Frankie se indigna en Monrovia

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“FATAL TÍO, GRECIA ESTÁ FATAL”, va diciendo el liberiano Frankie mientras se pasea ruidosamente por la cocina del portugués Gilberto bajo una camisilla color kiwi. “Fatal tío, Grecia está fatal. Acabo de venir de allí, y joder, todo es un estrés, una presión, el banco llamando para que pagues, el buzón lleno de cartas para que pagues, hacienda recordándote que pagues, ¡pagar, pagar, pagar! La gente está nerviosa allí tío, todo el mundo con prisas, todo la peña de mal humor. Fatal tío, Grecia está fatal”, dice Frankie, que un día se bajó de un barco que navegaba por el Mar Egeo  y ya no se movió de Grecia en treinta años.

Frankie habita ahora en Sinkor, en la casa de Gilberto al que puedo escuchar también cantando algo de Sarkodie, perdido en algún rincón de la casa, muy contento. Y yo estoy ahí, en la cocina, con Monrovia a mis pies, sentado frente a Frankie que sigue pisoteando los azulejos con sus chanclas, moviéndose sin dirección y negando con la cabeza, “todo está malamente, sí tío”, y así hasta que su soflama se ve interrumpida por una cola de buey que alguien está restregando por su cabeza de bola billar. La número 8, man.

Es Gilberto que se ha incorporado agitando esa cola de buey, y Frankie tras desmarcarse del acoso vacuno entre risas y ruidos, dice de pronto con voz apagada que ahora es el momento de anunciarlo. Giramos nuestros cuellos. Habla Frankie, “hoy precisamente es un mal día –agacha la cabeza, respira, continúa- Han echado a mi mujer  a la calle. Sí tío. Le dije que no se fuese a Francia, que allí no iba ser mejor que en Grecia, pero ella empeñada, quiero ir a Francia, quiero ir a Francia. Y ahora mira, la han echado ¿y qué vamos a hacer ahora? Eh, ¿qué vamos a hacer ahora? Yo no tengo ni un puto euro ¡ni un puto euro! Y eso que podía haber sido millonario si no fuera por unos cabrones familiares envidiosos”.

“Joder, ya estamos con lo de siempre”, dice Gilberto.

Frankie comienza a caminar de nuevo y se da la vuelta como un pistolero, “sabes tío, hubo una época que yo tenía mucho dinero, mucha pasta, tenía negocios. Una flota de camiones, de barcos, su puta madre. Y me salían los billetes por las orejas. Vivía como un rey, tenía chóferes, sirvientas con cofia, alfombras persas, tomaba té ¿y ahora?” Nos mira con unos ojos que parecen dos escarabajos psicodélicos. “Eh, ¿y ahora? ¿qué va a pasar con mis cuatro hijos? ¡cuatro hijos que tengo! Sí tío, ¡Grecia está fatal!”, y abre la nevera de Gilberto y saca una Savanna y mucho queso. Empieza a masticar. “Fatal tío, Grecia está fatal”, se atraganta un poco. Gilberto se carcajea un poco, agita la cola de buey como si animase a algún equipo de la NCAA y vuelve a salir de la cocina corriendo.

Y entonces.

Un móvil suena a ritmo de blues. Es el móvil de Frankie, se lo lleva a la oreja y su tono discurre imperativo y directo, “he dicho que ya voy”, y cuelga. “Es mi novia, tío. La tienes que ver, es una cachorra, pero sabes, tengo otra, y esa si que es una preciosidad”, dice abriendo más los ojos y vuelve a abrir la nevera y esta vez saca tomates, más queso y se sirve otra Savanna.

“¿Una novia, dos novias?”, pregunto. “¿Y qué voy a hacer Carlos, -brazos en jarra, mosqueado- estoy en Liberia. Sí tío, estoy en África. No puedo estar solo”. Frankie estira el cuello, “sabes tío, ha habido días en mi casa de Atenas en los que me he pasado horas y horas pegado al televisor, ¡todo el puto día! porque nadie quería hablar conmigo por la calle, sabes tío, porque allí es mucho más difícil, tengo a mi mujer sí, pero ¡imagínate si me voy a Francia! Mi suegro se va a decepcionar mucho, pero yo no me voy a Francia. Tío, Francia no es África, aquí tengo a mis colegas, llamo a este, llamo al otro y nadie me hace sentir extraño. Estoy tranquilo aquí, soy el rey”, y Frankie mira por la ventana, el pecho se le infla un poco.

Acaba de salir un hippie de la casa con una cámara de video. Gilberto ha vuelto a entrar en la cocina y se ha puesto a agitar la cola de buey y dice que nos está bendiciendo, que aquí la cola de buey se utiliza para bendecir, “sí”, dice Frankie afirmando con la cabeza y abre una nueva Savanna, escarba por la nevera, coge más queso. Gilberto mira a Frankie, “¿Qué pasa contigo tío?”. Y Frankie ríe, Gilberto se ríe y los dos se parten de risa y parece que el edificio entero se está muriendo de cosquillas.

Frankie bebe otro trago y recuerda el despido de su mujer, “¡fatal!”. “Joder tío, a ti te pasa siempre de todo…”, dice Gilberto y me mira de reojo. “Fatal, fatal”, interrumpe Frankie, que esta vez coge nueces de la despensa y dice, “la verdad es que no tengo ganas de volver a Grecia ¿para qué? ¿Para que el banco me vuelva a joder? ¿Para encontrarme el buzón lleno de cartas? ¿Para eso? No tío, yo prefiero quedarme aquí con los colegas, tranquilo, en África”.

Nos sentamos todos. Mientras los contertulios debaten sobre paraguas me fijo en la cola de buey que descansa ahora sobre la encimera de granito. Frankie consulta su reloj y dice de pronto que tiene que salir a buscar a su novia y se queda mirando a Gilberto fijamente, que acaba dándole las llaves de su 4×4. “Pero compra agua”, dice Gilberto. Frankie se gira un poco, muestra el perfil, se queda en silencio. “Hace falta agua coño, que nos morimos de sed” vuelve a decir Gilberto y se queda mirando a Frankie, -todo estatua- “¿Quieres pasta cabrón? dice Gilberto al poco, pues coge estos dos billetes y tira pa’ llá”.

Yo también voy. Mientras bajamos las escaleras, Frankie dice que Grecia está hecha una mierda, que allí no se puede estar, y llega todo el eco, “Grecia está hecha una mierda, erda, erda, erda”. Salimos, la noche, y Frankie abre la puerta del Toyota Prado de Gilberto. Nos metemos en el coche y el liberiano va seguro por Tubman Boulevard, sólo le falta sacar un brazo por fuera, pero en su lugar abre la boca para decir que todo está fatal, y le pisa, le pisa hasta que nos plantamos en casa de su novia alrededor de la calle 12, land side. “Sabes tío, mi novia podía haber sido millonaria. Esta casa que ves, en su tiempo fue como un palacio, casi de oro, tenían un servicio de por lo menos cien personas. Pero ahora está mal, muy mal”, y mientras Frankie me cuenta a continuación un poco de historia liberiana, la puerta se abre y entra su novia bajo una túnica roja y unos ojos formalmente apagados, informalmente brillantes.

A continuación vamos al supermercado, Stop and Shop. Frankie es como un sheriff que se pasea como si patrullase el pueblo, va ordenando, casi gritando, “¿Dónde está el agua man?, no, no, no quiero eso, tráeme una buena agua, venga date prisa, no tengo todo el día, vamos, vamos, vamos, tengo que gastarme esta pasta”, le dice a un dependiente. Frankie paga y el dinero que sobra es un misterio que tendrá que resolver algún día el canal Discovery. Regresamos al coche. Frankie ni ha mirado a su novia durante el trayecto, “¿a ella le da igual que pases?” pregunto yo. Frankie mira hacia atrás y la voz de ella, una voz que se apaga formalmente, pero que está muy viva informalmente dice, “no hay problema”.

Volvemos a casa, le digo a Gilberto que ha sobrado dinero, pero Gilberto dice que se lo va a quedar Frankie, “porque es el típico tío de aquí”. Y Frankie se ríe, y Gilberto se ríe y yo también como queso, y bebo cerveza, y al rato estamos todos viendo una película nigeriana donde aparece una mujer muy gorda en medio de la selva bebiendo de una botella de licor de melocotón y con un cigarro cayéndosele por uno de los bordes de sus labios. La mujer acaba de herir con un cuchillo a un tipo de polo azul que ahora va detrás de ella con cara de acojonado. “Esa mujer es una bruja, brujería”, dice Frankie antes de mandar un mensaje por su iphone.

La peli acaba y Frankie dice de pronto, “hoy no puedo, tío, hoy no puedo. Me duele todo, el otro día…” y se mira sus partes inclinándose para atrás y expulsando una mirada de pícaro. “Cabrón, siempre dices lo mismo”, apunta Gilberto desde el otro lado del sofá.

“Qué no tío, que hoy no puedo, que me duele todo. Por cierto Carlos, ¿tienes coche?”. “Sí”, respondo casi sin darme cuenta, hipnotizado como estaba ahora por los anuncios de un refresco. Frankie se estira sobre el sillón, como la Maja desnuda y dice suavemente, “yo podría venderte uno mejor, un precio de amigo, ya sabes”. “Lo tendré muy en cuenta”, digo y vuelvo a mirar hacia la tele y veo que una mujer se está subiendo a un árbol.

Frankie hace una mueca y vuelve a jugar con su teléfono, y cuando su novia regresa al salón tras limpiar la cocina, decido irme. Se levanta todo el mundo para despedirse. Gilberto me da un abrazo y Frankie me suspira, “qué suerte tienes tío de estar aquí. Y es que fatal tío, la cosa está fatal allí tío”, y va rodeando a su novia muy lentamente por la cintura a la vez que se va comprobando sus partes con un dedo meñique. Creo que llego a afirmar con la cabeza y salgo ya de la casa de Gilberto, miro el reloj, uf qué tarde es ya.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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