Los juegos del Pacífico y otras cosas de las que usted no ha oído hablar en su santa vida (2) de (3)

Papúa Nueva Guinea

Pero las entradas para ver el fútbol, rugby y cricket, no eran las únicas que obraban en mi poder. Hacía tiempo había comprado también la entrada de la inauguración de los Juegos de manera casi rutinaria. Una amiga había bajado al banco BSP a comprarla casi sin ganas y desde allí me había enviado un mensaje preguntándome si estaría interesado en asistir a la ceremonia inaugural de los XV Juegos del Pacífico. “Vale”, contesté yo sin mucho interés en medio del frenetismo laboral. Nadie me podía decir en aquel momento, que nunca me arrepentiría de haber comprado esta entrada…

Empecé a saberlo cuando el día de la inauguración se presentó en la vida, como se presenta todo lo que tiene que pasar en la vida. Con dos amigas nos subimos en mi Toyota Hilux blanco y nos dirigimos al Sir John Guise Stadium.

Por supuesto, íbamos un poco emparanoiados por la seguridad. Así es como uno respira siempre en Port Moresby: en modo alerta, expectante, como si le faltase un poco de oxígeno al aire.

Nos adentramos por Waigani Drive pero no pudimos progresar mucho ya que las calles habían sido cortadas por la policía. Así que tuvimos que dejar el coche dentro de las enormes instalaciones de Vision City: un centro comercial que acoge una sala de cine, un supermercado, muchos restaurantes y un montón de comercios.

Aún era temprano, así que para hacer tiempo, teníamos que ir a pie a la casa de una de mis amigas con toda la tensión que ello conllevaba. Hacía unas pocas semanas, una chica europea había sido violada de manera salvaje por más de ocho papús y podías sentir el poso de miedo y terror que atenazaba a la comunidad expat, sobre todo al género femenino. Por eso cuando empezamos a caminar los ochocientos metros que nos separaban de la casa de una de mis amigas, no pudimos evitar sentirnos atrapados por un ambiente enrarecido donde la mente disparaba a mansalva flechas envenenadas cargadas de imágenes crueles.

Ciertamente, al salir del coche nos vimos de repente “rodeados” por centenares de papús que desfilaban en masa hacia el estadio. Había un ambiente colorido, ondeaban las banderas rojinegras de PNG, los autobuses circulaban cargados de deportistas que por la ventanilla también agitaban las banderitas de sus respectivos países del Pacífico, con ese tono carnavalesco que estas banderas poseen. Había gente que gritaba, alguno que otro iba borracho, y unos cuantos miraban de arriba abajo a mis amigas que caminaban de manera firme, acongojada y con rostro extremadamente serio por el borde de Waigani Drive. Después de unos inquietantes minutos que parecían durar una eternidad, por fin pudimos entrar en el compound de una de mis amigas.

Aquí nos tomamos algo, tratamos de relajarnos y al rato nos pusimos de nuevo en marcha para dirigirnos caminando al Sir John Guise Stadium, esperando de nuevo que todo transcurriese con normalidad.

En medio de la marabunta, tratamos de pasar desapercibidos y así fue como nos plantamos en frente del estadio, que por cierto había resultado ser un señor estadio. Sí, a pesar de los nervios y los apuros finales, el estadio había quedado realmente bien, no teniendo nada que envidiar a cualquier estadio europeo de categoría.

Ya dentro, pudimos apreciar el verde césped rodeado por una pista de atletismo reluciente y una gradas repletas por un país que acogía el acontecimiento de manera expectante.

Nosotros pudimos sentarnos en la zona vips, no muy lejos de personalidades tales como el presidente del país Peter O’Neil y sus ministros, además de otros altos mandatarios de otras naciones del Pacífico y del mismo príncipe Andrew, Duque de York que se había desplazado desde el Reino Unido para inaugurar los Juegos y para recordar también que PNG era aún miembro de la Commonwealth

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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