Hacerse el loco

Hacerse el loco

A mí hermana le cae mal un tipo calvo. El otro día nos lo encontramos en la terraza de un restaurante. El calvo tiene un niño pequeño y no le quedó más remedio que pasearlo y pasar por nuestra mesa. A la ida, sin problemas porque nos daba la espalda y pudo escapar disimuladamente hacia fuera; sí, sin duda se había percatado de nuestra presencia ¿Y a la vuelta? Pues el tío entró con el niño montado sobre sus hombros y justo al pasar al lado de nuestro sitio, agachó la cabeza, como para acomodar mejor a la criatura. Ese intervalo duró si acaso tres segundos, lo suficiente como para caminar unos pasos mientras esquivaba nuestra posición. Que forma de hacerse el loco, que clase, chapeau.

Y es que cuando uno vive en un sitio pequeño, como es mi caso, no puede evitar cruzarse con gente a la que no sólo se le tiene poca simpatía, sino que también a peña que no la conoces del todo bien (alguien que te atendió en una frutería, por ejemplo) y no sabes si ya corresponde un saludo. Normalmente, la gente opta por hacerse la loca. Que dicho de paso, no sé porque se le dice “hacerse el loco”, ¿acaso es hacerse el loco ignorar a otra persona disimuladamente? ¿acaso los locos te ignoran disimuladamente? ¿No sería más exacto llamarlo “hacerse el despistado”? o ¿hacer el capullo? En fin, digo que un sitio pequeño es inevitable cruzarte con una fauna medianamente conocida.

Situaciones, ¡acción! La putada es cuando estás caminando tan tranquilo por una calle ancha, disfrutando del sol, del clima, y al final del asfalto  te encuentras con alguien que te cae mal, o no te cae del todo bien.

Me pasó el otro día. Y aquí, ¡chan, chan! cada uno saca sus dotes interpretativas para esquivar al enemigo. A mí me salvó una oportunísima furgoneta violeta. Tan alta, que al cruzarme con este tío, él la pasó por un lado, yo por otro, como si cogiésemos una ola, y ¡chas!. Yo rematé mirando a mi izquierda donde dentro del club, una chica le daba un beso a otro a través de unas rejas negras. Ignorado.

Otra. Después de comer, creo que fue el lunes, me encontré con un tipo que bueno, ni me cae mal, simplemente me da pereza saludarlo (la misantropía que no cesa) Avanzaba sobre una acera y por ende, pasaría inevitablemente al lado de él. Entonces, ni perezoso ni corto, aproveché un camión con pinta de hormigonera para ponerme detrás de él y cruzar la acera de manera disimulada.

A veces, eso, nos salva una furgoneta violeta, una hormigonera, un niño pequeño. Pero hay claro está, infinidad de posibilidades: a cada uno sus dotes de actor o actriz. Una de las clásicas es cuando te ves al “enemigo” al final de un tramo. Vas a tener que cruzártelo sí o sí. Como dos vaqueros en un duelo, te vas a acercando a él o ella. Entonces, somos geniales, uno de los dos, tiene un ataque de misticismo. De repente uno de los dos, o los dos, mira al frente sin mover ni siquiera ligeramente, el cuello. Su rostro adquiere una expresión de concentración, de divinidad, confusión alucinógena, como si más allá de la calle, estuviese viendo un milagro, encontrándose con su ángel de la guarda o algo parecido.

Son unos segundos tensos. Hasta la colisión, ya digo, todo es misticismo, hasta que por fin, te cruzas con el capullo/a y vuelves a estar a salvo y recuperas (recuperamos) tu cara de toda la vida.

Nos pueden salvar infinidad de objetos, de circunstancias, de personas. Por ejemplo, un móvil. Sacas el bicho este y te pones a marcar o hablar como haciéndote el ocupado a tope, mientrasel enemigo también va haciendo su trabajo y va desapareciendo poco a poco de tu campo visual. Gracias. A veces, como vi el otro día, estás en un bar, relajado, pasando el veranito, donde habita el olvido y parando el tiempo.

Entonces, oh mierda, compruebas jodido como un grupo de gente plasta se acerca a ese bar. La putada es que conoces a una de las señoras, que es hermana de no sé qué, que en su día operó a no sé quién, y que has hablado con ella en infinidad de aeropuertos.

Empieza las dudas: saludo o no saludo. Me levanto o no. Aquella vez, mi acompañante y yo íbamos con una perrita. A la perrita se le unió un perro callejero que no paraba de olerle el culo a mi perra. Entonces, mientras se acercaba el grupo intruso y coñazo, mi acompañante bajó la cabeza ¡de una manera descarada! Y se puso a jugar con los perros, como si les estuviese dando comida o algo por el estilo. Oculta tras sus gafas de sol, agachada, repartía trocitos de pan a los canes, que no le hacían ni caso. Era tan mala la actuación, que tuve que sacarla de debajo de las mesas y decirle, “saluda, qué le vamos a hacer, joder”.

Los perros, los móviles, las furgonetas, el cuello, cualquier objeto orgánico o no, sirve para ocultarse. Luego ya viene el arte, la sangre fría y la cabeza de cada uno. A veces, incluso pasa que te cruzas con el enemigo ¡en la misma acera! Y el rival va acompañado y justo cuando llegas a la intersección con la persona a ocultar, el tipo o la tipa se gira hacia su acompañante y le pone el cuello y la cara en su careto, diciéndole algo, como si el otro estuviese sordo. Eso, claro, dura los segundos que tardas en cruzarte con esa persona: son los momentos críticos.

Otras veces, como dije antes, te cruzas con peña que no es que te caiga mal, pero simplemente te da pereza o no sabes si corresponde un saludo. Yo que sé, de repente te pelas en un sitio nuevo, y te encuentras al peluquero en correos. Él hace su cola, está al lado de ti. En estos casos, o te haces el loco de mala manera, o bien, haces un rodeo visual, tanteas la psicología, el terreno, a ver si el rival está por la labor ¡porque no te creas que pierdo el culo por saludarte! ¡que yo soy muy importante!

Y aquí entramos en la intensidad del saludo. Otra importante decisión cuando uno ha decidido saludar a esa “persona”. Sí, no me queda más remedio, lo voy a saludar pero que tampoco se crea que lo respeto un huevo. Entonces, hay todo tipo de saludos. Unos llegan a ser tan gilipollas que saludan levantando las cejas, a la vez que adoptan una expresión de desconfianza y recelo. Otros balbucean algo, farfullan, por si no les contestas, como saludando al vacío, otros levantan la mano tímidamente y así sucesivamente. Y es que el orgullo, cuenta mucho.

Por eso, cuando a Peter O’toole le preguntan porque le gusta tanto el desierto, el irlandés responde, “está limpio”. Ay, alguna vez, un hombre caminando por el desierto…

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

No hay comentarios

Anímate a comentar

Tu email no será publicado.

Información básica sobre protección de datos:

  • Responsable: Carlos Battaglini
  • Finalidad: Moderación y publicación de comentarios
  • Destinatarios: No se comunican datos a terceros
  • Derechos: Tiene derecho a acceder, rectificar y suprimir los datos