Viaje a Ghana (5) de (7) Murciélagos alrededor de una catarata

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EL TELÉFONO DE LA HABITACIÓN SUENA A LAS SElS Y MEDIA DE LA MAÑANA. Molesto, me llevo el auricular al oído y el recepcionista me dice que un conductor espera por mí en el hall. Le contesto que estaré listo en una hora o incluso dos. Sigo durmiendo un rato más y luego desayuno con una cierta calma.

Más tarde camino hacia el hall y en la puerta me encuentro con un hombre fuerte que espera por mí. Pongo cara de “no sabía que usted me ha estado esperando todo este rato”, nos estrechamos la mano, intercambiamos algunas palabras y a continuación nos montamos en un todo terreno marrón rumbo al Este de Ghana, concretamente a las cataratas de Wli y al santuario de Monos de Tafi-Atome. Por el camino los dos vamos callados. El día anterior, cuando Francis conducía, ninguno de los dos abrió la boca, pero ahora yo estoy ahí en ese coche y comienzo a darle a la sin hueso, recordando que un escritor debe estar siempre aprendiendo. De modo que le pregunto al chófer que de donde es y Kwaku me dice que es del Este, de la zona del Volta (precisamente a donde nos dirigimos) Me dice que tiene tres hijos, dos niñas y un niño y que lo único que quiere es darles la mejor educación posible. También me explica que en Ghana es muy normal que la juventud (la que se lo puede permitir) marche a estudiar al Reino Unido, aunque Kwaku prefiere los Estados Unidos.

Kwaku apoya al NPP (los liberales) pero defiende al presidente Atta del NDC (socialista) “porque es mi presidente”. Algo parecido me había dicho Comfort de Ellen Johnson (presidenta de Liberia) Nunca la ha votado pero la defiende por el simple hecho de ser su presidenta. Me da la impresión de que aquí, en el Oeste de África hay más respeto a los políticos y a la autoridad de lo que ocurre por ejemplo en Europa.

Asimismo, no parece que haya una crispación tan acentuada entre el partido gobernante y la oposición. Parecido, es el sentimiento que hay hacia los ingleses, antiguos colonizadores de Ghana, “nos llevamos bien”, me dice Kwaku. “Los ingleses -continuó Kwaku- le dieron la independencia a Ghana, pero a cambio de asegurarse la continuidad de los vínculos comerciales entre los dos países. Y lo consiguieron”.

Kwaku también me dice después que en Ghana a la gente se le pone el nombre dependiendo del día de la semana que ha nacido. Uno puede elegir un nombre, pero siempre tiene que combinarlo con el nombre que le toca por haber nacido en un determinado día. Por ejemplo, a los nacidos en viernes, se les llama Kofi.

Hablamos, hablamos mucho, mientras por el camino se va desplegando el clásico paisaje de plátanos, plantains, ñame… Tras unas buenas horas, llegamos a la región del Volta. El paisaje se va haciendo más verde, más ondulado, hay montañas. Al poco cruzamos el famoso puente que atraviesa el río Volta. Se trata de la presa de Akosombo, una faraónica obra construida bajo el mandato del ex presidente Nkrumah, que le obligó a depender demasiado de una empresa norteamericana de nombre Valco. Todavía hoy se duda de la rentabilidad de esta obra. Pero al Volta le da igual, y éste se presenta pacífico y enorme. Cruzamos.

Pasamos por varios pueblos como Ho, más tarde Nkrumah, villas llena de ritmo africano. Aquí me bajo del coche para comprar agua y me sorprende ver a una chica blanca apostada en la caja, atendiendo a los clientes. Cuando voy a pagar, la chica blanca y yo nos quedamos un poco atascados, sin saber muy bien qué decirnos ¿Livingstone?, “enjoy your day”, me dice finalmente. A continuación, Kwaku me lleva a un paraje lleno de tranquilidad y verdor, donde parece que el tiempo descansa. Me bajo del coche y me meto en una caseta donde dos viejitos deambulan en el interior. Con toda la parsimonia del mundo, uno de los ancianos anota mis datos y me entrega un recibo. “Disfruta”, me dice el otro viejito con una sonrisa.

Afuera me espera un guía. Se trata de un niño de unos quince años que se acaba de despertar de una ligera siesta. Nos adentramos en una especie de bosque encantado lleno de cañadas y riachuelos, precedidos de mariposas que revolotean para indicarnos el camino. Las hay de todos los colores, naranjas, blancas, amarillas… Por el camino nos cruzamos con muchos niños de un colegio cercano. Todas las niñas llevan el pelo rapado por imperativo escolar. Por eso la mayoría de ellas llevan pendientes que les dan un toque delicado, atractivo y muy femenino.

Los niños, las niñas, me saludan unos, me miran extrañados otros, y el guía me dice unas palabras en Ewe, que es la lengua más hablada por esta zona. Yo les digo “¿como estás?” en Ewe, y ellos afirman con la cabeza, o dicen “yeah”. Yeah, yes, que es la manera de decir, “bien”. También responden con un “I heard you”.

Pero yo le digo al guía que cuando me responden, “te he escuchado”, no me están contestando a la pregunta de cómo están. El guía se ríe y sigue caminando a un ritmo rápido pero bajo un estilo pausado. Y yo sigo saludando a las coquetas estudiantes, a los espabilados estudiantes.

Voy descubriendo el árbol del cacao, el del mango, la papaya, el algodón… Hasta que vamos presintiendo las cataratas. Es bajo un grupo de mangos donde se escapa un pequeño ángulo que permite avistar por primera vez toda este milagro natural que cae desde unos trescientos metros de altura. Un ángulo que muestra un agua salpicada, fruto de su encuentro violento con el lago, unas salpicaduras marrones y revueltas, casi infernales.

Y unos pasos más adelante, ahí arriba, por fin la catarata de Wli cayendo de manera colosal, rodeada de murciélagos que custodian el origen de la caída, el nacimiento del descenso. Desde ahí, los murciélagos se mezclan entre ellos, cuesta reconocerlos, casi parecen morados, incluso oxidados, y gorjean. Gorjean mucho los murciélagos.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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