Vas a Irlanda a aprender inglés, y acabas hablando italiano. Vas a Londres a aprender inglés, y acabas perfeccionando tu castellano. Así es: hay muchos casos de gente que fue a un sitio a aprender inglés (u otro idioma) y se encontró con tantos compatriotas o nacionales de otro país que vino hablando de todo menos la lengua de Shakespeare. Pero quieto ahí, un momento: eso de encontrarte en el extranjero con gente que no es de allí como tú, tiene también unas ventajas insospechadas. Una muy grande, es que te enteras de cómo va el mundo, sin moverte.
Me pasa a mí en Papúa Nueva Guinea donde no me hace falta ver la CNN o la BBC para saber que está pasando en este planeta suspendido en el espacio. ¿Para qué? Te cuento. Anoche mismo me encontré a Anatoli en el restaurante Sogno. Anatoli es de Kazajistán y dice que echa de menos la URSS. “En aquella época todos teníamos un trabajo, una ocupación. A nadie le faltaba de nada. Se vivía tranquilo. La comunicación además no era un problema: todos teníamos una sola lengua, el ruso”. Cuando le pregunto por las largas colas que había que hacer en la época soviética para acceder a los alimentos, me dice, “eso sí es verdad, para encontrar comida era un rollo. Podías estar haciendo una cola durante horas y horas, para llevarte con suerte una barra de pan, y todo eso con un frío que no veas”.
Le menciono también a Anatoli la falta de libertades durante aquel periodo y contesta, “yo mismo fui interrogado más de una vez”, apunta divertido, “te llevaban a un cuarto con muy poca luz y un poli con esos gorros rusos y esos cinturones de latón te hacía todo tipo de preguntas para ver si estabas compinchado con la CIA, era de coña”. “¿Y a pesar de todo eso, sigues echando de menos la URSS?”, digo levantando una ceja. “Aquello era otra vida, una vida de bienestar. Tenías que ver a la gente del Komsomol, cuando nos reuníamos todos, miles y miles de camaradas, esas chicas preciosas uniformadas, los desfiles…”.
Sentado a la derecha de Anatoli, Andrew, un consultor británico que vive en Brisbane me dice que está muy preocupado con lo del Brexit, “no sé a dónde vamos”, añade antes de tomar un sorbo de vino blanco. “En el Reino Unido todavía hay una proporción muy alta de gente que no ha salido de su barrio. Odian todo, sobre todo al inmigrante al que siempre ven como un enemigo. Sus vidas son rutinarias, monótonas, racistas y no ven más allá”.
Andrew también tiene tiempo para hablar del terrorismo en su país, “después de haber sufrido al IRA, no te voy a decir que al inglés medio le importa un pito los atentados que han ocurrido por ejemplo en Londres o en Manchester estos últimos meses, pero el británico medio te dirá, ¿diez muertos, veinte muertos? Ok, ¿qué le vamos a hacer? Y siguen para adelante”.
Le digo a mi amiga alemana Julia que cada vez que revelo en el extranjero que soy español, la gente me sale con el fútbol, con el Barça, el Madrid, Messi, Ronaldo. “España es sinónimo de fútbol”. “¿Y Alemania con qué se relaciona?”. Julia niega con la cabeza, “en la oficina las pocas veces que he dicho que soy alemana, la gente me ha nombrado a Hitler, y no es la primera vez. Es muy difícil sacarse esa loza de encima. Los propios alemanes, la mayoría de ellos a pesar de que no estaban vivos durante la guerra, no paran de autoflagelarse y repetir lo malo que fue Alemania y que por eso merecen ser castigados una y otra vez”.
Una amiga peruana está muy esperanzada con la reciente elección de Pedro Pablo Kuczynski. “Por primera vez en mucho tiempo, tenemos en el Perú un presidente preparado, un presidente que sabe lo que dice”. Santiago, un ex militar uruguayo, tiene una visión un tanto diferente de la cosa política. Se queja el charrúa de cómo se ha desprestigiado a las cúpulas militares que gobernaron Uruguay hace unas décadas.
“Mucha gente dice que aquello era un estado policial, ¡una dictadura! pero los militares se limitaban a dirigir el país con dignidad. En la calle por ejemplo, te pedían la documentación, y si tenías todos los papeles en regla, no había ningún problema, siga, te decían, listo”. Mi amiga chilena Lorena, se queda un poco callada y adopta un rostro un tanto hierático cuando le expreso en el restaurante indio mis sentimientos antipinochetistas. Le hablo del MIR, de Carlos Lafferte y se queda más callada aún. Sólo hablará un minuto después para decir, “aquí nadie es santo”, y me habla a continuación de lo bueno que está el pollo con curry.
En el coche se ha subido Vasili, un tipo muy grande. Cuando me dice que es de Georgia, no puedo reprimir decirle con una pequeña sonrisa, “vaya, igual que Stalin”, un comentario que no le hace nada de gracia. Consciente de mi metedura de pata, le pido como perdón, él me dice que no pasa nada y agrega, “desgraciadamente no tenemos un Iniesta en Georgia, para que todo el mundo nos identifique con él en lugar de seguir relacionándonos con otros personajes”.
Una chica canadiense me dice que Stephen Harper fue un primer ministro tremendamente conservador y aburrido. Lo de aburrido, parece enervarla especialmente. “Era muy, muy, muy aburrido”, se queja de nuevo. Antonella, una amiga italiana me dice que la política de Italia “es un cachondeo”. “Igual que en América desde que está el payaso de Trump”, coincide Helen. Un portugués de nombre Carlos, se sorprende del ascenso de Podemos en España y se queja porque, “en Portugal no tenemos esos huevos”. Un indio que repara coches me informa que si alguien en su país no se ha casado antes de los veinticinco años, “es que tiene un serio problema”.
En el Crown Plaza Hotel de Port Moresby, hablo con una surcoreana y cuando le pregunto por sus vecinos de Corea del Norte, pone cara, “no podemos ni hablar con ellos, me dice. Si vemos alguno, tenemos que informar al Gobierno”. Cuando le pregunto si está a favor de la anexión, encoge un poco los hombros, lo combina con un conato de vaga afirmación, “sería un proceso muy caro”, añade.
Una chica rubia y bajita me dice que es de Aberdeen, el mismo pueblo de Kurt Cobain y que aquel sitio, “es una mierda”. Mi amiga irlandesa Michelle, me dice que durante muchos años, no sabía ni como hablaba el líder del Sinn Fein, Gerry Adams, porque siempre aparecía en la televisión de su país, como tapado, en una esquina y sin voz. “Para muchos irlandeses, era como una especie de fantasma”.
John me dice que no me confunda, que no es australiano sino neozelandés. “¿Cuál es la principal diferencia?”, le pregunto. Se queda pensando un poco y dice, “bueno, nosotros somos más pacíficos, a los australianos le gusta más la guerra, ahora mismo quieren irse a luchar a Siria…”.
Mi amigo japonés Natzuki, me dice que Japón ya se ha disculpado por los daños causados durante la segunda guerra mundial, “a pesar de que el nacionalismo sigue siendo una poderosa fuerza”. Me dice que en el país nipón no se fían de China, “¿todavía?”, pregunto. “Nunca se sabe”, me dice llevándose un trozo de pescado a la boca. Algunos colegas de Zimbabue me dicen que lo de Mugabe es tan sorprendente como impresentable, “no se muere ni pa trás”. Les digo que por otro lado, Zimbabue tiene fama de ser un país muy bonito, “antes lo era mucho más”. Un amigo israelí me dice que las fuerzas de seguridad hebrea ejercen tal control en el país, “que escuchan hasta tus pedos, aunque sean silenciosos”.
“¿Y cómo está España?”, me preguntan a mí también, en este caso un noruego de nombre Tomas. “Aunque es verdad que hoy en día con internet, te enteras de mucho, llevo ya unos cuantos años fuera”, me disculpo.
“¿Pero no hay algo que te haya llamado la atención durante estos años?”, insiste el escandinavo. Me animo y digo, “bueno sí, durante estos últimos años, destacaría dos cosas. Una es el auge de Podemos, algo que hacía falta. La segunda es la aparición de un medio cultural como Jot Down, que en su momento me dejó bastante flipado. Jot Down me sigue gustando mucho, Podemos ya no tanto…”, concluyo.
¿Y a ti lector, te ha pasado que vas a un país y acabas sabiendo más de otros, inclusive su lengua?
Información básica sobre protección de datos: