La entrevista literaria. Néstor Belda: “La vocación es un tirón de la sangre que forma parte de la naturaleza”

Entrevista literaria a Nestor Belda

Vamos a decirlo ya: gran parte de la información que circula en Internet es auténtica basura. Entre tanto despropósito virtual, la literatura no es ajena a tan desalentador escenario. Por ello es normal que abra mi iPhone a diario y me encuentre con centenares de notificaciones que me conducen a escritos que no me dicen absolutamente nada, antes al contrario: me causan profundos mareos e incómodas ansiedades. Sin embargo, entre tanto río revuelto virtual, sobrevivió una luz, un nombre que se me iba colando a diario por Google+.

Mi dedo índice rozaba tembloroso el fino cristal del móvil, ansioso ya por deslizarse y pasar a otra cosa en un santiamén, algo tan de nuestros tiempos absurdamente veloces. Pero no había manera, algo me detenía: siempre acababa leyendo a ese hombre, siempre terminaba pinchando en sus links, adentrándome en su universo literario. En una palabra: el dedo no podía con el alma ¿cómo va a poder un dedo con un alma? Era ella, el alma, la que quería escuchar y leer al escritor y profesor de talleres de literatura, Néstor Belda, vecino de la comunidad valenciana, y nacido un buen día en tierras argentinas.

Eres de Mendoza, Argentina, tierra fronteriza con Chile, de buenos vinos y de la que se dice que tiene unos habitantes más ‘accesibles’ que los porteños.

Mi infancia no tuvo nada de particular, ni siquiera a nivel literario. Creo que incluso ni el hecho de que mi familia viviera en permanentes conflictos internos o de que mis padres se separaran cuando yo tenía once años la hace diferente. Lo único medianamente destacable, por mi condición de escritor, es que no fui un niño que se pasara el día con un libro en la mano. En casa no había biblioteca, apenas unos pocos libros que tenían mi padre y mi hermana. Tampoco tuve una abuela que me contara cuentos y jamás me leyeron uno antes de dormir. Mi pasión por la literatura no tiene raíces familiares, sino que empezó con las lecturas de la escuela secundaria.

Dicen que «los provincianos» somos más accesibles que «los porteños», y yo creo que no es así. Al menos, en lo personal, no lo he sentido así, y he recorrido casi todo el país por cuestiones de trabajo. El problema es que la historia argentina estuvo marcada por la rivalidad entre los que abogaban por un Estado federal y los partidarios de un Estado unitario (centralistas). La batalla, en los papeles, la ganaron los federales, pero, en la práctica, Argentina continúa siendo un estado marcado por el centralismo. De ahí el refrán que dice que «Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires».

Es en Argentina donde das tus primeros pinitos en el mundo de la escritura. Te quedas fascinado con la lectura de El Milagro Secreto de Borges.

Como dije, no vengo de una familia de tradición lectora. Hasta el año en que empecé la escuela secundaria, mis lecturas habían sido muy pocas. Poquísimas. El primer año de instituto tuvimos que leer Mi planta de naranja lima, que me encantó, pero nada más. En segundo, la profesora de literatura, muy jovencita, nos propuso una serie de lecturas muy variadas para el curso. No lo recuerdo bien, pero creo que fue por eso que llegó a mis manos Ficciones, de Jorge Luis Borges.

Aunque a veces pienso que es un poco descabellado que una profesora de literatura proponga Borges a chavales de catorce años. El asunto es que Ficciones  llegó a mis manos. La mayoría de los cuentos no los entendí. Solo tuve unos trazos de comprensión con algunos de «Artificios», el segundo bloque, en especial «El milagro secreto». Sin embargo, y a pesar de no haber conseguido llegar a la esencia de los cuentos de Borges, hubo algo que me fascinó. Hoy lo denomino «el plano estético» (la forma), eso que nos hace deslizar de frase en frase, disfrutar de la lectura.

¿Cómo se podía hacer eso? Yo quería hacer lo mismo, escribir así, cautivar con mis textos. Envidié a Borges. Lo imité escribiendo cuentos muy borgianos. Mi afición a la escritura y la lectura fue tan pasional que el poco tiempo que me quedaba luego de la jornada laboral y escolar, lo dedicaba a la literatura  (a los catorce años trabajaba para ayudar a la familia). La consecuencia fue que repetí cuarto año. Solo aprobé dos asignaturas, Literatura y Castellano.

Tu escritura tampoco se entendería sin la influencia de Américo Cali.

En cuarto año de la secundaria (el que repetí), la profesora de literatura pidió una redacción sobre un tema específico. Como yo era bastante vago, decidí entregar uno de mis cuentos, aunque no tenía nada que ver con el tema propuesto. El día que la profesora nos devolvió las redacciones revisadas, dejó la mía para el final. Cuando llegó mi turno, me dijo: «¿Esto lo has escrito vos?». Sí, contesté. «¿Tenés más?». Sí, varios cuadernos [léase ‘libretas’]. «Traételos para la próxima clase». Así lo hice.

Esta profesora —lamento no recordar su nombre, pero sí su delgadez, altura y simpatía— era muy amiga de otra profesora de literatura del instituto: Silvia, la hija de don Américo Cali. Unos días después, me sacaron de clase y me llevaron a la sala de profesores. Allí estaban las dos profes. Silvia había hablado con su padre y me dijo que don Américo había accedido a reunirse conmigo. Lo que ocurrió en ese encuentro está narrado en un relato dedicado a mi mentor.

Con don Américo, y su paciencia, descubrí aquello que Truman Capote, en el prefacio de Música para camaleones, define como «la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte». Pero también descubrí la fragilidad del oficio de escritor, y que es bueno ser consciente de ello para escribir literatura. Lamentablemente, don Américo falleció en 1982, cuando estábamos trabajando para publicar el que hubiese sido mi primer libro. Me sentí casi un huérfano. Su muerte, sumada a otros condicionantes, me hizo tomar decisiones erróneas que cambiaron mi futuro literario, que yo creía inexorable.

Nestor Belda

En Argentina viviste 39 años, y un buen día haces tus maletas y te vas a España, concretamente a la localidad valenciana de El Perelló, donde los habitantes censados no llegan a los tres mil.

Cada vez que me preguntan por mi faceta de inmigrante, digo lo mismo: No podemos elegir dónde nacer, pero sí dónde vivir. Nunca he tenido ese sentimiento de «mi tierra» ni de «mi patria». Por suerte, Silvina tampoco. Cuando emigramos, tanto ella como yo teníamos trabajo, es decir, no estábamos pasando necesidades y nuestros problemas económicos eran los normales de cualquier familia.

Muchos no entendieron nuestra decisión, y está claro que es complicado entender la sensación de incomodidad que sentíamos. Estoy convencido de que ninguna sociedad es perfecta, y España no lo es, pero Argentina nos hacía sentir incómodos, inseguros, nos exigía permanentes readaptaciones a nuevas reglas de juego que comprometían nuestros proyectos. Muchas personas tienen la «cintura» necesaria para adaptarse y, de hecho, la mayoría de mis amistades argentinas lo han hecho y viven bien, aunque no en el mismo sentido que nosotros le damos al concepto de «vivir bien». Como siempre les digo a mis amigos, si solo se tratara de trabajo, casa y dinero, nunca hubiésemos emigrado.

En los catorce años que llevamos en España hemos alcanzado objetivos que en Argentina no habíamos logrado en veinte. Y no me refiero a cuestiones económicas, porque somos una familia de clase media que ni siquiera tiene vivienda propia. Nuestro primer destino no fue El Perelló, sino Agullent. Allí vivimos un año y algo. En Argentina, vivíamos al pie de la cordillera de Los Andes, pero Silvina es una enamorada del mar. ¿Qué mejor oportunidad? Durante un año nos dedicamos a visitar pueblos de la costa valenciana hasta que nos decidimos por El Perelló.

Llegas a España, ¿cómo te trata este país?

Cuando decidimos emigrar, tuvimos dos cosas muy claras. La primera es que ningún país nos esperaría como si fuésemos agua de mayo. La segunda es que veníamos a integrarnos a la sociedad española. El problema de la integración es, mayormente, trabajo del inmigrante. Dicho de otro modo, el país de destino debe tener una actitud integradora —y España, en general, lo tiene, lo digo por experiencia—, pero es el inmigrante el que debe estar predispuesto a «mezclarse» y debe esforzarse en comprender el espíritu de la sociedad que lo recibe.

Yo observo en los inmigrantes cierta tendencia a aglutinarse casi como en guetos cerrados en torno a la nostalgia, a las costumbres de sus países de origen (comidas, celebraciones, etc.), más pendientes de las noticias de su país que de las de España.

España nos ha tratado y nos trata muy bien, pero creo que es, justamente, debido a nuestra actitud, que es básicamente buscar nuestro sitio dentro de la sociedad española, ganarnos la confianza de las personas que se van cruzando en nuestro camino. ¿Qué los argentinos tenemos cierta reputación? Es cierto, por eso aquello de «compra un argentino por lo que vale y véndelo por lo que dice que vale». Pero ni yo ni Silvina somos «todos los argentinos», como tú no eres «todos los españoles», y lo que debemos hacer todos es [de]mostrar lo que realmente somos, seas español, argentino o marroquí. Eso hicimos, y por eso nos ha ido bien y nos sentimos completamente integrados.

Estudias economía, ejerces como director de ventas en varias empresas pero al mismo tiempo sufres una crisis existencial y no puedes más: la literatura te pellizca debajo de la piel, como diría Cortázar.

Eso dijo Cortázar, pero yo te voy a contar otra que dijo don Américo Cali: «La vocación es un tirón de la sangre que forma parte de la naturaleza». Está en la dedicatoria de mi libro. Para entenderla, hay que conocer mi historia. Como mencioné antes, a los veinte años, la muerte de don Américo y otros conflictos me hicieron tomar una decisión equivocada que me apartó de mi proyecto literario. Estudié economía, fui agente comercial y, finalmente, director comercial. Sin embargo, «la vocación es un tirón de la sangre». Por ponerte un ejemplo, cuando llegamos a España, a Silvina no le homologaron el título de Profesora de Educación Infantil. ¿Sabes lo que hizo? Se presentó a examen de acceso a la universidad, cursó y aprobó de nuevo toda la carrera, se presentó a oposiciones y volvió a trabajar en su «tirón de la sangre».

Aunque nunca dejé de escribir y leer, hace unos años la vocación empezó a reclamarme una vida literaria. Mi día a día era una lucha con el inconformismo, a veces en forma de ansiedad, otras de tristeza. Así que lo hablé con Silvina y después de reflexionar bastante, decidí[mos] intentarlo. Nos dimos un año de plazo para ver si conseguía unos ingresos que se acercaran a una nómina básica. Pasamos muchas dificultades económicas, todas las que pueden surgir de pasar de una buena nómina a cero, pero poco a poco empezaron a llegar los trabajos de corrección, las inscripciones a mis cursos online, sobre todo en 2014, después de la publicación de Todas son buenas chicas.

Poco a poco empiezas a ganarte la vida con lo que te gusta, que es mucho más que escribir.

De cualquier modo, no quiero que nadie piense que he conseguido alcanzar los niveles de ingresos de mi trabajo anterior, pero puedo sobrevivir con ellos. Lo cierto es que siempre había hecho correcciones e impartido cursos de escritura, pero como una actividad esporádica y sin fines de lucro. En realidad, antes de hacer de esto una profesión, me dedicaba más al editing (aspectos estructurales de la obra) que a la ortotipografía propiamente dicha. Para ello tuve que ponerme a estudiar, es decir, meter en la sesera muchos manuales de estilo, gramática, etc. En resumen, no vivo de lo que escribo, sino del entorno de la literatura. Hay muchos modos de vivir la literatura, y yo disfruto mucho con mi trabajo.

Nestor Belda

Hoy en día tu blog y tus cursos lo petan ¿Por qué?

Bueno, no sé si lo petan. Es cierto que luego de dos años, mi blog ha empezado a ganar cierto reconocimiento —un año si contamos «lo que hubo que remontar» tras la migración de Blogger a WordPress—, y todo a pesar de que en mis artículos no «doy fórmulas mágicas» para convertirte en best seller en poco tiempo. Mi blog es, más bien, un sitio de reflexión acerca de la escritura como arte. El oficio de escritor es un proceso que madura con el paso de los años, que crece a medida que el propio escritor madura.

Se llama experiencia y quizás esa sea la respuesta al éxito de mis cursos: las actividades que propongo no son mecánicas, sino que intento poner al escritor (no me gusta llamarlos alumnos) frente a frente con una experiencia literaria, genuina y propia, armado solo con los contenidos teóricos y ejemplos ofrecidos pero, sobre todo, con el estilo y los recursos propios. Han llegado a mis cursos escritores que han pasado por escuelas con mucho renombre, pero ignoraban la esencia de la elección de un punto de vista o cómo construir un diálogo natural y que, a la vez, funcione dentro de la trama. Puedo asegurar que cuando un escritor acaba uno de mis cursos, tiene conciencia de qué está haciendo y por qué con cada palabra y cada frase que escribe, pero también habrá aprendido algo esencial: leer como escritor.

Con los años he llegado a la conclusión de que los escritores que hacen un curso tienen un grado de humildad que es lo que les permite avanzar en el oficio. Muchos reniegan de los cursos de escritura, dicen que hay una tensión íntima que los impulsa a escribir y define sus estilos, pero ignoran que muchos de los escritores que admiran han pasado por cursos de Escritura Creativa. Por algo será.

Leer y escribir es un acto cotidiano, lo hace cualquiera que esté alfabetizado. Pero si para ser escritor solo hiciera falta lápiz, papel, y saber escribir, ¿no crees que cualquiera podría escribir una obra maestra? Otros solo miden el éxito como escritores en las cifras de ventas, pero ese éxito tiene que ver más con la estrategia de marketing que con la calidad literaria. Algunos de los escritores que han pasado por mis cursos ya han publicado y están construyendo su carrera como profesionales y se mantienen en permanente contacto conmigo. Eso no se paga con tarjeta de crédito.

También colaboras en otros medios como Moon Magazine y además junto a Javier Bedrina y Txaro Cárdenas, has puesto en marcha el proyecto editorial de Luna Literaria.

MoonMagazine es un proyecto cultural de la periodista Txaro Cárdenas, con quien me une una fuerte amistad. En esa revista tengo una columna propia, Las inquietudes literarias de Néstor Belda. De esa vocación de Txaro y la mía, nació Luna Literaria, que es un proyecto editorial con el cual pretendemos echar luz sobre la obra de grandes escritores que no consiguen hacer visibles sus obras. A ese proyecto se sumó Javier Bedrina para aportar sus conocimientos técnicos a nivel de webs y su arte fotográfico en forma de portadas, booktrailers, etc. Es un proyecto construido con mucha ilusión, en el cual trabajamos con lentitud, pero con seguridad. Para su lanzamiento, hemos organizado el I Concurso de Relatos «Luna Literaria».

Eres un explorador del lenguaje y te asombra la infinita riqueza del mismo. Al mismo tiempo parece que eres consciente de ajustar el lenguaje en función del público al que te diriges. En este sentido, ¿has tenido que cambiar tu forma de hablar y escribir para adaptarte más al lector español?

Mi proceso de adaptación del «argentino» al «español» no empezó en el plano literario, sino en el día a día. La primera vez que fuimos a hacer el pedido [léase: la compra] al supermercado, buscábamos «manteca» y, como no la encontrábamos, preguntamos a una dependienta, que nos señaló la fiambrería [léase: la charcutería]. Allí estaba la manteca, pero era grasa. No, lo que queremos es eso para untar en las tostadas, dije. Ah, vale, lo que usted busca es mantequilla. Y yo dije: Ah, listo, muchas gracias.

El hombre me miró mal y tuve que explicarle que en Argentina «listo» equivale a okey o vale. Pero hay más: Facturas por bollería; maní por cacahuete; durazno por melocotón; damasco por albaricoque; chauchas por judías; finca por huerta; pibe por chaval; quilombo por follón… Es decir, la adaptación era imprescindible para no acabar untando las tostadas con grasa de cerdo.

A nivel literario, la problemática está marcada por las construcciones gramaticales. Por dar un ejemplo, en los escritores españoles hay una tendencia al uso del pronombre «le» cuando el complemento es directo («Le saludó amablemente»). Aunque la RAE admite el uso de este pronombre cuando el complemento directo es una persona, sigue sin sonarme bien y utilizo «lo y la» («Lo saludó amablemente»).

De todos modos, siempre he utilizado un lenguaje neutro en la voz narrativa, excepto cuando estas son en primera o segunda persona. Aún así, luego de catorce años en España, mi mente es un batiburrillo de expresiones que me hicieron dudar sobre el impacto que esto tendría en mi escritura. Pero la solución vino de dos amigos correctores: “es tu seña personal”, dijeron. Dicho de otro modo, mientras el texto sea legible, no me preocupa si alguna expresión es más argentina que española, o viceversa.

Esto le puede llevar a alguien a pensar que tener un amplio y ‘mestizo’ vocabulario no resulte tan práctico. Es decir, si en un texto combinamos palabras usadas en Argentina con otras dichas en España, podemos dar la impresión de dominar la lengua castellana, pero nuestra narrativa puede perder credibilidad. Por ejemplo, si se dice “¿Me está usted cargando?, dijo el chaval”, suena raro. O bien dejamos “¿Me está usted cargando? dijo el pibe” y lo encajamos en el público argentino o bien decimos, “¿Me está usted tomando el pelo?” dijo el chaval y lo dejamos para el público español. ¿Cosmopolitismo lingüístico para qué?

Como tú bien dices, la construcción «¿Me está usted cargando?, dijo el chaval» pareciera poco creíble, pero depende del contexto. En esa frase yo escucho dos voces: Un personaje argentino (parlamento) y un personaje-narrador español (inciso). Si en el contexto narrativo se advierten esas singularidades, la frase es perfectamente creíble. Distinto es el siguiente caso: «¿Me estás cargando, chaval?». En el mismo parlamento, el personaje mezcla expresiones argentinas y españolas. En un principio, ese batiburrillo es un error narrativo. Sin embargo, ¿qué ocurre si todo el contexto y el proceso de construcción del personaje apunta a un inmigrante argentino que luego de veinte años en España ha incorporado expresiones de ambas vertientes y las usa con toda naturalidad? ¿No sería un rasgo distintivo del personaje, natural y creíble?

Cuando uno decide contar una historia, la primera decisión es definir la voz narrativa. En mi caso, siempre tuve una norma: Si el narrador es externo, la voz será neutra; si es interno (protagonista, testigo, etc.) la voz reflejará las características propias del personaje-narrador. Al margen de ello, cada personaje tendrá una voz que lo identifique; si es argentino, su parlamento será: «¿Me está usted cargando?», pero el inciso del narrador («dijo el pibe/chaval»), dependerá de la voz del narrador, que en este caso presumo que es un personaje.

Si el narrador es externo, el inciso será neutro («dijo el muchacho»). He leído algunas obras, y corregido otras, en las cuales se intenta perfilar un personaje argentino o mexicano sin tener un dominio pleno de las expresiones. Recuerdo una autora a la cual le dije: «Tienes suerte del que tu corrector sea argentino». En resumen: el cosmopolitismo lingüístico es muy útil para definir personajes pero, para ello, es necesario tener el suficiente dominio técnico para diferenciar bien las voces y contextualizarlas con una construcción adecuada de los personajes.

¿Sigues la actualidad de la literatura argentina?

Sigo releyendo a los clásicos, no solo a Borges, y aunque he leído algunos más actuales, no estoy al tanto de los nuevos escritores argentinos. Por un lado, intento leer todo lo que puedo, y hay tanto que leer… Mi jornada de lectura suele ser de una hora, a veces hora y media, además de las obligadas por mi trabajo como corrector y como profesor. Como agravante, soy un lector muy lento, de lápiz en mano. Por el otro, y la más importante, habría que aclarar a qué le llamas actualidad literaria.

Si te refieres a los autores que están en el candelero editorial, entonces no estoy al tanto de la actualidad literaria, ni argentina ni española. Salvo aquellos autores que me recomienda alguien de mi entorno, no leo nada que venga del compadreo de editoriales, críticos y medios para cuyos objetivos la calidad de la obra es irrelevante. En cambio, buceo en las redes sociales, en los blogs literarios y presto mucha atención al boca-oreja, y así suelo encontrarme con verdaderos talentos ocultos. Pero, no sé si eso forma parte de la actualidad literaria.

Abelardo Castillo duda de que exista una literatura nacional argentina.

Bueno, muchos escritores dicen y han dicho cosas que, por su transcendencia literaria del autor, pareciera que son dogmas, pero yo discrepo con muchos. En este caso, pienso que sí hay una literatura cuyos rasgos responden a una identidad argentina, del mismo modo que todos los países poseen un literatura que recoge rasgos de su cultura. Es inevitable. Ahora bien, hay una «verdad posible» y es que tal vez no exista una literatura argentina tan comprometida con «lo nacional», como ha ocurrido en España.

Si se enfrentasen las selecciones literarias de España y Argentina, ¿quién vencería? ¿Crees que España tiene equipo para parar a gente como Cortázar o Borges? ¿Quién sería el escritor “más peligroso” de la selección española?

No creo que yo sea el más indicado para opinar sobre un «partido de fútbol literario» que ya ha sido jugado: España tiene cinco premios Nobel de Literatura (seis si incluimos al nacionalizado Vargas Llosa); Argentina, cero. Podemos discutir los valores de la academia sueca a la hora de decidir a quién otorgarle el galardón (sobre todo luego de lo de Borges), pero, a excepción de José Echegaray, he leído a todos y me han parecido merecedores del premio. Con toda honestidad, nunca me he planteado la literatura argentina y la española de este modo y por mucho que le estoy dando vueltas al asunto, no podría dar una respuesta contundente. En las dos orillas hay autores que me deslumbran, aunque reconozco que en narrativa breve me inclino un poco más hacia escritores argentinos, y que en novelas me ocurre lo contrario, sin que esto signifique que en España no haya buenos cuentistas ni que en Argentina no haya buenos novelistas.

En 2014 publicas tu única obra hasta ahora, Todas son buenas chicas de la que entre otros muchos halagos recibidos se dice que tiene un estilo innovador.

Bueno, se han dicho muchas cosas de mi libro. Algo que me ha sorprendido es la cantidad de reseñas que se han hecho sin que yo las solicitara. Todas han sido espontáneas. Al margen de ello, no sé qué tiene de innovador mi estilo. Posiblemente sea que no soy un escritor «explicador» y confío mucho en las competencias de cada lector para interpretar mis historias desde su propio constructo emocional. Yo solo pretendo que mis historias sean un puente hacia la intimidad emocional de quien la lee.

Publiqué Todas son buenas chicas porque el Centro de Estudios Literarios en el cual impartía un curso de técnicas narrativas estimaba que no era lógico que un profesor de escritura no tuviese ningún libro en su currículo. Ya no trabajo con ellos, pero el libro ya está publicado. Quizás la mejor definición del libro la dio Lorena Álvarez en su reseña: «A lo largo de poco más de un centenar de páginas el escritor argentino nos va abriendo ventanas a las que nos asomamos a mirar. Nos convertimos en testigos de situaciones y escenarios, en oyentes mudos, en mirones sin vergüenza. Sus personajes son seres reales y creíbles.

Podrían vivir en nuestro mismo edificio, podrían trabajar en la misma empresa en que lo hacemos nosotros. No son galanes ni caballeros, no han conquistado países ni destruido reinos. Son mucho más que eso. Son héroes de la vida. O mejor dicho, heroínas. Porque sí, si algún denominador común tienen estos diez relatos es que en todos ellos hay una o varias mujeres, protagonistas o secundarias, que tienen una especial relevancia en cada una de las tramas.»

José Saramago a tu edad había publicado también sólo una obra y luego se convirtió en quién se convirtió. Sin embargo, parece que tus objetivos son muy diferentes.

Me has hecho reír, mi mujer también me dijo, hace tiempo, algo parecido luego de leer la biografía de Saramago. Yo diría que no se trata de objetivos diferentes, sino de que somos diferentes. Cuando don Américo me habló por primera vez de publicar, yo me quedé sorprendido. Nunca había pensado en eso. Solo escribía, escribía y escribía. Algunos gurús aseguran que alguien que escribe y no publica no tiene oficio de escritor, es solo un aficionado.

Volveré a publicar, estoy trabajando en una novela. ¿Cuándo? No lo sé, disfruto del proceso de escritura y, mientras tanto, no pienso en fechas. Hoy se piensa mucho en publicar, en tener éxito (y rápidamente), en vender muchos libros y en vivir de escribir. Algunos (muchos) tienen una novela escrita y quieren publicarla, y yo pienso: ¿No sería mejor que primero hubieras escrito tres o cuatro? Ni siquiera publico mis textos literarios en mi blog ni en redes sociales, y la verdad es que estoy bastante harto de que me pregunten por qué no lo hago o por qué no vuelvo a publicar. Al final, he optado por contestar que lo haré cuando sienta que es el momento, que es lo mismo que decir que será cuando tenga una historia importante que contar, aunque solo sea importante para mí.

Parece que también pasas un poco de los premios literarios.

Bueno, no es que pase de los premios literarios. En 1979, don Américo Cali dactilografió «El cuchillo de plata», uno de mis cuentos, y él mismo lo envió a un concurso de la Biblioteca Cervantes de Buenos Aires. Quedó tercero. Cuando decidí dejarlo todo para dedicarme a la literatura, participé en cuatro o cinco premios para ver si ganaba algún dinero que ayudara a la economía familiar, pero sin suerte.

Así que decidí no volver a intentarlo porque creo que el problema es que no sé escribir para participar en concursos. No puedo afirmarlo, pero me parece que para ganar premios literarios hay que escribir pensando en ganar premios literarios. Solo el ajustarse a la bases es una forma de acotar la escritura para cumplir con los requisitos. Eso no va conmigo. Pero no estoy en contra de los certámenes literarios. De hecho, en Luna Literaria hemos organizado uno. Creo que son un buen canal para descubrir talentos.

Tienes también tu propia visión sobre la inspiración del escritor.

La inspiración para mí es una cuestión de actitud. La vida, tanto externa como interna, es una fuente inagotable de historias. Sólo hay que “extrañarse”, deshabituar nuestra mirada sobre la realidad, contemplarla con sentimiento de extranjería y preguntarse qué significa todo lo que nos rodea. ¿Cómo encuentro inspiración? Viviendo con los cinco sentidos muy despiertos, cuestionándome la vida. Al fin y al cabo, la literatura, cualquiera sea el género, es una metáfora de la vida.

Dices también que en realidad sólo hay siete u ocho temas de los que escribir. ¿Pueden haber en realidad miles y millones de temas, pero sólo siete u ocho que interesan a los humanos debido a sus limitaciones sensoriales? Es decir, una piedra tiene vida, está compuesta de átomos y demás, pero a nadie le interesa la vida de las piedras.

Bueno, no es exactamente así, o al menos no es tan simple. He reflexionado, durante mucho tiempo, respecto al asunto de los temas. De momento, mi conclusión es que toda la literatura trata de un único tema: ser feliz o, más bien, la búsqueda de la felicidad. Esa búsqueda de felicidad se presenta de muy diversos modos: la venganza, el amor prohibido, superar una enfermedad, conquistar el espacio, destruir la maldad, incluso el suicidio, la resolución de un homicidio… Toda la narrativa (novela o cuento) se mueve entre contrastes: una situación inicial [bienestar, equilibrio] que se quiebra por algún acontecimiento —interno o externo— y luego la lucha para restaurarla, al margen de lo que ocurra en el desenlace.

De allí la famosa pregunta dramática: ¿Conseguirá X alcanzar [lo que desea/su objetivo]? Entonces, temas hay millones, pero todos giran en torno a la búsqueda de la felicidad, a reponer el estado de bienestar o equilibrio, o crear uno nuevo. Podríamos escribir una historia personificando una piedra que vive en el desierto y que anhela llegar al río ese que no ve, pero que intuye por el frescor de la brisa, por el sonido de sus cascadas. La piedra cree que será feliz a la vera del río y la historia sería una metáfora de la vida. Otra cosa es saber contarla.

Te defines como caótico a la hora de escribir.

Cómo me acuerdo de Juan Carlos Onetti cada vez que me preguntan esto. No tengo rituales ni rutinas. Eso sí, cuando me dispongo a escribir, procuro un asilamiento total. Ni siquiera pongo música. Siendo honesto, soy bastante caótico, pero no solo en la escritura. Tomo muchos apuntes en diferentes libretas y posits (frases, ideas, etc.), escribo historias que muchas veces no acabo, pero que suelen servirme para otras. Jamás me he impuesto un objetivo diario de palabras, pero escribo todos los días, aunque sea medio folio y sin un objetivo determinado más allá de mantener calentita la mano literaria.

Nunca he tenido problemas con la hoja en blanco. Cuando no estoy inspirado, aprovecho para leer o para desarchivar relatos inacabados. Es decir, si un día no estoy inspirado, lo tomo con la misma naturalidad que un día sin ganas de salir de casa. Ahora, cuando las ideas me persiguen, no dejo de escribir hasta vaciarme, y me da igual estar hasta las 6:00 a.m. y luego dormir hasta las tres de la tarde. Pero esto me funciona a mí y a mi visión personal de este oficio, lo cual significa que mi forma de actuar podría ser una referencia, pero no un ejemplo. La única norma que sigo a rajatabla es que cuando escribo, solo escribo y disfruto. No corrijo ni reviso hasta acabar. Siempre digo a mis alumnos que uno debe escribir paraquelaideanosemeescape. Para corregir, eliminar, agregar, hay tiempo de sobra.

Hablemos un poco de las redes sociales. Cuando publicaste Todas son buenas chicas tu presencia en redes sociales era inexistente. Hoy tienes más de tres mil fans en Facebook y más de cinco mil seguidores en Twitter.

Exactamente. Hace algo más de dos años, Todas son buenas chicas estaba a punto de salir de la imprenta y mi presencia en las redes sociales era inexistente; ni siquiera tenía un blog. Esto, para un autor que actúa fuera del circuito comercial, no era auspicioso. Con este panorama, lo primero era ponerme a estudiar los mecanismos que hacían de Internet y las redes sociales una herramienta de comunicación y de construcción de marca personal.

Siempre he dicho que cuando no sabes cómo hacer algo, tienes que informarte y observar a «tus mayores» (esto es válido también para escribir). No pasa nada por no ser un sabelotodo. Estoy convencido de que Internet es como la vida misma, con sus cosas buenas y malas. Las diferencias esenciales son el alcance —traspasar los límites de pueblo— y, una muy mala: la pantalla es como un escudo tras el cual algunos expresan cosas que en la vida real no dirían o se muestran como personas ideales, «generosos y amigos de sus amigos».

La verdad es que si fuésemos tan generosos y solidarios como nos mostramos en las redes sociales, el mundo no estaría como está. Por eso procuro desvirtualizar a la gente que conozco en Internet y que parece afín o se muestra cercana, aunque sea mediante una llamada telefónica. Quiero saber si esa persona es lo que dice ser. Tarde o temprano, con escudo o sin escudo, siempre se acaba sabiendo quién es el farsante. Como dice el refrán, «Se puede mentir a muchos poco tiempo, pero no puedes mentir a todos todo el tiempo, a lo cual yo agrego que ni siquiera en Internet. Esa fue mi política en las redes: Ofrecer lo que sé y compartir lo que saben otros, siempre desde la honestidad. La gente sabe agradecerlo, y eso se traduce en audiencia.

En tus web www.nestorbelda.com dejas claro que sin honestidad no se llega muy lejos en la literatura. Tú eres un ejemplo de que aún hoy en día se puede ser honesto y prosperar.

Reflexionemos un poco, acerca de esto de prosperar en la literatura. Se puede tener éxito como escritor y éxito editorial, es decir, en la venta de libros. Son dos éxitos diferentes, con vertientes y motivaciones diferentes. Son tan distintos que a uno lo podemos advertir de inmediato en los rankings de Amazon —por citar un ejemplo— y el otro es un reconocimiento que llega con el paso del tiempo.

Prosperar en las ventas de un libro depende más de una estrategia de marketing adecuada que de la calidad literaria, aunque tampoco están reñidas. Lo ideal, y lo más complicado, es prosperar en lo literario y en el mercado editorial al mismo tiempo. Todo escritor, sobre todo si es independiente, necesita vender sus obras pero, más que nada, necesita lectores.

En los últimos años, los falsos expertos en lo que sea  crecen como la mala hierba, abonada por un gran dominio del marketing online y las redes sociales,  y una sociedad que sobrevalora el éxito y la fama rápidos. Pero cuando uno lee sus obras o sus blogs, enseguida se advierte que no hay nada que rascar, que sus cualidades pertenecen al conjunto vacío.  Sintetizando, se puede ser superventas y buen escritor, o solo superventas. Si lo que quieres es esto último, muy habitual en la actualidad, entonces no me hables de literatura. Ser escritor es un camino sin atajos que se construye con pasión, aprendizaje, experiencia y honestidad, y en el cual jamás nadie ha visto un cartel que diga: «Aquí acaba tu aprendizaje». El resto es humo de alta densidad.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

5 comentarios
  1. Cuando leí “Todas son buenas chicas”, me di cuenta de que estaba ante un trabajo literario de calidad, innovador en estilo, motivador y emocionante en sus distintos planos de significado, una obra a tener en cuenta y un escritor al que seguir. Al cabo de los años, puedo añadir lo más importante: Néstor Belda es un amigo al que querer y en el que confiar.
    Me ha gustado mucho la entrevista, Carlos. Quien no conozca a Néstor tendrá la oportunidad de hacerlo. Su pasado, vivencias, preparación autodidacta, su capacidad de trabajo y sobre todo, la gran honestida profesional que le caracteriza. Y no añado más, porque después de leer esta gran ehntrevista, queda muy claro que es un estupendo escritor. Si no, buscad “Todas son buenas chicas” y disfrutad de su lectura.

  2. ¡Muchas gracias por tu comentario! Estoy completamente de acuerdo con todo lo que dices. Para mi fue todo un privilegio poder contar con Néstor Belda para este nuevo apartado en mi blog porque sabía que iba a aportar muchísimo valor a los lectores, y que iba a hacer pensar a muchas personas.

    De nuevo, muchas gracias por tu comentario.

    Carlos

  3. Cómo alumno (aunque él prefiera llamarnos “escritores”) siento un orgullo indescriptible al leer la entrevista de quién es mi mentor en esta carrera literaria. Coincido con Néstor en muchas frases, reflexiones y opiniones que aquí expresa. Y puedo contar el placer de haberle conocido, junto a Silvina y Josevi Blender (gran ilustrador y experto en novela negra) en Valencia. Es un honor tenerle de maestro, Felicidades por la entrevista.

  4. Muchas gracias David por tu comentario. Coincido en la suerte que hemos tenido en conocer a Néstor, y en el placer de leer su entrevista. Ha sido todo un honor para mi tenerlo en mi blog. ¡Un abrazo!

  5. Nestor Belda tiene un don, que al cultivarlo a florecido de forma natural en el libro Todas Son Buenas Chicas. Es increíble que no tenga más libros publicados. Luego ves que hay chicas de veintipocos años que van por cinco o seis libros publicados… Y solo puedo flipar en colores. Es un genio de la literatura y el tiempo lo pondrá en su sitio. Un saludo

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