Y un día me fui al terreno liberiano (9) de (9) “¿Es duro volver a Monrovia?”

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DEJAMOS GBARNGA. Esta vez parece que es cierto que nos iremos de aquí y de pronto nos inunde la melancolía: llevamos ya el verde y lo rojo infiltrados bajo la piel. Pero antes de abandonar Gbarnga, tenemos varias citas institucionales por aquí. Nos subimos por tanto en el Toyota Land Cruiser y nos ponemos en marcha para ir a visitar a Mr. Henry G. Kleene, responsable del Ministerio de Asuntos Interiores, pero con un importante papel en el área de Agricultura del condado de Bong, cuya capital es precisamente Gbarnga.

Tras varios quiebros e intentos, encontramos el edificio, un edificio que por dentro proyecta sombras, trazos sombríos por donde discurren numerosos liberianos que entran y salen continuamente de las oficinas, pareciendo inverosímil que alguien se pueda concentrar aquí.

Rick y yo tocamos una puerta, toc, toc y al fondo a la izquierda vemos a un hombre rodeado de montañas de papeles, bolígrafos y carpetas desperdigadas. El señor Kleene se pone en pie de un salto y nos saluda efusivamente rodeando nuestras muñecas con sus manos y hablando muy alto. Cuando nos sentamos me fijo en el póster que reverbera detrás de la cabeza de Kleene.

Ahí relucen los principales líderes africanos como si fueran estrellas de baloncesto, de la NBA. Es un póster que juega con los colores y las vestimentas. Kleene está contando algo sobre la tierra pero yo no puedo dejar de fijarme en las túnicas celestes, magentas, en los bastones dorados que proyecta el póster, y me dejo hechizar por los colores de la bandera de Guinea Bissau que me vuelve loco. El rojo, el verde, el amarillo. Vente conmigo.

“Queremos producir comida para nuestro pueblo”, me dice el señor Kleene y luego coge el móvil para contestarle a alguien con una voz ruda, “estoy reunido, después”. Mr. Kleene retorna a su voz amigable y nos dice también que quiere aprender de nosotros. “Quiero aprender de usted señor Battaglini”, me asegura.

Agradezco sus palabras y me fijo ahora en un póster de Obama que también cuelga en un rincón de la habitación. Por la ventana de la derecha, el campo se deja ver: verde de amarillo, canela. El señor Kleene nos explica los retos del sector agrícola en Bong, falta de suficiente dinero principalmente, y a continuación me escribe su móvil en un trozo de papel y me pide que le llame, “a partir de ahora estaremos en contacto”.

Rick y yo nos volvemos a montar en el Toyota Land Cruiser que para nada tiene la gracia del Toyota Hilux marrón, ese amigo, y nos vamos alejando más de Gbarnga pero antes ¡ay los antes! giramos con el coche a la derecha y nos introducimos en las instalaciones de CARI, el Centro Agrícola más importante del país. Hoy es viernes, pero aún así, esperamos encontrarnos con Monica Kheshen, la principal coordinadora agrícola del condado de Bong. Busco a Monica.

Buscamos a la mujer que más sabe de agricultura en todo Gbarnga. Hela ahí. No es difícil reconocerla desde la distancia puesto que Monica es una mujer gordísima o fuerte como dirían algunos liberianos. Recuerda Monica a una cantante de soul y al llegar nos mira con esa labio fruncido africano que significa esta vez un “what’s up”. Por aquí, por CARI, se respira un cierto aire de fin de semana. Hace buen tiempo y hay muchos refrescos, algunas barbacoas desperdigadas, parece claro que se han divertido un poco antes de que llegásemos. Rick me presenta y Monica tras afirmar con la cabeza a modo de saludo de barrio, no tarda en cargar contra toda la gente que no le cae bien dentro del ‘mundillo’.

En un momento dado, zas, hasta da un pasito hacia detrás tomando impulso con sus más de cien kilos, como si fuese a cantar el estribillo de algo con mucha marcha, sabes tío, un temazo de estos que pone todo el estadio a flipar. Pero en lugar de esa canción que todos esperábamos, Monica se marca una sarta de insultos marca de la casa y finaliza con un “y esos también”. Yo me quedo mirándola con una sonrisa interior (mi estómago y mis intestinos se están divirtiendo) y para disimular un poco le paso el agua al chófer ¡y se queda con la botella entera! Ya es la segunda vez que me pasa esto con el agua durante el viaje. Aquí parece que lo que se da no se quita.

Cuando miro de nuevo a Monica, aún rezumando a arenga no puedo evitar esgrimir esta vez una cierta mueca cómplice, pegadiza que acaba por hacerla sonreír a ella también. Se va calmando y me va explicando mejor todo lo que les hace falta, todo lo que quieren. Como de costumbre, pide, me pide de todo, y yo como siempre hago un gesto, tal vez dos… Y de pronto chas, casi gritándonos Monica nos dice que se tiene que ir, que nos sirvamos algo, y al minuto la vemos saliendo en la parte delantera de un jeep, sobresaliendo carnalmente en medio de la tierra, los bloques, el campo. Sigue su camino.

Era hermoso.

Ahora sí que ya no queda nada para abandonar el “terreno” o como lo queramos llamar. Ahora sí que va en serio porque nos acabamos de subir de nuevo en el Toyota Land Cruiser que abandona CARI y Gbarnga sin piedad. Me estoy despidiendo de Gbarnga dando saltos propiciados por los baches. Delante va Rick que también se mueve de su asiento incómodamente porque el chófer le está pisando que da gusto y además se está tragando todos los baches, como si los buscase.

Rick va delante con su rostro pálido, sus suspiros de vida, sabiendo que el boomerang de su dura vida le volverá tajante en Monrovia. Regresa. La soledad. Porque ahora nos dirigimos a Monrovia y mientras tanto, por la carretera vemos algunos coches haciendo el loco ¡pasó un jeep a tope soltando toda la basura del mundo por el tubo de escape! ¡adelantamos a un camión lleno de gente colgada por todas partes del vehículo!

Y así, volviendo a Monrovia (volviendo, volviendo) refrescado, preguntándome si habré contraído la malaria, feliz de haberme  oxigenado, voy volviendo.

Ya en las afueras de Monrovia, el chófer se baja en Paynesville, en medio del caos mercantil, en medio de muchos pillos, en medio de una albina de pelos estropajosos, en medio de gente que transita en todas las direcciones excepto en línea recta. Es Rick ahora el que conduce y yo me he pasado al asiento delantero. Rick también le pisa (lo que faltaba) y la poca costumbre de conducir en Monrovia, hace que toque el claxon de manera constante y exagerada.

Me habían dicho que cuando volviese del terreno, regresaría cansado, muerto, pero lo cierto es que al entrar en mi compound de Mamba Point y bajarme del coche, siento una vitalidad expectante, sabedor tal vez de haber vivido toda una experiencia. Le digo a Rick que se tome una Savanna y éste asiente con la cabeza, y a renglón seguido arquea sus cejas cuando descubre mi libro de Nietzsche, Así habló Zatustra “¿qué hace Nietzsche en Liberia?” No lo sé, pienso para mí mismo, yo sólo sé que ahora puedo decir que he estado en un sitio llamado ¿selva? ¿jungla? ¿bosque? ¿espesura? ¿frondosidad? ¿arboleda? y me quedo mirando fijamente al techo diciéndole, ”yo sé que he estado allí”.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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