Pero no sólo me pareció floja la estructura de Tacande, sino que me irritó muchísimo también la cursilería y la afectación de la narradora. Donde se acusa más esta insoportable cursilería, es sobre todo en las acotaciones, ‘inquirió’, ‘farfullé’, ‘respondí con falso rubor’, colocadas de una manera superficial, antinatural, y sobre todo, repito, muy cursi. Las reflexiones o aforismos de Maruca llegan también a ser crispantes.
Es la narradora por tanto una voz poco creíble, una voz que salta desde la más absoluta pedantería al ‘tono supercanario’. El zigzagueo es tan artificial, tan desconcertante que resulta imposible creerse a la narradora: yendo repito de canaria, pero casi siempre retomando el tono fino, peninsular, finolis, a la hora de aferrarse al hilo formal.
Y siguiendo con la narradora, poco se sabe de ella, pero como Hernández nos la presenta como otro personaje, creo que la propia Maruca debió desarrollarse mucho más. Siguiendo con los intérpretes, era fácil confundir a la mayoría de ellos ¿Cómo puedes llamar a una madre Nerea y a su hija Irene? Algunos caracteres son meros flashes insustanciales (caso de Juanón) que pasan por la novela sin pena ni gloria, y otros son difíciles de diferenciar entre ellos o echan de menos un refuerzo, un recordatorio por parte del narrador. Es decir, como el Guadiana, aparecen, pero luego vuelven a desaparecer durante muchísimas páginas y uno o se olvida de ellos, o los confunde cuando vuelven a hacer acto de presencia. Por ejemplo, es casi imposible distinguir al Úrculo padre del hijo.
El mismo Romo y la propia Irene, parecían que iban a tener un importante protagonismo al inicio de la novela con la muerte de éste, y luego sobre todo Romo, se ausenta hasta casi prácticamente el final. Por cierto Romo, un gandul de mucho cuidado, es un personaje protagonista muy poco interesante. Los intérpretes en fin, no se desarrollan de manera natural, apenas crecen, no son sugerentes, no evolucionan, y si acaso el único que llegó a progresar un poco, fue la figura de Romualdo.
Los diálogos son también flojísimos. Acababa de leer hacía unos días el Teddy de Salinger, donde la precisión, el encaje perfecto de los diálogos eran sencillamente soberbios y me encuentro con estos diálogos fingidos, simples, inconexos y muchas veces inoportunos y fuera de contexto. Y claro, cursis. Sobre todo los que se cruzan entre Irene y Romo. Me acordé aquí del profesor de literatura Ángel Zapata cuando decía que nunca se debe incluir un diálogo amoroso en literatura. Desde luego, Tacande le da la razón. Pero es un tema que no está cerrado del todo como pensaba. Después de ver un corto de Mateo Gil, creo que los diálogos amorosos pueden tener más recursos y posibilidades de lo que creía.
Hablando ahora del supuesto humor de la novela, ha sido prácticamente imposible hallar dicho humor. Tan solo bueno, recuerdo haberme reído una vez, tras un ‘ños’ de Romualdo. Eso fue todo.
Otro de las características de la novela que consiguió decepcionarme fueron los supuestos trazos de realismo mágico de la misma, o los toques pedropáramanianos que Hernández trata de insuflar al texto. No sólo considero este intento un plagio desafortunado (Abdul visitando Tacande como los gitanos acercándose a Macondo por poner un mero ejemplo…) sino que además Hernández introduce el realismo mágico de manera trivial. Por ejemplo cuando aparece Angelita subida a un árbol, se describe de una manera tan vacua, que el propio realismo mágico acaba siendo mal parado. Tampoco me parece un piropo que el jurado que premió Tacande en algún premio, haya destacado los elementos de realismo mágico y los toques rulfianos de la misma, puesto que para mí eso demuestra repito una falta de imaginación propia alarmante. El buen piropo es aquel que alaba un estilo propio y nuevo, renovador, innovador.
Por otro lado, la novela adquiere también unos tintes de novela latinoamericana, pero claramente a la baja, creando el típico culebrón manoseado, muchas veces visto ya, donde el padre al final resulta ser otro, y el hijo es de aquel y todo eso. Es decir, una temática carente apenas de originalidad. No hay innovación. Ni siquiera los intentos de dejar misterios sin resolver, tal como la desaparición de Abdul, el asesino de Guzmán etc. consiguieron mejorar en algo la novela. Este vano intento de incertidumbre se traslada también a la propia presentación del escritor. Así, vemos como en la solapa se presenta la biografía de Hernández de una manera que combina el realismo y la ficción, la ambigüedad, el despiste etc. pero lo que consigue es confundir ya desde el principio.
Pero como siempre digo: de todo se sacan también conclusiones positivas. Así, Hernández tiene sus momentos en la novela: algunas descripciones tienen su originalidad y parte dedicada a Romualdo puede resultar entretenida. Probablemente el único personaje que llega a crecer realmente en la novela, el único intérprete que va evolucionando, que va sufriendo transformaciones que pueden llegar a ser sentidas por el lector. También se podría sobresaltar (a pesar del abuso) la posibilidad de aprender bastante vocabulario canario con Tacande, así como otras expresiones.
Y poco más a favor puedo decir de esta novela. No dudo de que Hernández hizo un tremendo esfuerzo en escribir Tacande, pero el resultado para mí deja mucho que desear como acabo de exponer. Espero que las siguientes novelas de Hernández superen la calidad de Tacande.
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