Alguien debería ponerle un adjetivo a Port Moresby. Una persona responsable debería poder calificar a esta ciudad de una vez. Por lo que a mí concierne, no tengo una respuesta clara al respecto. Aun así diré que. Cuando me levanto pensando en esta ciudad, veo una estantería blanca. Dadme un poco de tiempo para explicarlo. Veo un cuarto pintado de blanco, un cuarto dentro de una casa donde pareciera que unos pintores han acabado la faena del día y ahora discuten en cabildo en una habitación colindante. Se oyen de vez en cuando algunas voces plácidas, un tono tranquilo y reposado. Un tono que alcanza de manera pacífica a este cuarto de parqué donde descansa, ya lo he dicho, una estantería de color blanco. Tal vez no debería llamarla estantería sino otra cosa, tal vez biblioteca, puesto que da la impresión de que esta estantería blanca, vacía, espera por unos libros que nunca llegarán. Pero hay más. Port Moresby también me recuerda a un filo, al filo. Siempre he creído sí, que me desplazo en esta ciudad a lo largo de un filo, de un borde muy fino pegado al mar y que ignora a las montañas, a los sabios rain trees y a todo lo que sucede al otro lado, ese lado donde los papús tratan de entenderse con la vida a diario, ese lado que no veo, ese lado que tan solo intuyo y que rara vez me invita a su misterio.
Señoras y señores, esto es Port Moresby, una ciudad que busca alma, una ciudad que tiene problemas con la luz, una ciudad que aún respira debajo de la tierra. En este espacio seco, cómplice del páramo, habitan también universidades, las inquietudes. En esta aridez se erigió la Universidad de Papúa Nueva Guinea (UPNG) hace ya bastantes años. Como un núcleo de conocimiento, como una cantera preparada para nutrir de neuronas a un país donde el dinero tiene más importancia que el dinero.
Fue aquí, en la UPNG donde unos jóvenes comenzaron a darle a la lengua. Hablar, hablar, siguieron hablando y un día descubrieron que ninguno de ellos sonreía cuando se hablaba de la gestión de Papúa Nueva Guinea (PNG). A ninguno les gustaba que un país próspero como PNG estuviera en las manos de un Primer Ministro llamado Peter O’Neill. Fue así como la adrenalina comenzó a crecer con el vigor que poseen todos los sueños al principio. La UPNG fue acogiendo corros y más estudiantes reuniéndose al son de una idea de nombre cambio. Ahora. Faltaba salir afuera y tomar las calles fantasmales de Port Moresby (la estantería, el borde) reclamando un presente, proyectando un futuro. Para el país. Era evidente que la palabra cambio no se podía conjugar con el nombre de Peter O’Neill, acusado de varios fraudes y otras corrupciones. Por ello. Un día cualquiera (con mañana, una tarde, una noche) centenares de estudiantes comenzaron a marchar por las calles de Port Moresby (el filo, la estantería) en busca de otra cosa. Las primeras manifestaciones fueron recibidas con esa indiferencia general que da el saber que uno tiene un plato de comida y un techo a su disposición. Esa impecable anestesia. El Gobierno hacía menos caso y O’Neill mostraba esa expresión irónica, esa cara tranquila, transmitiendo el siguiente mensaje: “amigos, todo está controlado”.
Pero la adrenalina crece, como crece un bebé europeo y ella, la adrenalina, se fue transformando en euforia y a la semana siguiente los estudiantes rebeldes se multiplicaron como por arte de magia. La población, la gente que vive en POM (como se conoce también a la ciudad de Port Moresby) empezó a girar la cabeza hacia las marabuntas juveniles y muchos de ellos comenzaron a pronunciar una frase, “esto va en serio”. Palabras como “disputas”, “enfrentamientos”, “cancelaciones”, empezaron a escucharse con más intensidad. Algunas calles se empezaron a vaciar, muchos no salían de sus casas. En la oficina se nos citó de urgencia y se nos dijo que regresásemos a casa cuanto antes. Por un momento, por unos minutos, sentí la belleza de la guerra. El florecimiento progresivo de los cinco sentidos creciendo ante el temor a la integridad física; la estética de saberse vulnerable, el olor al ácido del miedo. Todo eso era hermoso.
Aquel mismo día de tensiones, silencios, algunas risas, seguíamos la evolución de los estudiantes que habían vuelto a salir a las calles innombrables de Port Moresby. Iban desarmados como siempre, iban con los manos levantadas pidiendo el cambio, un horizonte. En frente les esperaban una hilera de hombres uniformados y metralletas enormes. Un buen puñado de aquellos hombres uniformados había recibido claras órdenes. La pólvora.
Al cabo de un rato de marcha, los estudiantes se encuentran con los policías y de repente se pone todo oscuro. Muy oscuro. Un rato después, los hospitales de Port Moresby están a rebosar. Centenares de personas se dan cita en los hospitales, donde van entrando jóvenes ayudados por otros compañeros que los llevan en alto. La policía sí, ha disparado a bocajarro a los jóvenes, de ellos, cuatro están al borde de la muerte. “Policías mal entrenados, policías de mierda”, dice la gente en cada rincón de POM.
Pasan unas semanas, cae un mes. La UPNG es un silencio. El año académico se suspende. Los líderes estudiantiles desaparecen. El deseo del cambio permanece. El deseo del cambio siempre permanecerá. Es por ello que uno se pregunta que quizás Port Moresby, no sea una estantería blanca, ni siquiera un filo, sino otra cosa. Alguien debería ponerle un adjetivo a Port Moresby. Una persona responsable debería poder calificar a esta ciudad de una vez. Por lo que a mí concierne, no tengo una respuesta clara al respecto.
El único nombre que puede dársele a un pueblo que evolucione así es: Un pueblo donde ha despertado la juventud, estos jóvenes a través de la educación empezaron a ser críticos de su propia circunstancia y descubrieron que en realidad su pueblo es víctima de totalitarismo sinvergüenza que impide a un pueblo avanzar.
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