¿Quién era César González-Ruano? Durante muchos años esta pregunta ha permanecido en el aire y aún hoy sigue haciéndolo, sin que se tenga una respuesta clara y definitiva. Aun así, no cabe duda de que el desconocimiento respecto a la figura de Ruano era muchísimo mayor antes de que el periodista Plàcid Garcia-Planas y la investigadora Rosa Sala, escribiesen El Marqués y la Esvástica.
Se sabía claro, que Ruano había sido un prolífico escritor periodista, corresponsal de ABC en Roma, Berlín y París durante los turbulentos tiempos que rodearon a la segunda guerra mundial. Se alababa su espectacular capacidad de producción escrita, su entrega al periodismo. Por ello varias calles llevaban su nombre e incluso la fundación Mapfre entregaba hasta hace poco un premio de periodismo en su honor. Todo eso se sabía.
Sin embargo, junto a la imagen del Ruano respetado, reconocido, el Ruano bueno, el Ruano brillante, convivían pestilentes rumores que lo vinculaban con un aprovechamiento de judíos desesperados y otros turbios asuntos. La valoración sobre la figura de Ruano, se había quedado más o menos ahí, entre premios, reconocimientos y algunas sombras sin demasiado peso.
¿Era este el punto y final? ¿Se había dicho ya todo lo que se tenía que decir sobre Ruano? No para Placid Garcia-Planas, el reportero de la sección internacional de La Vanguardia que quiso saber más sobre el escurridizo periodista madrileño, prácticamente de casualidad. De casualidad porque en principio la idea no era adentrarse en el mundo Ruano, sino saber más sobre la misteriosa figura de Karol Radewicz, un joven polaco que la germanista Rosa Sala había descubierto en una de sus investigaciones en archivos catalanes.
Se supo así que un bombardeo alemán había matado a los padres de Radewicz, dejándolo mudo. Recluido en un hospicio de Gerona, el joven escribió al director del orfanato: “Señor director: no puedo quedarme aquí porque para mí el mundo ha terminado y no querría matarme en esta casa porque eso a usted le causaría tristeza”. Aquella nota dejó muy intrigado a Garcia-Planas, tanto que lo impulsó a llamar a Rosa Sala para seguir indagando en el destino del joven polaco. ¿Y si Radewicz no se había suicidado? ¿Y si seguía vivo? Tan solo se sabía que la Guardia Civil lo había forzado a regresar a Francia. Ahí, en los Pirineos se perdía el rastro de Radewicz. No se consiguió saber más, pero las pesquisas de Garcia-
Planas y Sala, condujeron a otra ecuación compuesta por Segunda Guerra Mundial, nazis, judíos, Pirineos y muerte. Entonces, es cuando empieza a sonar con fuerza el nombre de Ruano. Y también el de Andorra. ¿Había tenido algo que ver Ruano con los judíos que habían sido asesinados en la frontera andorrana durante la segunda guerra mundial?
Garcia-Planas y Sala habían dado con varios testimonios que circulaban contra Ruano, pero el más preciso, el que empujó la escritura de El Marqués y la Esvástica, partía del antiguo guerrillero anarquista Eduardo Pons Prades. En sus memorias, Los senderos de la libertad, relacionaba a Ruano con la matanza de judíos en Andorra al intentar entrar en España huyendo de la persecución nazi.
Concretamente, Pons Prades dice que en 1943 su grupo de maquis descubrió unas misteriosas caravanas de camiones que transitaban de Perpiñán a Andorra. ¿Quién iba dentro de esos camiones? Uno de los grupos guerrilleros de Pons Prades, habrían dado con uno de los pasajeros. Se trataba de un ingeniero químico de nombre Rosenthal, un judío que había huido de Alemania alrededor de 1933.
Siempre según Pons Prades, Rosenthal habría contactado a un funcionario de la embajada franquista en París para intentar huir de los nazis junto a su mujer y sus dos hijos. El funcionario se hacía llamar don Antonio y decía ser agregado cultural, que era su cargo-tapadera, ya que según decía, a él lo habían enviado de Madrid a París a salvar judíos.
Confiando en don Antonio, Rosenthal y su familia y otros refugiados se habrían montado en esos extraños camiones para cruzar la frontera en Andorra y pasar a España. Los camiones sorteaban los controles nazis gracias a la decisiva mediación de don Antonio. Pero al llegar a Andorra, resultaría que a todo ese grupo de huidos no les esperaba la salvación, sino la traición y la muerte.
Rosenthal habría podido escapar milagrosamente y ser curado por los hombres de Pons Prades que respondían a los nombres de Joaquín Gálvez, Medrano y Manuel Huet quienes se ocuparon de curar las heridas de Rosenthal e interrogarlo.
Huet juega un papel fundamental, ya que cuando Rosenthal se recuperó, fue él quien lo acompañó a París para que les ayudara a identificar al misterioso don Antonio.
En contrapartida, los guerrilleros le habían prometido que le ayudarían a pasar sano y salvo a España para que posteriormente pudiera reunirse con los suyos en Nueva York. Huet fue a París en busca de don Antonio, pero sin éxito. Pero Huet no se habría rendido sino que habría seguido los pasos de don Antonio en la sede de la embajada española en Toulouse.
Fue allí dio con un español de nombre Leandro de Pablo que trabajaba a las órdenes del Comandante Chamorro, jefe del contraespionaje franquista en la frontera catalana. Sometido a un “apretado interrogatorio”, de Pablo acabaría confesando que el enigmático don Antonio se trataba en realidad de César González-Ruano. A pesar del hallazgo, los guerrilleros no pudieron dar caza a Ruano que en 1943 abandonaría París para regresar a España, concretamente a Sitges donde vivió cuatro años antes de instalarse definitivamente en Madrid.
Las memorias de Pons Prades y los supuestos testimonios de Huet, constituían pues el principal indicio contra Ruano y el hilo al que se agarraron Garcia-Planas y Sala para comenzar a investigar sobre el jabonoso periodista español. A partir de ahí se inicia una actividad cuasi detectivesca, a la vez que empezamos a saber más sobre Ruano.
Se nos cuenta así que el periodista madrileño siempre quiso dar la nota y ser protagonista desde sus inicios. Comenzó su carrera de letras en el Ateneo, recitando poemas bajo una fachada estrafalaria. Desde muy temprano, tenía claro que quería forjarse una leyenda como le había recomendado el escritor José María Vargas Vila, “cuide mucho de tener una leyenda. Si no tiene difamadores, haga por tenerlos”.
Ruano destaca pronto por desarrollar una espectacular capacidad de producción, escribe y escribe sin parar. Su fervor literario se combina con su megalomanía, sus aspiraciones aristocráticas, hasta el punto de definirse como marqués de Cagijal, título al que siempre aspiró.
Se convirtió en una especie de escritor de derechas falangista con gran devoción por José Antonio Primo de Rivera pero también por la monarquía borbónica. No le gustaba Franco e incluso decía de él que era judío. Con el régimen mantuvo una especie de tolerable relación indiferente. No obstante, resulta imposible calificar ideológicamente a Ruano puesto que su trayectoria más que nada, lo avala como un “cuentista aprovechado”.
Las épocas de Ruano como corresponsal de ABC en el extranjero, tienen lugar principalmente en Roma, Berlín y París. Una época marcada por el auge del nacionalsocialismo y la segunda guerra mundial. Ruano disfrutó de aquellos momentos, sobre todo su estancia en Roma. Allí era un asiduo del rey Alfonso XIII junto a su amante Mary a la que se había juntado después de divorciarse de su primera mujer y con la que tendría un hijo.
Desde los inicios de su carrera en el extranjero, se caracteriza por su falta de seriedad, su caradurismo, aspectos que no pasaron desapercibidas para la policía política italiana que lo tenía muy controlado en Roma. Ruano se trasladará un tiempo después a Berlín con Mary, viviendo en casas que habían sido previamente confiscadas a judíos adinerados. La vida de Ruano es de pillo, repleta de sablazos y afición por el buen vivir.
A pesar de ser un periodista filo nazi y muy antisemita, su vida desordenada consigue exasperar también a los nazis que lo empiezan a vigilar con lupa. Al final, se mete en un lío de la manera más rocambolesca: por no pagar una factura de una pediatra que había atendido a su hijo pequeño. Ruano tendrá que acabar abandonando la capital alemana para refugiarse en un París donde tiene lugar su periplo más desconocido y aparentemente más tenebroso.
París se encuentra invadida por los nazis, los cuales cuentan con la inestimable colaboración de millones de franceses para atrapar al mayor número de judíos posibles. En medio de este ambiente enrarecido, Ruano sigue viviendo muy bien. A pesar de no tener mucho dinero, el periodista madrileño se las arregla para disfrutar de una lujosa morada (nuevamente confiscada a los judíos y que le ha sido proporcionada por un contacto español).
En París tendrá además el apoyo del embajador Félix de Lequerica y también del doctor Gregorio Marañón, que lo ayudarían más tarde a salir de la cárcel. Ruano se va continuamente de juerga en París, trapichea con obras de arte y se ve con muchos artistas e intelectuales como el pintor canario Oscar Domínguez, uno de los principales ilustradores de La Main a Plume. Es en París donde al parecer se hace agregado cultural y donde empieza a tejer su leyenda negra por haber supuestamente traicionado y llevado a la muerte a muchos judíos que trataban huir de los nazis.
La época de Ruano en París, es sin duda la parte más intensa de El Marqués y la Esvástica. El lector asiste a una apasionante investigación que va acercándose más y más al escurridizo Ruano. Rosa Sala nos cuenta como rastrea todos los archivos habidos y por haber, principalmente en Alemania y en Francia.
En muchos de estos archivos le dan largas, en otros renace la esperanza de saber más sobre el protagonista.
Después de tanto esfuerzo, se hallará más información relevante sobre Ruano, que incluyen detalles de su detención en París y lo que resulta todo un hallazgo: su posterior condena a trabajos forzados por las autoridades francesas. Resultó que anteriormente Ruano había sido detenido por los propios nazis que paradójicamente pensaron que estaba ayudando a los judíos a través de su puesto en la embajada española.
En la cárcel, Ruano convivirá con otros presos a los que intenta traicionar al salir de allí, cuando escribe una carta a los alemanes donde denuncia las laxas condiciones penitenciarias de la Gestapo que permiten a muchos presos llevar a cabo actividades sospechosas.
Como es natural, la mayoría de los compañeros de celda de Ruano no le tenían en muy alta estima, pero hay sobre todo uno que no lo traga y que va a por él con todas sus fuerzas. Se trata de un sastre armenio de nombre Adam Babikian que denuncia a Ruano ante las autoridades francesas cuando acaba la guerra. La denuncia de Babikian se traduciría a la larga a la sentencia de las autoridades francesas que condenan a Ruano a veinte años de trabajos forzados, condena que Ruano no sólo nunca cumpliría, sino que silenciaría cuidadosamente.
En este contexto, se sabrá también que Ruano extorsionó en la cárcel a un judío de nombre Schonhof, lo cual enlaza de alguna forma con el turbio negocio con los judíos desesperados por llegar a España a través de Andorra. Las pesquisas se dirigen pues al Principado, y con ello se entra en un espinoso mundo de “pasadores” andorranos (y de otras nacionalidades) que durante la guerra pasaron a muchos judíos a España, no siempre de manera honesta sino todo lo contrario.
Es cuando salen a la palestra nombres como el de Puigdellivol, protagonista oficioso de la leyenda negra andorrana que se habría lucrado con todo este asunto de traslado de judíos. Otro nombre que suena aquí es el de Paul Barberan, aunque aparentemente con un CV mucho más tibio que el de Puigdellivol. Por supuesto, estos no son los únicos nombres que salen a la luz y que recobran vida muchos años después.
En realidad, los efectos colaterales, escupen tanto héroes como verdugos. Dentro de esta última clasificación, se alza por ejemplo la figura del captor de Companys, Pedro Urraca Rendueles, personaje tenebroso que llevaría al líder catalán a la muerte. Sabemos también que al hoy respetadísimo Ramiro de Maeztu (enseña del Estudiantes) se le alaba en la revista Blanco y Negro, “por comprender con generosidad el magno problema de la expansión alemana”.
Se nos habla asimismo de Camilo José Cela y la gran amistad que le unía a Ruano. Se nos habla asimismo de la brutalidad empleada por la resistencia y los anarquistas Y datos, muchos datos, incluido el que afirma que “en 1944 había cuarenta veces más franceses que alemanes trabajando para la policía ocupante” etc. etc. Entre los héroes, tal vez valga la pena nombrar al poeta Eliseo Bayo, que ya había denunciado en la revista Informaciones, la matanza de judíos en la frontera andorrana. Pero hay muchos más claro, hoy completamente olvidados. En medio de todo este barullo, Ruano sale vivo de París y se instala en Sitges, donde llevaría una vida de bohemia y de alcohol antes de asentarse definitivamente en Madrid donde morirá en 1965.
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