¿Siempre lo mismo en Liberia?

¿Siempre lo mismo en Liberia?

UNA VEZ MÁS EL CHULO LIBANÉS DESFILA CON EL MÓVIL ceñido entre el cuello y la oreja por el pasillo del Lila Brown reclamando la atención de la sala. Te queremos Rose, pero todos los Viernes nos cantas las mismas canciones, nos emocionas de la misma forma: hasta Bob Marley tiene un límite, incluso el I don’t wanna wait in vain for your love, se acaba desgastando. Mira, gente nueva “¿Cuándo llegaste a Liberia? ¿Qué es lo que haces aquí? ¿Hasta cuándo estarás?” ¿A qué te suenan estas preguntas my friend?

El batería es muy bueno, se sale, pero es que se está saliendo de la misma manera una noche más, esos redobles geniales ya los he escuchado. Ya me han electrizado. La camarera viene con la misma broma a la misma hora, la camarera se enfurruña a la misma hora que el pasado viernes. De nuevo tengo problemas para que me devuelvan el cambio, lo que me pasó también la pasada semana. Y la anterior. Y el año pasado.

Habrá que bailar. Bailar el Could you be loved un día más, convencer al cuerpo de que esto de moverse al son de un ritmo es bueno, alegra las vidas, dicen. Vuelvo a caminar. Me freno en un pasillo, ese que se oculta entre la barra y el escenario, ese cuyo muro me resguarda de una rutina que me ofrece lo mismo. Ya me he refugiado en este nicho muchas veces. Este espacio oscuro rodeado de sombras ya sabe a que huelo.

Lo que te comentaba: las liberianas de la esquina me vuelven a decir que quieren ser mis amigas, que las invite. Dinero siempre. Cerca, cuando voy al baño, me encuentro con el mismo niño del otro día que custodia los servicios. De nuevo hay alguien ahí dentro y hay que esperar.

Una vez más esperar para entrar en el baño sintiéndote un poco absurdo, casi vulgar, humano, desnudo. Idéntica propina le doy al salir. El pibe afirma con la testa. Idéntico agradecimiento.

Un cliente del Lila Brown y yo nos contamos el mismo chiste, el del barco. Nos volvemos a ignorar más adelante. Como siempre. La pareja lésbica se exhibe una vez más a base de carne, músculo y roce. Ya conozco el espectáculo, man. Como que me cansa un poco. Y venga, luego tocará el bañito nocturno en la playa ante los ojos de un público que las observa embelesado, introduciéndonos todos en una postal que refiere tal vez a Biarritz, Francia. Verano, una sombrilla azul, blanca y roja, un mar azul y celeste. Aplausos. Vale.

Moses está rodeado de liberianas. Una de generosos pechos lo abraza por detrás, lo placa, lo ensambla, mientras él colabora con su energía tórrida, con su cómplice impavidez. Como la pasada semana. Al lado, la rubia baila igual que hace siete días. Se mueve tan bien. Es una analogía. De nuevo parece que acabará rindiéndose paulatina y nocturnamente a la tentación molusco, al ataque del pulpo de turno. Quién sabe ¡Quién sabe! Me da la sensación de que ya la he visto, de que ya he visto esto. Siguen llegando holandeses. Hay otra rubia que se pone triste, que se va apagando. Como ayer. Hay una morena un poco gorda que está harta. Como ayer.

Los rostros son tozudos. Pueden cambiar las botas, los calcetines, pueden presentarse con una camiseta naranja, unos pantalones color pistacho, unos labios pintados de verde, un cinturón amarillo, una peluca pelirroja, una nueva perilla, una cadena plateada, pero las caras permanecen. Son las mismas. Idénticas. Deberíamos hacernos todos la cirugía estética y cambiarnos, destrozarnos la piel, pero al menos cambiar. Cambiar. Cambiar. Renovar, renovar.

Ya sabes que a mi perra le encanta la rutina. A los perros les encanta la rutina. A los perros les fascina recorrer una tarde más la misma senda, olisquear el mismo orín, levantar la pata al lado de la misma palmera, sonreír de nuevo en la explanada. Los seres humanos son unos perros. Repetir, repetir y repetir. Todo sea por la comodidad, el camino seguro, la certidumbre, la estabilidad. Unos perros. Ay los perros.

Resulta que no es tan fácil esto de cambiar. La metamorfosis es un proceso. Estamos tan a gustito en la rutina. I miss the confort in being sad… Lo desconocido causa miedo y pereza. Qué bueno esto de tener un mando a distancia. Es tan cómodo ir al mismo sitio.

El sofá es el mejor invento. Llamar a la misma persona. Escuchar el mismo tono de voz. Hacer lo mismo que se ha venido haciendo desde que el mundo es mundo por todos los que venían detrás de ti. Pues mira chata. Resulta que:

NO ME DA LA PUTA GANA

Doce de la noche. Apagar la lámpara de la mesilla de noche. Oscuridad. Decir. Llena eres de gracia, sálvame de la repetición. Y a las ocho horas. Resucitar.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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