Ya lo decía Nietzsche: el ser humano siempre trata de diferenciarse con el objetivo de destacar. Que si yo tenía una banda de música donde tocaba la trompeta, pues me monto otra donde soy el cantante, que si yo jugaba en un equipo donde chupaba banquillo, pues me voy a otro a meter puntos, que si tenía un jefe cabrón, pues me monto mi propia empresa. Aunque no siempre es así, y la sumisión y el conformismo palpitan en cada rincón de nuestras vidas, algo de eso hay.
Busco la gran obra. Yo busco la gran obra. Siempre creí que era diferente, desde pequeño. Que veía cosas que los de al lado ni apreciaban, que tenía una imaginación que traspasaba la normalidad. Algo distinto que me presionaba y me presiona.
Durante muchos años, cabalgué por los campos de la vida con una adrenalina rebosante que no sabía a donde dirigir. Era desesperante (lo sigue siendo muchas veces) Vale, lo llaman encontrarse a sí mismo, y aunque no sé si yo he llegado a ese estadio, lo cierto es que al menos he conocido muchos Carlos que no me han gustado.
Busco la gran obra, esa rama, esa profesión, ese acto, ese gesto, ese segundo que me conduzca a la dicha. Marcar mi sello en este mundo. Busco la gran obra.
Y es que da la sensación de que los que llegan a la gloria o al infierno, lo hacen después de haber erigido una gran obra, sea de la categoría moral que sea, tenga la duración que tenga, se suceda aquí o allá. Pienso por ejemplo en el gol de Maradona contra Inglaterra, pienso en el Che Guevara y Fidel Castro entrando en las calles de La Habana el 1 de Enero de 1959, pienso en el Materazzi y su cabezazo a Zidane, en Felipe en el 82, en Kurt Cobain y “Smells like teen spirits”, en Lennon y su “Imagine”, En Mc Cartney y “Yesterday”, en Eddie Cochran y su “Come on everybody”, en García Márquez y sus “100 años de soledad“, en Dostoyevski y su “Crimen y Castigo”, en Matías algo aterrizando en la Plaza Roja, en Tolstoi y su “Ana Karerina”, en Goethe y “Fausto”, en Beethoven y la 9ª, el barbero de Rossini…
Y así. Todos realizaron o llevaron a cabo una obra, un gesto, una acción que los dirigió al recuerdo perenne, a la firma eterna, a la gloria definitiva. La crucifixión de Jesús de Nazareth y su gloria eterna…
Todos tuvieron ese momento, ese gesto, ese gol, esa canción, esa bala, esos clavos. Millones de personas morirían por ese momento, porque ese instante les asaltase y luego, envueltos en el deseo confuso, mirar a un cielo naranja y decir con los ojos envueltos en lágrimas, “detente, eres tan bello”.
Busco la gran obra. El rincón donde toda mi adrenalina y mi desesperación encuentren cobijo. Toda la vida buscando ese sitio donde poder vomitar todo el talento, toda la hartura, toda la fuerza. Qué horrible sensación ahogada es esa, oh, aquel que se plantea quién es uno mismo, qué es lo que le gusta y qué le gustaría hacer.
Aquel que se plantea la vida tiene un problema. Tiene una dificultad de búsqueda, de encontrar sin ver, de abrir puertas, de probar por aquí, de probar más allá, del que hago yo aquí, del de un buen día llorar, un buen Domingo encontrarte vacío, triste y decir que a pesar de todos los esfuerzos, de todas las luchas interna, no tienes nada. Que aún no has conseguido absolutamente nada.
La gran obra para el que se plantea lo que no se puede plantear, llega a ser algo difuso, escurridizo, traspasado por supuesto por el cuchillo del sufrimiento y la lucha, pongámonos como nos pongamos, y de la lucha, de la lucha, de la lucha.
Tener talento, ya lo dije una vez, es una putada. Si además eres responsable, es una desgracia. Talentoso y responsable. Ya sabes amigo, sólo la gran obra te salvará, te conducirá a eso que llaman la realización, el encuentro de uno mismo, el no dar vueltas en la cama.
Algunos sabemos que la tranquilidad ya es algo remoto, imposible de conseguir. Se logre lo que se logre, aún habrá algo más. Ese país por descubrir, ese libro por leer, ese anhelo, esa sensación ardiente picándome el cuerpo, por debajo de la piel. Joder, joder, joder.
Ahora comprendo porque en las esquelas reza, “descanse en paz”.
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