Blancos pasándoselo pipa en Liberia

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“Seguramente cuando yo tenía veinticinco o veintiocho años, también era un poco imbécil”. Esta tarde, mientras iba en un Toyota Prado blanco por medio de la ciudad, escuchando a Takun J, con un solazo invitándote a irte a la playa (vamos, vámonos ya) pensaba iniciar el post de esta manera, “seguramente yo también era un imbécil”.

A ver. Ocurre que he superado la barrera de los treinta hace unos años (¿hace unos buenos años?) y pienso o que hay mucho niñato y niñata perdido de la vida por estas tierras liberianas o yo tengo un grado de madurez fuera de la común.

¿Sabes una cosa? Creo que se trata más de lo primero. A ver. Mientras ahora escribo estas jodidas letras en mi solitario apartamento de UN Drive frente al mar, hay gente pasándoselo bomba por Monrovia o eso creo yo. Mi cerebro, que es el tipo más cabrón que te puedas encontrar, no para de desplegarme imágenes de tías buenísimas livianas de ropa, un poco frescas y por ende prestas al cortejo libidinoso en los bares en los que ahora se posan.

Y ahí sigue mi cerebro, dale que te pego, que si una holandesa por aquí, que si una francesa por allá, la irlandesa esa, la española de la malla… Y todo envuelto en una música chill out que no para de sonar. A veces esto de escribir te deja una cierta sensación de gilipollas.

De pringado que se pone a estudiar un viernes por la tarde mientras el rey sol inunda las animadas terrazas.

A ver. Digamos que hay un grupo de blanquitos, mayormente entre veinticinco y poco más de treinta que no para. Van de fiesta en fiesta. Van a clases de salsa, yoga, hacen deporte, siempre comen en grupo, los escuchas con voces frescas, chillan, silban, tienen unos perfiles chulísimos en Facebook donde salen de la forma más guay que te puedas imaginar, no paran de enviar enfermizamente mensajes de móvil, o whatsapps, comentar en Facebook o hablar todo el rato por el móvil para concretar el próximo evento social.

Siempre hay una barbacoíta por ahí, un pescadito, una piscinita o un chapuzón en la playa, cuando no cuadra una excursión al campo donde pasarán un fin de semana rodeados de estrellas y vino. En cuanto a la vestimenta, te pueden salir con unos pantalones rosados, unas gafas de sol guapísimas, unas camisas turquesas, esas camisetas sin mangas para que se note ese gimnasio, minifaldas de lentejuelas grises y otros confetis. Molan, molan.

El hedonismo no les impide además, poseer carreras, masters, hablar varios idiomas, y tener un gran control de la tecnología. Muchos suelen ser arrogantillos. Ellos. Se trata de ir de macho man, inteligente, molón y cultureta si es posible (y hay un buen google disponible). Ellas. Se trata de ir de tía buena con cortísimas minifaldas, ser un poco inaccesible y jugar al histrionismo lúdico. Algo así. Se lo pasan bomba. Son fantásticos. Son maravillosos. Son estupendos.

Ya sé que mucho de todo este teatro es mentira. Sabemos ya por ejemplo lo que es Facebook y sabemos que casi todo esto es parte de una gran interpretación donde todo el mundo oculta sus fracasos, sus frustraciones, sus desamores, errores y otros pasillos oscuros. Todo eso ya lo sabemos. Pero no cabe duda de que las dotes interpretativas de esta muchachada son admirables.

A ver. Cuando te topas con este tipo de grupos en Liberia, con un comportamiento de instituto (cuando muchos ya podrían ser padres o madres) uno no puede evitar una cierta mueca ¿Esto que es? ¿Qué hace esta gente en África? ¿Ayudar a los pobres? A ver. No caigamos en el tópico farsante conservador que obliga a los autoproclamados ‘hombres y mujeres sociales’ a entregar sus posesiones al pueblo para ser coherentes con sus ideas. Eso es basura.

Es decir, ¿por qué uno tendría que estar sufriendo mientras ayuda a los necesitados? ¿no se puede uno divertir mientras trabaja todos los días de ocho a seis en la reconstrucción de un país? Mi respuesta es sí, si puedes divertirte mientras ayudas a reconstruir un país y tiene más lógica cuando te encuentras en una nación inhóspita, pero pienso que pierdes sobre todo un poco de credibilidad si te pasas. O bastante credibilidad. Que tu obsesión sea cómo rellenar el tiempo con las actividades más divertidas posibles te resta credibilidad, coherencia. Y en este contexto de la cooperación, la credibilidad para mí tiene un peso fundamental, decisivo. Si ya no eres creíble, ¿qué te queda? ¿No habría que buscar un punto intermedio?

Por supuesto, creo que la mayoría de estos molones, no sienten Liberia, África o las necesidades. Como la mayoría de la gente que he conocido por aquí por cierto. Muchos de ellos dirán luego que estuvieron en el continente negro viviendo bajo condiciones penosas y lidiando con algún león y algún que otro elefante.

A ver. Yo mismo cuando llegué a Liberia, participé de muchísimos eventos lúdicos, pasados de rosca algunos y otras nocturnidades, pero no insistí  en la diversión como leitmotiv. He ahí la diferencia. Me fijé en otras cosas. Leí, lo escribí. No presumo de mi vida entregada al mundo de la cooperación, porque no me lo creería, pero lo que sí me parece importante es un mínimo respeto, una mínima solidaridad con el contexto y ahorrarte así por ejemplo pasar tu “felicidad falsa” por la cara de todos los liberianos.

Puede que también haya un poco de envidia por mi parte por haberme quedado fuera de estos grupos lúdicos, de manera voluntaria e involuntaria. Voluntaria porque ya me aburrían. Involuntariamente porque cuando llevas un tiempo en Liberia, muchos de tus amigos se han ido y no puedes evitar la llegada de nuevas hordas que de pronto imponen un nuevo régimen sin el mayor respeto o decoro por los “veteranos”. Te quedas fuera del rollo cool.

A ver. Acabo de describir a un determinado blanco que viene a Liberia, a África no sé sabe muy bien a qué. No son todos. Por aquí también hay gente estupenda, blancos estupendos que sienten y que se divierten como cualquier hijo de vecino. Me quedo con ellos. Destilan realidad.

Puede que lo otro sea más divertido (habría que verlo) pero en el otro lado, en el lado de los que sienten, tienes una verdad entre las manos.

Por mi parte, no sólo hago escasas llamadas, sino que cuando me llaman me incomodo ligeramente porque temo que me vayan a invitar a algo y tener que cancelar así mis planes privados. Me suelo bastar. Me merezco en cierto modo esta dosis de soledad. Para aliviar esa horrible sensación de que algo super divertido está pasando por ahí y yo me lo estoy perdiendo, me aferro a esos libros de autoayuda que te dicen que cuando uno está a gusto consigo mismo, no sólo está siempre en el sitio correcto, sino que además aparece la gente que tiene que aparecer. No soy para nada un ser anti social, un bicho. Yo también salgo, me divierto y además me apunto a cachondeos. Solamente que me gustan las verdades. Como escribir.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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