Hay un muerto en mi calle

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AL PRINCIPIO PENSABA QUE AQUEL CUERPO TENDIDO ERA EL DE LA MUJER DEL GENERADOR. Esa mujer que suele pasarse la jornada pegada al potente motor diesel que le echa todo el humo quemado en la cara. Y en las entrañas. Calor. Esa mujer que casi siempre acaba dormida, desarrapada, después de pasarse la noche bajo el martirio de los espasmos, gritando con todo el sentimiento o diciéndole a la puerta y al muro que no tiene miedo, que a ver si se enteran, que ella no tiene miedo. 

Miré mejor ¿sería ella? Desde la puerta de mi casa de Mamba Point se veía un cuerpo tendido y ataviado de ropajes blancos y celestes. Y una mano extendida, dejada, la mano del que se ha olvidado hasta de dormir. Por fin, decidí acercarme lentamente y me di cuenta de que era un hombre. En realidad parecía uno más de los que a veces amanecen aquí, un cuerpo agotado más y recostado sobre el polvo. Un cuerpo acostumbrado al despertar cruel que recuerda la lejanía de una mano cercana, la ausencia de la señora esperanza. El hombre acostado debía ser por tanto, uno de ellos. A pesar de tenerlo todo en contra, se levantaría.

Pero cuando he vuelto a mi casa desde la oficina para comer, el cuerpo seguía ahí. No se había levantado. La misma posición. Eso si que constituía una novedad. Porque esos cuerpos derrotados que amanecen en este barrio, a esta hora ya se han puesto en pie deplorablemente y se arrastran como zombis. Pero ese cuerpo permanecía ahí, quieto.

Y al acercarme por segunda vez, mucho más detenidamente en esta ocasión, me he percatado de que el hombre tenía bajado los pantalones, se le escapaba un trasero flaco que se unía a la parte posterior de unos muslos llenos de pelos foscos y enredados, unos pelos que parecían moscas custodiando unos agujeros y heridas que recordaban a mordidas de perro o a unos pequeños cráteres a punto de erupcionar.

Al hombre también se le salía un trozo de su dañado testículo derecho. En cuanto a su cara, ésta tenía como una capa de pegamento encima, tan fina como pegajosa que cubrían una expresión intensa, una cara que alguien pone cuando huye de algo o siente el peligro.

Por primera vez he pensado que ese hombre estaba muerto y he levantado la mirada. La calle de UN Drive seguía su rutina habitual, los coches pasaban, los transeúntes pasaban y algún que otro miraba de soslayo, y volvía a pasar. Algunos niños jugaban con ruedas de neumático.

He seguido caminando y me han asaltado a la cabeza los espaguetis que me iba a comer en unos minutos. Unos espaguetis cubiertos con sala de tomate, con mucha salsa de tomate. He abierto la puerta de mi casa, he dejado una pequeña maleta sobre el sillón y he pensado por un segundo (un segundo…) que todo es una mierda. Que todo es…

Al salir de casa, con los espaguetis dentro de mi, he vuelto a pasar al lado del hombre. Ese hombre está muerto, debe estar muerto. Y le he preguntado a uno de los guardas, que con un gesto severo y un áurea de malo de película, me ha confirmado tajantemente que sí, que ese hombre está muerto “¿Dead?”, he preguntado de nuevo. “Muerto”. “¿Cómo ha muerto”, he preguntado regañado, llenándome de arrugas. “Algo en la garganta, un veneno, anoche”. “¿Un veneno?”. Y el guardia ha asentido. “¿Y nadie…?”, no he acabado de decir. Y tras zigzaguear mis labios, he seguido por la cuesta de UN Drive. Y mientras me acercaba a la oficina, los mangos seguían ahí, los vendedores de recuerdos liberianos tenían la misma cara, todo el mundo era idéntico a sí mismo. Y yo he entrado en la oficina y me he puesto a trabajar.

Y al tiempo que le daba a las teclas del ordenador, he escuchado a alguien decir, “no es la primera vez que he visto a alguien muerto. De pequeño me pregunté muchas veces que como sería eso, esa cara. Una vez, en una ciudad no muy lejana, me bajé de un coche con unos amigos buscando diversión y un tipo nos dijo que aquel hombre era un muerto que se estaban llevando.

Todo era tan normal, la persona estaba ahí, su pelo, su rostro, su cuerpo. Luego fue una de las mejores noches que pasamos en mucho tiempo”.

Esta tarde, al volver a casa, he visto que al muerto ya lo habían envuelto en una lona blanca. Alguien me ha parado en la calle y se ha juntado una mujer con un niño. Hemos hablado de los idiomas. Todos hemos opinado sobre la importancia del inglés, el francés, el español. Por la calle discurría un ambiente festivo, los coches circulaban a buen ritmo y por sus ventanas sobresalían banderitas y gorros de colores. De fondo, muy buena música, gente cantando, buenos coros. Una fiesta debía estar a punto de comenzar. Alegría.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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