¿Y qué pasa si a uno como a Ramón Trecet le interesa todo? Pues puede ocurrir que uno acabe enganchado a las propiedades del cadmio, a las posibilidades de un arcoíris y por supuesto al mundial de futbol femenino sub-20 que acaba de finalizar en Port Moresby. Lo sabía. Sabía ya desde hace unos meses que este mundial de chicas se jugaría en la capital de Papúa Nueva Guinea.
Me había sumergido en la web de la FIFA donde analizaban con detenimiento a todos los equipos participantes. El Reino de España era uno de ellos y fue así como descubrí nombres como Nahikari García, Andrea Falcón o Sandra Hernández, algunas jugadoras incluso provenientes de la misma tierra en la que uno creció, coincidencia que aumentó aún más mi interés en el torneo. Además de la selección española, desembarcarían en la capital papú escuadras de la talla de Japón, Estados Unidos, Alemania, Francia o Corea del Norte. Sí, sí, Corea del Norte.
Me acerqué al Waterfront con la ilusión de un niño que busca estampas panini y me hice con unas cuantas entradas para el España-Canadá. El día del partido, los cuatro gatos españoles que pululan por Port Moresby, nos las arreglamos para organizar un convoy que acabó aterrizando en el estadio Bava Park, situado en las inmediaciones del barrio de Boroko. Allí conocimos a la simpática delegada rubia de la delegación española con la que hicimos migas inmediatamente. Por aquí también estaba el embajador español en Australia que siempre se mostró amable y cercano.
Las chicas salieron al campo. ¿Quiénes eran? ¿En qué equipo jugaban? Los días previos yo había empollado en internet y ya estaba informado del buen hacer de Sandra Hernández en el Barça, de Andrea Falcón en el Atleti, de Lucia García en el Athletic de Bilbao así como otras jugadoras destacables. Suena el himno de España en Port Moresby. Empieza el partido. España la toca un par de veces, hay un pase largo y bum, ¡¡gol!! España se adelanta a Canadá a los dos minutos de juego. Acabará endosándoles cinco, una manita. Mejor imposible.
El siguiente partido iba a ser mucho más difícil, nada menos que contra Japón. Los ignorantes del futbol femenino, es decir, el 99,9% de la población mundial no se paraban a pensar que la jerarquía en el futbol de chicas no es la misma que en el futbol masculino; y así como Brasil es una potencia en el futbol de hombres, no lo es tanto en mujeres.
Así como Japón es una perita en dulce en el balompié masculino, constituye un auténtico hueso en el futbol de mujeres. Y lo mismo ocurre con muchos equipos como Nigeria, o Corea del Norte que en este deporte de futbol de chicas, son una autentica amenaza. Por eso el partido de España contra Japón era complicadísimo.
Las niponas además habían sido las bestias negras de España en campeonatos anteriores y habían solventado el primer compromiso con mucha solvencia al derrotar a Nigeria por un escandaloso 6-0. Pero este equipo español estaba compuesta por auténticas figuras como Aitana, una auténtica artista del balón y otras campeonas.
España no dominó el partido pero lo dio todo y acabo derrotando al imperio del sol con un penalti en las postrimerías del partido. Todo iba sobre ruedas para el conjunto español que ya estaba en cuartos.
En los otros grupos, los partidos se desarrollaban más o menos acorde a la lógica. Alemania era Alemania e iba aniquilando a un rival tras otro con facilidad, sin aspavientos, con contundencia. Corea del Norte estaba muy fuerte y se había cargado tanto a brasileñas como suecas, además de masacrar a las pobres locales de Papúa Nueva Guinea, que se habían clasificado por ser el país anfitrión.
Papúa Nueva Guinea fue arrasado en su debut al encajar nueve goles de Brasil que no tuvo piedad. “No deberíamos jugar este mundial”, fueron algunas de las voces que escuché en la oficina al día siguiente proveniente de muchos papús avergonzados. El segundo partido no fue mucho mejor para Papúa Nueva Guinea que recibió esta vez seis de Suecia. Al menos en el último partido marcaron un gol que fue celebrado como un hito nacional, aunque acabaron recibiendo siete goles, de Corea del Norte como ya se ha dicho.
En medio de la competición, me acerqué al Crown Plaza, hotel donde se hospedaba la selección española. Mi intención era simplemente saludar a Sandra Hernández y marcharme sin hacer ruido. Pero la delegada se alegró mucho al verme y me invitó a cenar. Antes, pude conocer por fin a Sandra, que me pareció una chica buena que transmitía una energía muy positiva.
La canaria era pura fibra y su carácter calmado a la hora de la cena contrastaba con la garra que muestra en todos los partidos. Me hice una foto con ella y Andrea Falcón, otra canaria que además era una máquina como pude comprobar en los partidos de España. Su zancada y capacidad para hacerse espacios y crear peligro era simplemente encomiable. Cené acompañado del entrenador español Pedro López que me preguntó por un sitio donde el equipo pudiese relajarse. Por supuesto que les recomendé mi lugar favorito: March Girls. Esa noche comí muy bien, como se come en España y conocí a más chicas del equipo español como Nahikari García a la que llame sin querer Nakore ante las risas de todo el equipo.
España no estuvo fina en el último partido contra Nigeria, que al fin y al cabo era una potencia y tenía su orgullo herido tras la abultada derrota del primer partido ante Japón. Nuestra selección se complicaba así la vida ya que tendría que cruzarse con Corea del Norte, ese país tan “especial”. Así que llegaron los cuartos. Sorprendentemente (o no tanto, de nuevo si atendemos a la jerarquía del fútbol femenino) Francia se cargó a Alemania.
Estados Unidos que llevaba haciendo un torneo irregular, pero de perro viejo, sacó sus tablas para dejar en la cuneta a México en el último minuto ante la desesperación de las centroamericanas que parecían tener un plus de motivación después de la elección de Donald Trump. Por su parte, Japón volvía a reclamar su papel de favorita y se deshacía con facilidad de Brasil.
Quedaba el partido de España contra Corea del Norte. Kim Jong-Un contra Rajoy, ¿por qué no?. Desafortunadamente, no pude ver este partido puesto que me habían llamado para atender una misión en el interior del país. Con un internet penoso, trataba de seguir en medio de las montañas el desarrollo del partido. España había encajado de repente dos goles, joder.
Le di a actualizar al móvil y de pronto el marcador reflejaba un 2-1, ¡Nahikari había marcado! España empataría más tarde para poner el partido a rojo vivo y llevarlo a una cardiaca prórroga donde Corea del Norte tuvo más sangre fría marcando el decisivo 3-2. España decía así adiós a la competición, una lástima porque se contaba con un equipazo.
En cualquier caso, parece que España poco a poco se va convirtiendo en una potencia como ya lo es en hombres. Aún le falta camino por recorrer, y es lógico puesto que la liga femenina existe sólo desde 1988. El Barça es hoy en día el dominador de una competición que tuvo al Athletic de Bilbao como el auténtico jefe durante muchos años. El Real Madrid ni siquiera tiene sección de fútbol femenino, y por lo visto Florentino Pérez no tiene mucha intención de crear uno. Él se lo pierde.
España fuera y llegaron las semifinales. Una de ellas servía un interesantísimo Estados Unidos contra Corea del Norte. Sin duda para las coreanas era más que un partido, era el partido de sus vidas, era la reivindicación de un sistema comunista, de unos líderes trasnochados sobre el enemigo clásico, el diablo por excelencia, el máximo exponente del sistema capitalista que encarnaba el mal para ellos.
El partido se fue a la prórroga, ¿se puede pedir más emoción? Y ahí Corea del Norte, tal vez sacando fuerzas transmitidas por el querido líder Kim Il-Sung (a saber) marcaría un gol nada más comenzar el tiempo extra. El marcador no se movería más y Corea del Norte consumaría una victoria épica, histórica. Toma ya.
La otra semi que enfrentaba a Francia con Japón, también se fue a la prórroga. Las francesas, que contaban con unas cuantas jugadoras muy lindas, fueron más fuertes en el tiempo añadido y acabaron derrotando a las asiáticas por 2-1. Por un lado, era una pena que el partido hubiese acabado así, puesto que una final Corea del Norte-Japón, tenía casi más morbo que el partido entre Corea del Norte y Estados Unidos. Y es que después de los norteamericanos, Japón constituye el rival por excelencia de Corea del Norte, ya que en su momento el imperio nipón habían colonizado la península coreana de manera brutal.
En cualquier caso, un Francia contra Corea del Norte prometía ser también un buen partido. Las francesas se relajaban los días previos visitando lugares de recreo como Fisherman Island. De las norcoreanas poco se sabía, como siempre, aparte de que entrenaban duro. Llego el día del partido y el National Football Stadium se vistió de gala para recibir a los dos contendientes.
Sonó el himno francés con ese lirismo eterno que remueve entrañas y todo lo que haga falta. También subió a lo alto el himno de Corea del Norte, sonando como una canción lejana, una melodía que nunca habías oído y que quizás no oigas más. Si uno echaba un vistazo a los dos equipos, la puesta en escena, todo el engranaje, parecía que Francia vapulearía a las ‘humildes norcoreanas’.
Las francesas eran altas, guapas, fuertes, lucían una equipación reluciente, contaban con un equipo técnico que rezumaba profesionalidad. Mirabas a la izquierda, y te encontrabas con un equipo norcoreano bajito, luciendo unas camisas rojas desvaídas. Todas llevaban el mismo corte de pelo, pelo muy corto. Y el entrenador lleva el chándal este adidas de rayas que llevaba yo en el colegio hace bastante tiempo.
Empieza el encuentro y Francia la toca mejor, poseen además una defensa de hierro, especialmente la número 2 de nombre Romanelli que es una lateral como la copa de un pino. De pronto, Francia dispara a puerta y a la portera norcoreana, no se le ocurre otra cosa que despejar el balón con las manos planas de manera que el esférico queda franco a una jugadora francesa que fusila la portería asiática. 1-0. El estadio estalla de júbilo, un estadio que sorprendentemente no apoya en su totalidad a Francia como uno podría esperar. No, ni mucho menos.
Resulta que a los seres humanos siempre le gusta ir con el débil, resulta que Papúa Nueva Guinea está lleno de anglosajones que nunca han podido ver mucho a Francia y resulta que Francia, al parecer, cae mal.
Por eso, no era tan raro que cuando una de las jugadoras norcoreanas se internó como un cohete por la banda izquierda (de las escasas ocasiones en las que Romanelli fue superada) y se la pusiese a una compañera que la picó para marcar el empate, el estadio estallase en otro júbilo tanto o más poderoso que el provocado por el tanto inicial galo.
A partir de ahí se iguala la cosa. El entrenador norcoreano entiende el juego, sabe mucho de fútbol. Lleva a cabo una especie de zona presionante, a lo Sacchi, las francesas son más de toque, pero van perdiendo confianza. En la segunda parte, un testarazo de una norcoreana alta (de las pocas altas que tiene este equipo) pone a Corea del Norte por delante. Toma ya.
El estadio empieza a hacer la ola. A pesar de las permanentes noticias que nos llegan de Corea del Norte a diario, mucha gente no puede evitar ir con las de rojo, incluido un tipo moreno que se ha impreso la bandera de Corea del Norte en su casa y todo y ahora la alza con una sonrisa de foto de los años 60. Corea ya es ama y señora del partido. Corren que se las pelan estas tías, ante una Francia que se desespera y que acaba cometiendo un penalti todo. Corea no perdona, 3-1, esto se ha acabado. Corea del Norte es campeona del mundo. El estadio entero grita y aplaude.
La FIFA monta el podio en cuestión de segundos y al poco aparece por aquí montón de chicas ataviadas de chándales verde. Se trata del equipo japonés que ha quedado tercero tras derrotar a los Estados Unidos en el partido por el tercer y cuarto puesto. Francia se sube a continuación con un caretazo de decepción.
A continuación, es el turno de las campeonas que alzan esa bandera norcoreana de estrella roja que sólo se ha relacionado hasta ahora con misiles, bombas nucleares y locura. El partido de alguna forma ha humanizado a las norcoreanas que ahora están saltando sobre el pódium, eufóricas. Japón en una esquina del estadio, las mira envidiosas, con rabia. Luego llega el momento de los fuegos artificiales. Port Moresby es una fiesta, todo el mundo hace la ola y grita.
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