Me acaba de pasar ahora mismo. Eso, lo del folio en blanco. Dicen que es uno de los mayores peligros o miedos que sufre el escritor. La verdad. Es que a mí me no me pasa casi nunca. Me parece hasta una queja ridículamente burguesita. Y es que yo, casi siempre tengo algo en mente, y cuando actualizo este blog, voy pensado a lo ancho de la semana de que voy a hablar la próxima vez.
Ni siquiera me lo propongo, ni siquiera pienso en ello premeditadamente, simplemente sale, sale cuando uno está duchándose, paseando por la playa o pelando un kiwi. Entonces, la risita tonta, los enamorados son estúpidos, la alegría de saber de lo que quieres hablar, lo que quieres decir. Como cuando a Cortázar se le presentaba una nueva historia para desarrollar en uno de sus cuentos: Glenda Jackson.
A veces, muchas veces, el problema no radica en la falta de tema, hay millones, infinitos, inabarcables, sino en la excitación. Uno debe escribir lo que le excita, lo que le remueve por dentro y por fuera, eso que le pellizca debajo de la piel. Entonces los dedos fluyen, las teclas se combinan para despedir una armonía compacta y febril que hace que el escritor escriba y escriba, con ese motorcito ahí dentro o donde sea, despidiendo música.
En cambio, si uno se pone a escribir algo que no le interesa, que no le llama, viene el aburrimiento, el esfuerzo titánico, el sufrimiento del vago, los minutos eternos y puede salir algo decente, claro, si en juego hay mucha pasta, y se tienen los medios y el oficio para dejar la historia al menos técnicamente correcta. Pero claro, eso no es literatura, eso es negocio. Y así.
Hay infinidad de temas, sí, pero a veces los temas se acaban. Uno parece que no tenía que decir tantas cosas en esta vida, en este mundo, o más bien todo lo que quería decir ya lo dijo y vienen las repeticiones, los cabezas de quebradero.
Algo de eso me pasa hoy. Mira que cuando paseaba por el muelle, por la acera de chocolate blanco se me venían varios temas a la cabeza, por ejemplo me preguntaba, o quería hablar del por qué de la cara de gilipollas o capullos que tienen o sacan los escritores cada vez que se les retrata en formato carnet (o más grande).
No sé ustedes, multitudinarios lectores, pero siempre que veo las fotos de esta peña, suelo encontrarme con caretos endiosados, miradas perdidas, manitas en el mentón, “soy la mar de interesante”, intelectualizando el asunto, algo supremo, mirada penetrante, ojos saltones, yo, soy un Dios. Io detto. Y me aburren esas caras. Esa falta de originalidad.
Quizás sea el propio formato carnet, el retrato, que deja pocas posibilidades para la inventiva expresiva, pero no me lo creo.
Conozco a varios fotógrafos, veo bastantes fotos y sé que se pueden hacer muchas cosas más que poner esas caras de imbéciles. Sí, yo también tengo algo escrito por ahí, donde aparezco haciéndome el guay, pero nadie dijo que yo no fuese un gilipollas más, una oveja más, siempre lo he dicho.
Ese era uno de los temas. Otro era “Amores perros”. La peli de Iñárritu, la famosa peli. Sí, la ví el sábado o el domingo, después de haber pasado mucho tiempo desde su estreno, fuera de actualidad como Saura ve las pelis: pasadas de moda. Así. Me flipó en su momento 21 gramos, Babel, y Amores Perros, es una gran película. Si no fuera. Es un peliculón al que desde mi punto de vista, le sobran unos 35 ó 40 minutos, o más.
La historia de Valeria parece que se alarga innecesariamente, Goya Toledo está muy bien, pero al tener tanto dinosaurio alrededor, se queda un poco rezagada, tampoco me creo mucho la relación entre Octavio (Gael García Bernal) y la mujer de su hermano. Soberbio el reparto mejicano. Guión, claro está, de Guillermo Arriaga, que ya se cabreó wei con Iñárritu, y del que admiro su capacidad de crear vidas, historias, pero al que le diría, si me permite, que ya me está empezando a cansar su estructura, su formato partido en varias historias, su cronología mareada que me ha hecho recordar hasta a Faulkner, metodología que llega a ser abusiva, al repetirse en casi todas las pelis. Y siempre el mal rollito. Por lo demás, gran peli.
Sí, también iba a hablar de otra. Me empieza a molestar que cada vez que salgamos, la miren sólo a ella, que todo el mundo sonría cuando corre, cuando se escabulle, cuando sonríe con sus ojos tan intensos de negro como el marrón de la tierra, ella siempre despierta ese halo de sensibilidad por parte del ser humano.
Al fin y al cabo, si paseo con ella, es para que la gente me deje en paz, y no me mire, porque no me gusta que me miren, si soy un raro, soy un raro, y punto. Tan solo soy un solitario sociable. Eso es todo. Ella es cuatralba, de hocico respingón, una esponja de peluche a la que dan ganas de pellizcar, pero nunca se deja. Tan solo lo deja hacer por mí. Sí, hablo de mi perra.
Pues de todo eso iba a hablar más o menos. Yo que sé. A veces pasan estas cosas, estos folios en blanco, estos segundos que se deslizan tontamente, y uno, si no tiene nada que decir, lo mejor que puede hacer, es decirlo, escribirlo. Escribir siempre. Buenas tardes.
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