Reseña literaria de ‘Tacande’ de Gregorio Javier Hernández (1) de (2)

Ansiaba la oportunidad de leer una obra de un escritor nacido en algunas de las siete islas afortunadas y por eso me acerqué con ilusión al panorama actual de las letras canarias. Tras varias dilucidaciones, el azar quiso que el elegido finalmente fuese Gregorio Javier Hernández.

Tengo que decir que en principio, tenía en mente leer a otros autores canarios mucho más populares que Hernández, tales como los Millares, Guerra, Morales, Espinosa etc. pero Tacande se cruzó, como se dice, en mi camino cuando una amiga me lo colocó entre mis manos y exclamó, “ha ganado un premio, léelo”.

Fue entonces cuando me puse a leer esta historia rural que transcurre alrededor de Lomo Tacande: un paraje ficticio donde se suceden toda una serie de avatares narrados por una señora mayor de nombre Maruca que va presentando a los diferentes personajes del pueblo. Destacan Romo e Irene que viven la relación principal de la novela. Así se presenta al inicio de la historia cuando se detalla el asesinato de Romo, aunque pronto la pareja cederá por largo tiempo el protagonismo a las andanzas del resto de los intérpretes que se mezclan entre ellos al son de los vaivenes de la vida.

Como dije al principio, me acercaba con ilusión al panorama actual de la literatura canaria y pronto la ilusión se convirtió en un auténtico fiasco. Intentaré explicar en las líneas que siguen el por qué. Para empezar diré que el libro comete nada más empezar y a lo largo de la novela, un error técnico casi imperdonable: el punto de vista del narrador. Éste es desarrollado por Maruca en segunda persona, pero en la práctica se convierte en un “narrador Dios, omnisciente”, introduciéndose en la mente de los personajes y narrando historias, diálogos y sensaciones en las que ella no estuvo presente. Craso error. Y tengo que decir que si no fuera porque leí un poco de la novela en Internet, me hubiese costado bastante adivinar y más tarde asegurarme de que la narradora era Maruca, porque no quedaba para nada claro.

Por otro lado, la estructura, la organización de la novela presenta unas grietas tan abultadas que acaban desarmando toda la obra. Y es que no se sabe muy bien lo que se quiere contar, y cuando se cuenta, se narra una historia casi vacua y confusa, recurriendo como motor a la presentación de los personajes. De este modo va tirando la historia: ahora se habla de Romo e Irene, luego de Romualdo, Ernestina etc. y punto. Los personajes apenas interaccionan, apenas se mezclan, antes al contrario: cada uno de ellos tiene sus páginas de ‘gloria’, y así hasta el final.

Y eso que Hernández trata de ser original introduciendo una estructura que no es lineal, sino que va hacia delante, y luego hacia atrás, una especie de flashback, pero nada, no supone para nada un valor añadido, todo lo contrario, confunde aún más. Quizás una segunda lectura de la novela proporcione lógicamente más orientación, pero no disfrute. Y ese es el problema: que la segunda lectura demostraría de nuevo que la novela se tambalea, no que preciados tesoros se hallaban sumergidos.

La estructura se combina tristemente con unas descripciones tan recargadas como invisibles, abusando a veces de la abstracción y cayendo en la retórica y la reiteración de manera continuada. Y es que muchas veces se cuenta primero algo, se presenta por ejemplo a un personaje, se da por finalizada una secuencia, y luego se ‘levanta el telón’, y nos vuelven a presentar de nuevo al mismo personaje o las mismas acciones, sensaciones ya descritas entrando en una dinámica carente de pies y cabeza.

Asimismo, muchas de estas descripciones relatan demasiadas jornadas de aburrimiento, días donde no pasa nada. Esto es muy peligroso. Llega un momento que el sopor puede trasladarse al lector hasta el punto de aumentarle la pereza de seguir leyendo el libro.

Y es que el autor parece ignorar los elementos fundamentales de la novela, creyendo que escribir bien, es escribir de manera rebuscada. Hernández también nos ofrece una trama mal construida, mal enlazada, uno se pierde. Por ejemplo, se supone que el protagonista es una pareja. Pero a medida que va transcurriendo la novela, éstos pasan a un segundo plano durante demasiado tiempo, cuando se nos había propuesto desde un principio otro tipo de apuesta: la muerte de Romo. Lo mismo ocurre por ejemplo con la “casa de arriba”: uno no sabe al final ni donde está esa casa, si es donde viven los Sanfiel o qué. Además, Hernández introduce de una manera abusiva un vocabulario canario y antiguo que obliga a casi todo lector actual a consultar el diccionario frecuentemente, y con suerte encontrar la palabra mentada. Y eso cansa.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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