hecho reflexionar mucho sobre el mundo de la edición, de lo digital y del formato libro como unidad cerrada de significado en estos nuevos tiempos que vivimos. Todavía no tengo las ideas claras, pero puede que vuelva “escribiendo” sobre Alemania por otros medios, como podrían ser el audio y el vídeo. ¡Estad atentos!

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

3 comentarios
  1. Rosa es sin lugar a dudas, la mas Interesante autora sobre el mundo aleman clásico y contemporáneo. Espero que cuando se aburre del mundo de la empresa (que lo hará) vuelva a ilustrarnos pronto con sus extraodrinarias aportaciones.

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