Blue Clay People narra la historia del cooperante norteamericano William Powers en Liberia allá por el año 1999. Powers desembarca en el país africano enrolado en la ONG Catholic Relief Services (CRS) con la misión de luchar contra la pobreza y salvar el bosque de un país que vive atenezado por la amenaza de una sangrienta guerra civil.
William, que por aquel entonces contaba con 28 años, inicia su periplo en Liberia lleno de energía e ilusiones. Por ello comienza a trabajar con la firme determinación de eliminar la dependencia de los liberianos dotándoles de más capacidad y recursos. Sin embargo, su imagen idealista preconcebida sobre Liberia y el mundo de la cooperación experimenta un auténtico shock cuando se enfrenta a la cruda realidad. Powers esperaba encontrarse con una atmósfera comprometida y solidaria con el más débil y en su lugar le soprende enormemente el ambiente “colonial” de Liberia que le hace incluso recordar los tiempos de las plantaciones del sur de Estados Unidos durante la época de la esclavitud. Lo que le resulta más llamativo al norteamericano es que en pleno siglo XX los expatriados, es decir aquellos encomendados a reducir la pobreza, son precisamente la élite, los amos del país.
Sin pretenderlo, Powers comprueba anonadado que él mismo ejerce el rol de bossman, teniendo por ejemplo un sirviente que se encarga de todas sus tareas domésticas. Esta comunidad de expatriados formada principalmente por ONGs y organizaciones internacionales hacen sentir a Powers como un burgués millonario, muy alejado del perfil de cooperante con el que en teoría había desembarcado en Liberia.
William no puede creer que todo este grupo de foráneos superficiales que viven en una burbuja que sólo concierne a Monrovia, sean sus “amigos”.
Dentro de este mismo círculo expat y del mundillo de la cooperación, se encuentra con todo tipo de curiosos personajes que reflejan muy bien la actitud predominante. Uno de estos personajes es el Jacket, un hedonista consciente de los desajustes del mundillo de la cooperación pero sin muchas ganas ya de cambiar las cosas.
El Jacket le llegará a decir a Powers, “los cooperantes existimos para que al mundo rico no le remuerda la conciencia, ¡pero lo más importante es que hay unas olas geniales ahora mismo en Robertsport!”.
Describe Powers también a un tal Dave que se jacta de tener mucho sexo en Liberia con las locales, aunque todo apunte a que tiene que pagar por ello. Con todo, William dirá que en los círclulos expats no está del todo bien visto tener una novia local, y es por ello que muchos ocultan sus relaciones sexuales con ellas.
A Powers también le decepciona su propio país, Estados Unidos y su función en Liberia. Así, le choca enormemente la opulencia e insularidad de la embajada norteamericana: un espacio frívolo representado por un indiferente embajador ajeno a los verdaderos retos del mundo de la cooperación.
Pero a Powers no sólo le molesta la burbuja frívola de los expatriados y de las organizaciones internacionales, sino que le disgusta incluso más la gestión corrupta del Gobierno liberiano y lo que es casi más grave: la actitud parásita y pasiva de la mayoría de los liberianos que aceptan su rol de inferioridad de manera totalmente sumisa.
Powers no tarda en darse cuenta de la necesidad de abandonar todo este confort para descubrir la verdadera Liberia. De manera que se va alejando paulatinamente del mundo expat, de las reuniones inútiles en Monrovia y comienza a mezclarse e integrarse con los locales. De modo que no tarda en empezar a hacer el saludo liberiano de chasquido de dedos, en probar comida local como el fufu, el dumboy e incluso comienza una relación muy especial con una liberiana de nombre Ciatta que le mostrará una realidad local que lo irá fascinando gradualmente a la vez que le revela su propia cultura blanca conservadora plagada de restricciones.
Power experimenta el significado de Blue Clay People título que proviene de un cuento liberiano en el que Dios hace a todos sus habitantes de la misma arcilla azul. William se integra tanto que acaba involucrándose también emocionalmente en los verdaderos problemas que sufre el país como la malaria, el sida o la ausencia de planificación familiar.
Pero sin duda lo que más le hará comprometerse será la tremenda deforestación que el país estaba sufriendo por aquel entonces principalmente a manos de la compañía Oriental Timber Company (OCT) una empresa dirigida por el empresario holandés Gus Van Kouwenhoven, amigo y cómplice de Charles Taylor. OCT, conocida en Liberia coloquialmente con el nombre de ‘Only Taylor’s Children’, estaba dirigida en la sombra por el empresario Joseph Wong y vinculada con Global Star Holdings, compañía asentada en Hong Kong y parte del grupo Djan Djajanti en Indonesia. El expolio deforestal cometido por OCT y Taylor, hace que Powers colabore de manera clandestina con organizaciones como Global Witness que luchaban por frenar todo aquel dislate del que se servía Taylor para financiar sus juegos de guerra.
Powers se sigue adentrando en el terreno, en el interior de Liberia, donde la monitorización de los proyectos financiados por CRS le dibujan muchas veces un panorama desolador. Comprueba así, como muchas de estas actividades son una auténtica chapuza, financiadas por una cantidad ingente de dinero que se despilfarra ya que se prioriza el cumplimiento de cuotas u objetivos financieros antes de crear un verdadero impacto en las poblaciones locales. Se trata de proyectos diseñados muchas veces de manera mecánica y descontextualizada carentes de una percepción real de las auténticas necesidades de la gente.
Los efectos de estos proyectos de cooperación son a veces tan perniciosos que pueden incluso subvencionar de manera indirecta e inintencionada prácticas como el “turismo sexual”. Alguien le llegará a decir a Powers que todo este despropósito es normal, que no se preocupe tanto por evitar la corrupción, ya que es inevitable que todo proyecto pierda por definición un 10% o 15% en comida o dinero robado. William afirma que frente a estas calamidades, las instituciones internacionales no están intentando frenar las amenazas sino que por el contrario siguen alimentando un fría industria del desarrollo que se ha convertido en un auténtico negocio. Dentro de todo este aluvión de críticas, la ONU no sale muy bien parada. Powers incluso llega a criticar a CRS, su propia organización, aunque también la alaba.
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