La chica del avión

avión

Un día de Julio. Vuelvo a Bruselas. En una sala soleada, espero la salida del avión que me dejará en la capital de Bélgica en unas cuantas horas. No siento nada. Eso sí, me da pereza ver de nuevo a tanto guiri, a tanto rubito insípido, a tanta cara blanca. Cruzo las piernas, masco chicle. Soy genial.

Primero, susto. Nos llaman para salir, y al entregar mi billete, la azafata me dice, “aquí no es”. De nuevo las prisas, los nervios. Corro por el aeropuerto con el portátil. Los niños pequeños me señalan mientras chupan algo. Uff, por suerte, mi avión lleva un retrasillo y aún estoy a tiempo. Vamos a ganar, vamos a ganar.

Miro al personal. Detecto a una piba interesante. Se le nota personalidad: va estirada, gafas de sol, buenas tetas. La miro. Al cabo de unos segundos, me siento y leo algo.

Noto una mirada en frente de mí. Una mujer madurita me está mirando. Yo la miro. Tiene una cara interesante, un morbo tremendo. Llega su marido, se pone roja. Yo no la miro mucho, no va a pasar nada. Nos llaman, me levanto y veo que la mujer me sigue mirando. La miro, ella me mira de reojo. La vida es así, amigo.

Entro en el avión y me siento en mi sitio. Primero llega un marroquí y me hace levantar para aposentarse en la ventanilla. Luego, oh suerte, viene la chica de las gafas de sol, la de las buenas tetas. Tiene pinta de guiri, pero habla español perfecto. “Debe ser alguna Erasmus”, pienso. Bajo la cabeza y me pongo a leer unos documentos de trabajo. Qué divertido soy. A ella se le ve sociable, con ganas de participar. Yo no le hago ni caso porque estoy muy liado y porque soy tímido y muchas veces, cobarde.

El avión despega. La chica del avión mira hacia mí, mira hacia el marroquí. El marroquí le dice algo. Ella responde. Se ponen a hablar. Me pongo un poco celoso. En unos segundos vuelven a mi cabeza todos los fracasos sentimentales de mi vida. Agito la cabeza y trato de expulsarlos. Siento que debo actuar.

Sigo leyendo. Por fin, paran de hablar. La chica del avión se duerme. Yo sigo con mis documentos de los cojones. La chica se despierta. Mira para ambos lados. Pienso tal vez en decirle algo, pero el culo de la azafata me hace perder la concentración. Inclino mi cabeza hacia la izquierda para tener una mejor perspectiva. Su trasero se aprieta contra un pantalón de tela azul.

Despierto. Oh cielos. Un azafato negro me sirve algo. La chica del avión le habla en un perfecto holandés. “Dank u” ¿Pero quién es esta mujer? Se ha quitado las gafas: sus ojos son de un azul de canica cara. Preciosos. Me gusta como habla, su desparpajo balcánico, su tono, su rollo. Pienso en hacer algo. Ella vuelve a hablar con el marroquí. Esto en parte me gusta porque compruebo que no es una racistita “fina” como la mayoría de los capullos que van en este avión.

Vuelvo a mirar el culo de la azafata. Ella se da la vuelta. Sonríe. Vuelvo con mis documentos. Joder, el avión va aterrizar. Aterriza. Levanto la cabeza. Sorpresa, ella me habla. “¿Ya?”, me pregunta. “Bueno, aún me queda mucho”, contesto. Hablamos. El marroquí me mira con cara de Iván Drago en Rocky IV: he wants to kill me.

Me gusta la chica. Me cuenta que vuelve a Holanda, que ha estado tres años en España. Ha tenido un accidente de coche con un catalán. “Entonces te sacará mucho dinero”, le digo. Ella asiente, triste. “Es un cabrón. El hijoputa me ha denunciado. Tiene tres abogados. Encima la culpa fue de él. Me dijo que no pasaría nada y ha llegado una denuncia del copón a mi casa”. La gente empieza a levantarse y a irse. Yo tengo el oído izquierdo tapado todavía. Cuando hablo, todo el avión me mira: debo estar hablando muy alto.

Pienso algo. “Si necesitas un abogado de allí, conozco a muchos. Pero me lo tienes que decir ya, porque me voy”. Ella me mira sonriendo tímidamente, pero no se atreve a decir nada.

Salgo del avión. Delante de mí va el marroquí cojeando. No para de mirar para atrás: busca a la chica del avión. Espero las maletas. Miro hacia atrás, la estoy buscando. Me pongo nervioso: he perdido de vista al marroquí, tal vez esté hablando con ella.

La maleta no llega. Suspiro cuando le veo salir por la puerta. De repente se ha soltado el pelo, se ha vuelto a quitar las gafas, se ha puesto un jersey blanco: está buenísima. La miro. Ella lo nota. Se aparta un poco, está en un sitio completamente visible. Ella me mira. Yo la miro. Tal vez debería hacer algo, joder. Pienso. Tal vez sea ella, la chica. La media naranja y todo eso. La que cambie mi vida. La vuelvo a mirar. Ella me mira de reojo. Sigue visible, tal vez esperando. Pienso, imagino, “Y si fuese los fines de semana a Holanda, se llega muy rápido”, sigo pensando. ”Y si ella viniese a Bruselas”…

Llega mi maleta. Con gran esfuerzo la pongo en el carrito. Me voy al hotel.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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