La literatura australiana tiene un problema. Reseña literaria de LA MONTAÑA, de Drusilla Modjeska

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El que no escriba bien, a la cárcel. Si hasta hace poco decía en un post que tal vez habría que crear clasificaciones literarias para evitar los bodrios y realzar la auténtica calidad escrita, ahora pienso que se podría ir incluso un poco más lejos, instaurando un código civil en la literatura que sancionase a los escritores mediocres, y si me apuran también un código penal que castigase con penas de cárcel (¿literaria?) a los escritores que causasen daños y sufrimientos irreparables a los inocentes lectores.

Lo he pensado varias veces mientras leía The Mountain (La Montaña), una novela de la escritora australiana Drusilla Modjeska quien cuenta conviene decirlo, con el respeto de la crítica y público de su país. Una buena reputación que me deja un poco anonadado, pues lo único que me ha dado este libro es sufrimiento del malo.

Vayamos por partes. Me había bajado esta novela al kindle (¿se dice así?) después de que me la recomendase una amiga australiana a la que por cierto ya no voy a hacer caso nunca más, puesto que fue ella también la que me recomendó que leyese The Beloved, de Annah Faulkner, otro autora que también debería ser juzgada por el tribunal penal y además con agravantes por haber dañado tan sagrado apellido.

Pero ustedes me perdonarán: cuando uno vive en Papúa Nueva Guinea (PNG), cae en este tipo de aventuras. Tratas de acercarte a la cultura del país, a su literatura, intentas leer libros de gente que ha vivido aquí y todo eso, con la simple intención de saber más e integrarte mejor.

Si bien esta noble disposición me ha permitido descubrir algunos magníficos escritores del Pacífico como el gran Epeli Hauʻofa, lo cierto es que los autores australianos que he leído hasta ahora y para ser más preciso, las autoras australianas, me han parecido un auténtico fiasco.

¿De qué va The Mountain? Pues nos encontramos en los prolegómenos de la independencia de PNG, allá por el año 1968, principios de la década de los 70. Un país que hasta el otro día era una colonia de Australia, se prepara para emprender el camino autónomo de la soberanía. Rike, una holandesa llega con su marido Leonard a Port Moresby, donde éste último trabajará en la universidad de PNG en asuntos antropológicos.

La muchacha (que tal vez sea la misma Drusilla quién vivió en PNG por aquella época…) no tarda en enamorarse de Aaron, un papú muy guay que lucha por la independencia de su país. Rike decide abandonar a su marido e irse con Aaron y así iniciar una nueva vida. Alrededor de la pareja, pululan todo tipo de personajes, tanto locales como expatriados, gente que va desde bohemios escritores, profesores, hasta locales buenos y locales ambiciosos como Jacob, el hermano de Aaron.

Aunque Rike y Aaron son felices juntos, hay algo que no funciona, ya que se trata de una unión que nunca acaba de tener el beneplácito de la comunidad de Aaron, y lo que es más doloroso para Rike: no consigue darle un hijo.

En la segunda parte, PNG ya es independiente desde hace tiempo, pero la evolución del país no ha transcurrido como muchos soñaron. Esta vez el protagonista es Jericho, el hijo que Leonard tuvo con Janape, una mujer local. Jericho regresa al Pacífico para conocer a parte de su familia y descubrir sus orígenes melanesios.

Pero Jericho también vuelve para saber que le pasó a Aaron, que le pasó a Rike y qué le pasó a todo ese grupo de amigos que hoy en día está totalmente fragmentado, cuando no muertos. Jericho vivirá un tiempo en la montaña donde se curte en la vida local y en el entorno de la comunidad. Allí descubre que es una especie de elegido, un regalo de los dioses.

Por fin Martha, una amiga de Rike que acabó muy mal con ella, le revela lo sucedido con Aaron y lo que ocurrió entre todos esos amigos, esa generación que estaba destinada a vivir un cambio, una nueva sociedad y que en cambio se encontró con el factor humano y la dura realidad de la vida que antepone el dinero y el poder a todo lo demás.

Y después de páginas y más páginas, y más páginas, el libro llega a su fin. Leí la última con una mezcla de hartazgo, indignación y alivio. Lo curioso es que cuando me pregunté por qué no me había  gustado el libro, en qué fallaba, no me resultó tan fácil adivinarlo. Debo admitir incluso que hasta me llegaron a gustar las primeras páginas, pero al poco, ya no podía más con The Mountain.

Me estaba pareciendo un rollo de mucho cuidado, tejido por una retórica vacua, simplona, compuesto por unas costuras literarias muy sueltas, con bastantes tópicos del tipo local bueno vs hombre blanco malo e ignorante, y con unos personajes confusos, mal articulados (cuando no irritables como muchas veces la propia Rike que al final queda descolgada, al igual que Aaron) e incomprendidos, de los que quizás solo escape el escritor bohemio Milton.

Como telón de fondo, asistimos a una ausencia de conflicto, o a unos muy débiles si aceptamos que la incógnita que el futuro de PNG suponía puede ser considerado como tal, al igual que la relación imposible entre Aaron y Rike que también resulta muy mal tramada. Luego se nos dice que había un misterio que tenía que ver con la muerte de Aaron y la extraña relación de todo el grupo.

Pero en lugar de desvelar el hipotético misterio de manera gradual, éste se resuelve de manera facilona, poniéndolo en la boca de un personaje, en este caso Martha, para que suelte la parrafada final y resuelva un misterio que ni siquiera se ha construido correctamente. Un mal recurso que por cierto recuerda al utilizado por J.K. Rowling en Harry Potter y la Orden del Fénix.

En definitiva, The Mountain no emociona para nada, ni siquiera cuando pretende explorar los entresijos de PNG (poco emocionantes para los que hemos vivido aquí) y su mundo local, la convivencia con la comunidad, la montaña, el barkclothe… No funciona, no hay solidez y definitivamente no hay calidad.

Y eso que Drusilla Modjeska se metió un buen curro, como parece asumirse después de leer las últimas páginas del libro, donde informa de todo su trabajo de investigación y las numerosas entrevistas que llevó a cabo, los continuos viajes a PNG… Pero ni aun así.

Lo gracioso es que después de acabar el libro, me dirigí a Goodreads a ver lo que decían otros lectores, y me encontré con una retahíla lisonjera alrededor de The Mountain. Muchos de los opinadores tenían el mismo perfil: mujeres australianas de 35 a 60 años a las que les había encantado la “novela”, como te hacía sentir PNG y todo eso. Ver para creer.

Con todos mis respetos, mi humilde impresión es que toda esta gente no ha leído a escritores buenos de verdad, más bien parecen haber navegado siempre en las corrientes del chicklit y otras naderías. Y lo que es más grave, esta gente y muchos otros, considera que Modjeska es de lo mejorcito de la literatura australiana, lo que nos lleva a resolver que la literatura australiana tiene un problema. Un serio problema.

De todos modos, si algo bueno tiene este libro para mí, es que seguramente a partir de ahora, no seguiré leyendo libros malos o libros que después de veinte páginas me aburran soberanamente. Hasta ahora, contra viento y marea, he continuado leyendo hasta el final lo que fuese, incapaz de cerrar un libro sin haber leído antes la última letra del mismo. Ya está bien.

Lo dicho, un código civil en literatura que castigue a los infractores de la calidad literaria, no es ninguna idea descabellada, tampoco lo es un código penal que contemple los delitos literarios más flagrantes.

Drusilla Modjeska nació en Londres pero está asentada en Australia desde 1971. Ha publicado varias novelas como Poppy o The Orchard. También ha recibido varios premios incluido el New South Wales Premier’s Literary Awards que lo ha ganado varias veces.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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