El amor está de moda, mucho cuidado

Me preguntaba por qué Novak Djokovic ya no era ese jugador intratable al que no había manera de batir.  Me alegraba un poco de ello claro, puesto que la bajona del serbio coincidía con una cierta resurrección de nuestro Rafa Nadal. Pero euforias aparte, quería saber qué pasaba con Nole. Lo último que sabía era que había caído sorprendentemente en Wimbledon contra Sam Querrey. Unos meses después, el desconocido Denis Istomin se lo cargaba también en el open de Australia.

¿Qué estaba pasando? Para añadir más misterio al asunto, durante esas fechas Boris Becker, el mítico tenista alemán que había llevado a la gloria a Djokovic durante los últimos años, dimitía sorprendentemente. Por supuesto, Nole ya no era el número uno, ya no era el mejor jugador del mundo. El primer puesto se lo había arrebatado el arisco Andy Murray con un juego defensivo y muy aburrido. La reacción de Djokovic ante la escalada del escocés fue más chocante si cabe, “si Murray es el número uno, será porque se lo merece”. ¿Eso lo había dicho Djokovic? ¿De verdad?

Me dio por navegar por internet e investigar un poco a ver qué estaba ocurriendo con el tenista de Belgrado.

Resultó que al teclear su nombre en google, me salía repetidas veces otro nombre, Pepe Imaz: un ex tenista español que tenía montado algo así como una “academia del amor”. Vaya. Leyendo aquí y allá, descubrí que Djokovic se había hecho miembro de la misma desde hacía un tiempo.

De Imaz nunca había oído hablar en mi vida, y mira que me gusta el tenis. Mirando así un poco por internet su CV deportivo, descubría que había ganado un torneíllo por ahí. Nada más. Sea como fuere, había conseguido enganchar a Djokovic para su causa. Nole era ahora todo amor y meditación.

Uy, uy, uy.

Uno se hacía una clásica pregunta, todo esto de la academia del amor y tal ¿le sale gratis a Djokovic?. Un hecho era evidente: la imagen que Djokovic proporcionaba a la “academia del amor”, le reportaba ya una visibilidad impagable. Desde un punto de vista deportivo, no importaba que Djokovic no ganase ya ni un partido, puesto que Nole estaba enamorado.

“Amaos los unos a los otros”, se dijo una vez, y en líneas generales, parece un buen consejo. Supongo que es mejor hacer el amor que la guerra. Supongo que es mejor elegir la sonrisa y el buen carácter, a la regañina y la patada. Todo eso supongo que está bien. Las dudas comienzan cuando el amor es la excusa para pedir pasta. Si bien es completamente entendible que uno tenga que ganar dinero para sobrevivir, mosquea (cuando no enerva) las altas sumas que determinadas organizaciones y personajes exigen para entrar en el “reino del amor”. Tantos abrazos y palabrerío y al final parece que volvemos a la dialéctica capitalista que resulta en la misma ecuación de siempre: si tienes dinero pasa, si no tienes, por favor, retírate de aquí inmediatamente.

¿Cuál sería la alternativa al ‘amor remunerado’? ¿Hacerlo gratis? Si se hace gratis, ¿de qué se va a comer? En cualquier caso, parece que la práctica del amor como modo de vida, no deja de ser un modo de vida más. Una venta más. No tiene por qué ser necesariamente el mejor enfoque para todos. Con esta afirmación, no se está defendiendo un enfoque belicista ni nada por el estilo, sino la comprensión por parte de los propagadores del amor, que uno a veces se puede cansar por ejemplo de forzarse a amar a alguien cuando no para de hacernos constantes putadas. Cualquier libro, manual de estos, le dirá que si su compañero de oficina se le ha vuelto a hacer, usted no debe levantarse y hablar seriamente con él o con ella, sino que lo apropiado es meditar y desearle todo el amor con los ojos cerrados.

Pues va a ser que a veces no es tan sencillo.

Al natural impulso de querer darle una hostia a ese compañero de oficina, se le unen las ganas de decirle de una vez tres o cuatro cosas bien dichas. La hostia no se la vamos a dar no, porque eso nos metería en serios problemas, pero  las cuatro cosas si  se las podemos decir. Y luego si quieres nos enamoramos todos.

En realidad, cada uno es libre de elegir la mejor forma de actuar. Lo bueno del negocio amor es que parte de una premisa moral indiscutible, un buenismo demoledor que convierte al repartidor de amor y sonrisas en indiscutible ya que se ampara en un discurso moralmente impecable. Caemos entonces en la misma trampa que propicia la democracia. El armazón demócrata, convierte a sus defensores en irrebatibles, puesto que ellos y ellas forman parte de un sistema elegido por el pueblo en los que se defienden los derechos humanos. El dictador como podría esperarse, no tiene ninguna posibilidad de acertar haga lo que haga, puesto que se ampara en un estado autoritario que es defectuoso de forma. Esto hace que una importante cantidad de hipocresía, serpientes y dobles lenguajes campen a sus anchas en el espectro demócrata. Lo mismo ocurre con el discurso del amor. Con todo, parece que no se ha encontrado hoy en día, las alternativas que superen a gigantes morales como el amor o la democracia. Me parece muy bien, pero mucho ojo. Ah, y vigila tu bolsillo.

¿Y tu lector? ¿Alguna vez te ha visto embaucado por el amor de pago o algo parecido?

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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