“¿CONOCES A TEDDY?” Reseña de un cuento único de J.D. SALINGER

Teddy

Un matrimonio fracturado regresa a casa en barco tras pasar una temporada en Europa acompañando a su hijo Teddy en unas entrevistas con diferentes prestigiosas universidades.

Teddy observa desde la ventanilla de un barco u ojo de buey el Océano mientras a veces reflexiona e interpreta la realidad de forma distinta. Se intuye así, que este niño de unos 13 años es sin duda alguien diferente. Como el autor de este cuento.  Jerome David Salinger tenía unos 34 años cuando se inventó estas más de 9000 palabras. Se encontraba en plena consagración tras el reciente éxito de El Guardián entre el Centeno y su talento estaba fuera de toda duda. Este bagaje, este talento le permitió al escritor neoyorquino elaborar un cuento sin duda diferente, propietario de un estilo y una voz propia.

El cuento tiene detalles cualitativos ya desde el principio cuando se dice eso de “I’ll exquisite day you,…” una expresión prácticamente inventada por J.D. que dota al relato de una sensación empezada, una cara que ya te suena, como que estás leyendo algo que viene de antes, al estilo de muchas historias de Chejov. La historia se cuenta en presente, está sucediendo ahora y el punto de vista del narrador es una tercera persona un tanto singular, que progresivamente va adoptando el punto de vista de Teddy, cediéndole terreno a la vez que el personaje principal se va agrandando. Ocurre lo que está pasando, no lo que Salinger vio, inventó o creó. Neutralidad.

Teddy se nos presenta viendo el océano desde una ventanilla de barco, se siente (aunque no se insista prácticamente en ello) el navegar sereno del pesado buque, la inmensidad del océano, la paz brindada por el sol y la brisa… No es necesario recordar, recalcar que el barco se contonea, que las olas acarician la proa…, el lector ya presiente la embarcación, el mar sin que se le recuerde.

En cuanto a los personajes, éstos están muy bien construidos, claramente diferenciados. Teddy es único con esa áurea de buda diabólico, esa frialdad casi cruel, esa serenidad pacificadora, anticipadora, esa corona zen, esa levitación… Su hermana Booper es el diablo. Maligna. Se parece un poco a su madre, a la que odia. El padre parece sin duda el menos inteligente de todos pero puede que la mejor persona, aires de calzonazos. En cuanto a Nicholson, se trata de un tipo alegre, con una extroversión que lo distancia más aún de Teddy.

Todos estos personajes van cumpliendo a la perfección su papel dentro de una estructura muy bien pensada por J.D., un marco sólido compuesto por escenas y secuencias magníficamente construidas, creadas con una gran naturalidad dentro de un espacio original: un barco (suponemos que un trasatlántico) cruzando el océano.

Un armazón que nos presenta en primer lugar a unos padres desastrados, para dar paso a diferentes escenas reveladoras de una despiadada Booper entretenida con los discos del tejo, mientras le dice cosas terribles a un niño para mostrarnos lo miserable que es, para ir enlazando con el paseo de Teddy hasta los asientos-hamacas donde comenzará a escribir su diario y desde donde será avistado por Nicholson que entra en el relato con la dosis de misterio que le da un hombre observando detenidamente a un niño a lo lejos.

Se suceden varios conflictos, necesarios para que el cuento fluya: la grieta matrimonial, el padre ordenando a Teddy a bajarse de la maleta, las reprimendas de Booper al niño indefenso, la desaparición de la cámara fotográfica, la discusión-conversación entre Nicholson y Teddy Es este diálogo precisamente, el punto álgido del relato. El momento en el que la idea principal del cuento, la intención psicológica, filosófica de Teddy, de Salinger (Salinger tenía mucho de espiritual) sale a relucir. Teddy denuncia la visión tan superficial de las cosas en Occidente, el sometimiento a la razón, la imposición subjetiva y alienante de los valores creados por otros, la visión miope del humano medio ante la verdadera realidad que lo rodea, ante el mundo…

Teddy propone ‘desaprender’, formarse un conocimiento independiente basado en la propia percepción de cada uno sin interferencias, desligarse del yugo de la razón, ser conscientes de la capacidad infinita de las cosas, de la presencia de Dios en todos los sitios, en todos los objetos… Este es repito, la columna vertebral del cuento, su leimotiv.

Pero hay más. Salinger “literaturiza” la filosofía: nos explica a través de la boca de un niño, unas ideas y teorías que bien podrían provenir de Hume cuando por ejemplo se propone que nos desliguemos del conocimiento adquirido para iniciar una nueva percepción independiente, de Nietzsche al revelarnos que la escala de valores, no es más que un código alienante interesado establecido por seres humanos, por la costumbre, en Aristóteles cuando Teddy dice que si él no hubiese visto las cáscaras de naranja flotando sobre el océano, las cáscaras no existirían en el Evangelio, “el cuerpo de Cristo está en todos lados”, en el hinduismo, en la teoría vedántica de la reencarnación…

Sin duda, este mensaje digamos filosófico, convierten al cuento en una obra original desde el punto de vista literario, si tenemos además en cuenta que fue escrito por los años 50. Posiblemente sólo Herman Hesse con su Sidharta publicado en 1922 (poco más de 30 años antes de este cuento), fuera el intento más ambicioso en el sentido ‘espiritual’, y tal vez Salinger encontró alguna inspiración en la novela del suizo alemán.  Hay que decir que desde una óptica filosófica sin embargo, Teddy no crea digamos valor añadido, no se dice nada nuevo. Pero Salinger era un escritor, no un pensador.

Estamos por otro lado, ante un cuento inteligente, no asequible para todos los públicos, fino en el detalle que hacen pensar en un Carver cogiendo bastante recorte de toda esta variedad de posibilidades físicas mostradas por J.D. Destacable también el simbolismo, el cuidado que por ejemplo Teddy tiene con las cenizas, haciendo tal vez una alegoría de la reencarnación, las cáscaras de naranja hundiéndose en el océano, quizá tan potentes como las magdalenas de Proust

Los detalles, como he dicho son fundamentales. Por ello, es recomendable que se lea al menos dos veces este cuento. Yo lo hice así, y en el segundo intento fue cuando constaté que Teddy había escrito en su diario, “Pasará hoy o el 14 de Febrero de 1955 cuando tenga 16 años. Es incluso ridículo mencionarlo.” Este desenlace (tendrá que descubrirlo el lector por sí mismo) lo anticipa también unas páginas antes de finalizar el relato, cuando le dice a Nicholson que hoy mismo su hermana podría empujarle…

Por otro lado, es interesante poner de relieve también como Salinger elige el nombre de osito Teddy para un protagonista que es la antítesis de la ternura. Asimismo, me llamó también la atención la narración de un ambiente casi hostil, antipático, bajo un tiempo fantástico, sol reluciente, un océano relajante…como la buena fotografía, el resalte del contraste enriquece la imagen, los sentimientos.

Salinger innova también al inventarse palabras como ‘outmale’, siguiendo a Benedetti (sin saberlo) cuando el uruguayo afirmaba que si la palabra que buscamos no está en el diccionario, hay que inventársela. J.D. unos diálogos de una precisión milimétrica

He de decir, que a pesar de todos estos aspectos positivos, se me hicieron un tanto lentos, un poquito pesados, ciertas partes del cuento. Parecía que a veces le costaba un poco fluir, deslizarse. El diálogo entre Teddy y Nicholson agiliza y eleva el nivel del cuento, pero tal vez, era necesaria una mayor regularidad narrativa, una mayor constancia dinámica.

En cuanto a la propuesta del relato, si se quiere denominar así, sin duda, daría para un interminable debate filosófico. Aunque disfruté con las reflexiones de Teddy, debo reconocer que no me sorprendieron. Ya había reparado en ellas, ya me había hecho esas preguntas, ya le había dicho a un amigo que por qué no llamar a la cerveza, burro, en lugar de cerveza, o llamarle xicu, por ejemplo. Ya sospechaba en definitiva que la objetividad no existe.

Y por otro lado, ¿No propone Teddy al fin y al cabo (indirectamente) un nuevo escenario poseedor también de sus propias reglas (¿alienantes?) aunque fuesen irracionales? ¿No es quizás esa libertad que defiende Teddy en realidad un desamparo, un volver a atrás, un confundir las lenguas como sucede en la Biblia…? ¿No puede ser la irracionalidad otro yugo? ¿Cómo sabe Teddy que las cosas son así? Lo dicho, el debate sería interminable, inabarcable.

Y es que lo que ves o escuchas puede ser en realidad otra cosa. Ya lo dice Hesse en Sidharta “Todo parece algo diferente cuando se expresa, algo falseado, algo necio, sí, y también esto está bien y me complace muchísimo; aún con ello estoy perfectamente de acuerdo que lo que es tesoro y sabiduría de un hombre suene de un modo tonto en los oídos de los otros”.

¿Y tú lector? ¿Has leído Teddy? Me encantaría saber tu opinión al respecto.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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