A estas alturas, Limónov está bastante cansado de tantos avatares y de pronto se le ocurre la idea de escaparse con algunos nasbols a Asia Central, con la idea de desconectar un poco pero también para ganar a gente para su causa. A Limónov le encantará esta región con aires místicos y donde conocerá a Zolotariov, un hombre que le introduce en la meditación, en el karma, y que acaba teniendo una gran influencia en su vida.
Limónov y los nasbols básicamente se dedican a vivir en esta zona en contacto con la naturaleza mientras refuerzan su posicionamiento ideológico. Enamorado de esta región, Limónov volverá mas adelante para comprobar desolado que han asesinado a su amigo Zolotariov.
Para mas inri, al poco todo el grupo de nasbols será detenido en esta región y Limónov enviado a prisión acusado de actividades políticas relacionadas con intentonas de golpes de estado.
Mientras tanto, en Rusia el gobierno de Yeltsin se derrumba y es ahora Putin el que ha tomado el control. Un Putin que había vivido con pesar la caída del comunismo y lamentado la aparición de esta ‘transición de choque’ que ha disparado los precios y dividido a Rusia entre una minoría de ricos mafiosos y una inmensa mayoría pobre. Pero precisamente esta minoría criminalizada será la que aúpe a Putin al poder, que una vez en él traicionará a sus “amigos” para convertirse en el amo total de Rusia.
Putin no es partidario de volver a la época de la URSS, pero guarda un profundo respeto por la época soviética y todo lo que esta revolución significó para las generaciones anteriores. En realidad Limónov y Putin piensan de manera parecida, pero éste último nunca apoyará esa forma de hacer política, explícitamente agresiva y sin medias tintas del escritor.
En la cárcel, Limónov acepta desde el primer momento su destino y trata de sacarle el mayor de los jugos a la experiencia ya que en el fondo sabe que ese es el precio de la aventura, el coste de llevar una vida diferente. En el presidio convivirá con esa clase social marginal con la que tanto se identifica. Aquí comprobará una vez más la ambivalencia del ser humano, la imposibilidad de las verdades absolutas. Pasará más adelante a un campo de trabajo, el campo de Engels, donde sigue con su aprendizaje, recordando a Zolotariov, viviendo el presente, estando despierto en cada momento hasta el punto de alcanzar un día el nirvana mientras limpia un acuario. Poco después, el gobierno de Putin se acaba compadeciendo o quizás acaba conviniendo que lo mejor es soltar a este loco escritor para evitarse problemas y por tanto lo libera.
El escritor ruso ucraniano vuelve a salir a la calle donde acabará formando un partido con el famoso ajedrecista Kaspárov, “Nueva Rusia“, que fracasará estrepitosamente en su intento de acabar con Putin. A su vez, su novia ninfómana Natasha ha muerto de lo que parece ser una sobredosis, algo que destroza a Limónov. Y eso que Eduard se había echado una novia mucho más joven durante todo este periplo, una jovencita con aires punks a la que acabará dejando por una mujer A (que es como califica a las mujeres muy guapas Limónov) mujer que por cierto lo acabará abandonando.
El final del libro acontece con Carrère visitando a Limónov en Moscú, donde vive modestamente protegido por sus nasbols. Carrère entrevista a Limónov que se muestra frío, un tanto distante, muy ruso, fiel su personalidad. A estas alturas Limónov y Kaspárov son enemigos, el ruso ucraniano que ya es muy conocido en su país, pasa sin embargo de escribir y está más por la labor de llevar una vida más bien tranquila.
El libro acabará con Carrère recordando una vez que se fue con Limónov al campo donde le preguntó si se veía así en su retiro, en estas felices praderas. Limónov se ríe y contesta que más bien se ve en Asia Central. “Le va”, apostilla Carrère.
Y ahora aquí va mi opinión.
Como dije al principio, desde que empecé a leer el libro no pude dejarlo. La prosa de Carrère se desliza con tal fluidez y suavidad que resulta imposible no dejarse llevar. Uno creería que el estilo del francés es sencillo y su escritura facilona, pero nada más lejos de la realidad: hacerlo fácil es muy difícil. Y Carrère lo hace fácil.
En cuanto a Limónov creo que lo “conocí” por primera vez visionando un video sobre los Balcanes al que ya me he referido aquí, Serbian Epics dirigido por Pawel Pawlikowski donde vi esas imágenes en las montañas de Sarajevo donde se dedicaba a disparar sobre la ciudad. Acto seguido indagué en google a ver quién era ese tipo, leí un poco de su biografía que atrajo relativamente mi atención y luego le perdí más o menos de vista. De hecho, Limónov a pesar de todo, sigue siendo un escritor relativamente desconocido (al menos fuera de Rusia) aunque parece que eso es lo que le va.
Seré sincero: nunca llegué a cogerle el puntillo a este Eduard Limónov. Algo que quizás tenga que ver con la famosa escena de la ametralladora en Sarajevo, la cual (a pesar de que ha podido ser manipulada como defiende Carrère) me parece sencillamente repugnante.
Me da un poco igual que Limónov se justificase diciendo que no apuntaba a ningún civil, ya lo que cuenta es el gesto, la actitud, la disposición moral de plantarse en frente de una metralleta disparando o simulando que se dispara a una población civil. A mí que tanto me gusta el malditismo, pienso que escenas como éstas le hacen perder su gracia, aunque no por ello deja de perder su oscuro magnetismo.
Dicho esto, le reconozco sus méritos a Limónov: ha “triunfado”, estamos hablando de él, lo ha conseguido. Además, ha vivido a su manera. A pesar de ello, desde un principio me pareció que lo que proponía Limónov al menos literariamente, ya estaba visto, suficientemente explotado por escritores de la talla de Henry Miller, Céline, Bukowski, Genet, Houellebecq o el mismo Marqués de Sade, autores por cierto que han escrito con una importante carga de negatividad encima, lo que me hace confirmar la teoría de que el negativismo está cargado de energía y creatividad. El mismo Limónov es un ejemplo, de estilo ‘fuck you’ que tanto triunfó en el mundo contemporáneo a través por ejemplo del movimiento punk. Este radicalismo le sirve además a Limónov para suplir su falta de imaginación.
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