Viaje a Ghana (1) de (7). Un sitio sórdido y horrible

Ghana

AHORA QUE ESCRIBO DESDE ACCRA, GHANA, ME PARECE SENCILLAMENTE ALUCINANTE QUE ESTÉ AQUÍ. Escribo con los ojos inyectados en sangre, con una barba de varios días y con unas ojeras remarcadas, pero quiero contarlo. Ahí voy.

Salgo desde Liberia y aterrizo en el aeropuerto de Kotoka al cabo de unas horas. Nada más poner los pies en Ghana, noto un aire civilizado y de pronto pienso que ya conozco una nación más, y que ya estoy cerca de superar los treinta y tantos países de Hans Christian Andersen… todo se andará.

Recojo mi maleta y la echo a rodar mientras me abro camino por el aeropuerto. Cuando por fin encuentro la salida, me fijo en varios guías y encargados de hoteles alzando varios carteles. “¿Carlos?”, me dice uno, y señala hacia la puerta donde un tipo de pelos estropajados levanta chapuceramente un cartel amarillo con mi apellido mal escrito.

Sus primeras palabras: “Man, ¿dónde te has metido? Llevo buscándote por todo el aeropuerto”. Me empiezo a reír por dentro, sonrío levemente por fuera, él sigue enfurruñado, “caminando por ahí, man, oye, entrando, sabes, buscándote”.

Bla, bla, bla. Salimos afuera y un aire cálido y tranquilo se mimetiza con un ambiente dinámico.

Muchos blancos entran y salen del aeropuerto. “Vamos a tener que esperar, no hay muchos taxis disponibles”, me dice mi acompañante. Esto sigue siendo África, claro. Caminamos un poco, el colega empieza a hablar con la gente en Twi, la lengua que habla prácticamente todo el país. También se escucha bastante el Ga y el Ewe es la lengua que predomina en el sureste. A pesar de su natural expansión, el inglés no es una lengua cómoda para el ghanés, algo que me llama la atención.

“¿Trabajas en Liberia, mmm?”, me dice de pronto el colega. “Allí a la gente le gusta la pelea, disparar” y levanta sus brazos hacia el cielo como si estuviese empuñando una ametralladora. “Nosotros en Ghana no peleamos”, dice. “Aquí prefieren bailar”, le digo yo. Y nos reímos y el tipo se marca un bailecito lleno de ritmo como no podía ser de otra forma, y luego me pide que le dé algo, que aquí hay muchas necesidades.

“Ya empezamos”, me digo por dentro. Le comunico que le daré tres cedis, y se carcajea, casi despreciativamente. Se los trato de poner en la palma de la mano, pero los rechaza. Más tarde, acabaré dándole cinco y enseguida me doy cuenta de que en Ghana no se respeta tanto al blanco como en Liberia. No hay esa sumisión, ese complejo.

Los ghaneses se han independizado de los ingleses desde hace bastante tiempo, muchos proceden del orgulloso pueblo Ashanti, que desde su ciudad icono, Kumasi, lucharon codo con codo contra los británicos, hasta conseguir posteriormente la independencia de la mano del venerado ídolo del país, Kwame Nkrumah. Luego llegaría la época del fornido revolucionario Rawlings, que provocaría más adelante una alternancia en el poder entre su partido, el NDC y los liberales del NPP. El día que escribo estas letras, Ghana tiene como presidente a John Atta – Mills, perteneciente al NDC. Ajá.

Aparece por fin un taxista con gesto serio, decidido. Me da la mano con cierta arrogancia y se mete en el taxi como un ente autómata y mecánico. Desde el coche voy viendo Accra que me muestra una arquitectura precisa, contemporánea, salpicada por un modernismo como británico, holandés si se quiere, que contrasta armónicamente con algunos edificios de corte ¿oriental?

Hay mucho tráfico y el colega que me ha venido a buscar al aeropuerto y que va detrás, se baja de pronto y me dice, “Man, ¿Cuándo nos volveremos a ver”. No sé qué decir, recurro al tópico, “bueno, estaré por ahí…” y nos damos la mano con un chasquido de los dedos que completa la interacción.

Al llegar al Afia African Village hotel me recibe una atractiva recepcionista y me da la llave de la habitación. La recepcionista tiene clase. La gente aquí, tiene clase. Se viste bien, hay pulcritud, hay educación, hay delicadeza. El hotel está muy bien, al lado del mar, las olas rompen.

“Hoy es sábado, tienes que divertirte”, me había dicho el taxista. ¿Pero a donde ir? Varias personas consultadas hablan de un bar polémico, el Jokers. “Jokers es un sitio sórdido y horrible”, me susurra alguien. Como lo horrible y lo sórdido me parecen suficientemente atractivos, decido montarme en un taxi y dirigirme a este bar. Jokers, allá voy.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

5 comentarios
  1. ¡¡¡que envidia me das Carlos…espero conocerte, alhun dia, me pareces un tio fascinante, que manera de contar las cosas. TÚsi que tienes clase!!!

  2. ¡¡¡que bueno Carlos!!! me encantaria conocerte. Como cuentas todo, con esa realidad, que parece estar viviendola….Tu si que tienes clase, mucha clase!!!!

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