Caminando por el infierno de Monrovia, capital de Liberia (1) de (14). “En medio del caos”.

Monrovia

Con un poco de nervios me pongo a escribir sobre el pateo que ayer emprendí sobre Monrovia. Ahí voy:

Sobre las diez y pico de la mañana me dispuse a salir a la calle con una gran pereza. No me esperaba París, Roma o Lisboa, no, me esperaba Monrovia y el cerebro lo sabía. El día anterior por la noche había estado trazando mi plan sobre un mapa de 2004 elaborado por la ONU. Me iba a recorrer prácticamente todas las calles de la zona de Mamba Point y Central Monrovia. Antes, había dividido la ciudad en cinco itinerarios: Mamba Point, Sinkor, Congo Town, West Point y Bushrod Island. Más o menos. Seguramente deje West Point para más adelante.

De modo que salí a la calle en UN Drive y torcí la primera a la izquierda para meterme por Newport donde destacaba el minarete puntiagudo de la mezquita. Creo que no voy a relatar esta excursión calle por calle, porque me aburriría muy pronto y tarde o temprano le cogería manía a la literatura.

Sólo quiero decir que no sería descabellado calificar todo lo que he visto como una mierda en sí, incluso como una gran mierda. Más o menos lo que me esperaba, vamos. Pero si lo miro de otro modo, y sí, me pongo un poco conradista, puedo también definir esta experiencia como sumamente interesante. Además, la mierda para mí no deja de ser una expresión artística mas, acogedora de miles de matices que pueden fácilmente alcanzar la categoría de relevantes.

Sí, pasar unas vacaciones en Monrovia, no es sin duda un buen plan ahora. Por cierto, un inciso: tras haber caminado ayer más de ocho horas, vuelvo a notarme quemado en África. Noto como necesito salir del continente al menos por un tiempo.

Algo que me ha sorprendido de este pateo, ha sido la oferta comercial de Monrovia, la cantidad de cosas que hay por las calles. Desde electrodomésticos, pasando por material de oficina, librerías, farmacias, material de ferretería, enormes supermercados, sastrerías… No me lo esperaba. Me ha dado la sensación de que había de todo, de que hay de todo en Monrovia. Como siempre, los productos de calidad son ofertados por los libaneses, y los productos callejeros por los locales.

Ya nada más empezar mi ruta por Newport, me he dado cuenta de la cantidad de tiendas y también de establecimientos para comer que hay por aquí. La mayoría de estos figones ofrecen arroz y fufu. Se trata de locales cutres, sin ningún tipo de diseño o gusto y donde la estética o el concepto de estética o bien ha quedado relegada a un segundísimo plano o bien simplemente se trata de un concepto al servicio del fin: la venta en cuestión.

No hay escaparates (sólo vi uno, una librería regentada por una libanesa) no hay detalles, no hay limpieza. Tan solo te encuentras con locales llenos de aparatos, algunos locales son además muy oscuros, sucios, y los puestos de comida suelen tratarse de una especie de construcciones desvencijadas de madera y polvorientas, combinados con una rejas muy débiles y casi oxidadas.

Sería muy vago literariamente hablando calificar Monrovia como un caos. Es lo más fácil y es cierto que es así, pero el escritor no debe conformarse con esta artificial descripción y debe ir más allá. Monrovia es un caos porque está llena de gente que camina de un lado para otro. Casi todo el mundo que se desplaza en un vehículo motorizado por estas calles, ya sea un coche o una moto, toca la pita hasta la saciedad.

A medida que iba caminando por estas calles, me iba dando cuenta de que me iba quemando progresivamente debido a estos cláxones que no paraban de sonar y sonar de manera continuada. Los transeúntes, las motos y los coches se mezclan en un tráfico caótico y en un ruido desagradable que inunda toda una serie de calles bajo el ritmo comercial.

Sale gente de todos lados, niños saliendo del colegio, mujeres de oficina abriéndose paso, obreros que asfaltan actualmente Benson Street bajo las órdenes de un capataz chino, gente que simplemente deambula por ahí y más. Es muy normal también que en determinadas esquinas haya colocado un enorme altavoz que desprenda una música tan ensordecedora como motivadora.

Afortunadamente, he apuntado el itinerario que ayer recorrí, porque si no, me hubiese sido muy difícil recordar las calles que pateé. Y es que me han resultado casi todas ellas iguales. Como en todo el Oeste africano, hay mucho muro de cemento que apenas deja mostrar nada que no sean tapias y más tapias. Toda esta locura se combina con los imperecederos árboles que siempre crecen por aquí y por allá, independientemente de las circunstancias: cocoteros, mangos, acacias, papayas etc.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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