Un ruido en mi oído. Constante. Un ruido que no te deja dormir. Que te impide leer o estudiar. Imagínate que alguien se está depilando y te pone la maquinita pegada en la oreja con poxipol. Una espalda con hernias. Suponte que si no haces ejercicio regularmente, un día te levantas inclinado como la torre de Pisa. Que de pronto, apenas tienes fuerzas para moverte, que toda acción implica un calambre. Unas caries eternas.
Ahora piensa que te lavas los dientes y cuando el cepillo va repasando la parte izquierda de tu dentadura, te empieza a erizar todo de manera aguda e implacable. La barba que crece, las cejas que se acercan, las uñas se alargan, sudas, te golpeas, debes ducharte y a veces, estás tan nervioso que dormir es imposible. Tú también estarás operado de algo, supongo.
Eso es también vivir. Eso es estar vivo. Qué deliciosa la muerte me he dicho más de una vez (siempre y cuando uno elija cuándo). Qué delicioso sería tener un cuerpo sereno, libre de dolores y pesadeces, una mente relajada, un banco sin cola, un baño vacío, unas calles sin caras desagradables, sin contestaciones cortantes, sin nadie. Fuera todos.
Ahora que leo “Everyman” de Philip Roth, libro por cierto que leo en inglés y aún así, no acabo de comprender ese entusiasmo halagador edificado por The New Yorker, The Boston Globe etc. y anoche me preguntaba por qué, y caí en la cuenta de que es un libro (me parece) escrito precisamente sin entusiasmo. No vale decir que la historia es demasiado corriente, sencilla, su literatura demasiado llana, que lo es, no vale decir eso, porque eso es parte de su virtud.
Pero si se puede decir eso, que le faltan ganas. Creo. Pero decía que leyendo “Everyman”, me encuentro con un protagonista aquejado por una salud débil, un cuerpo casi de mantequilla y por eso supongo, he llegado a pensar que vivir puede ser una lata. Por eso, o porque yo qué sé.
Cuando este hombre, que no sé ni como se llama, porque que yo sepa Roth todavía no lo ha dicho (voy por la página 145) cuando este hombre por fin se jubila y tiene tiempo de pintar, ¡por fin tiempo! su cuerpo empieza a descomponerse por partes. Que si la peritonitis, que si las arterias, que si el corazón. Siempre, por lo visto, hay algo que jode. Siempre, al parecer, va a haber algo.
Y ahora, escúchame, ahora estoy escribiendo esto mientras puedo ver por el reflejo del portátil (en realidad no es así pero me lo imagino) mi barba silvestre, mis ojos desorbitados, y noto como mi corazón está palpitando a un ritmo que hacía tiempo no hacía. Es cierto que me acaba de dar un mareo mientras acabo de escribir esto, que he tenido que hacer una pausa de varios segundos, y volver a teclear, siempre volver a teclear.
A todo esto se le une el humor. De perros que llevo encima. Cuento. Acabo de ver al marido de la chica que limpia en mi casa, con una de mis camisetas. Feliz. Lo que faltaba. Ni perezoso ni corto, he subido las escaleras y he citado a la chica y se lo he dicho.
Ella, fregona en mano, acorralada, ha dado un paso hacia atrás y al principio ha hecho como no entendía (es coreana) luego me dice que yo le regalé una ropa hace un tiempo. Supongo que mientras yo hago preguntas debo tener cara de hijo de puta, de loco, de hijo de puta loco, pero supongo también que llevo algo de razón.
Y ahora caigo en la cuenta que hace tiempo que echaba de menos mi camiseta naranja regalada en Palma de Mallorca por una stripper granadina, la cantidad de calzoncillos que me traje de París, mis calcetines nike para jugar al padel (o sea) y mi camisilla hortera total del Barça de basket, rememorando tiempos de Audie Norris, Epi y Solozábal. Han desaparecido más cosas, y supongo que ahora tengo algo de razón. Buf, me estoy mosqueando de mala manera. A pesar de ser un paranoico reconocido, con carnet incluso, de los que van a las sesiones, es decir, no soy un “paranoico de café” soy un paranoico de verdad. Buf.
Y mientras escribo esto, sigo estando de los nervios porque aún no ha salido algo. Supongo que será eso. Aunque creo que también pueden ser otras cosas que no me apetece comentar. Por los nervios supongo. Y por otras cosas que no me apetece comentar.
Estar vivo, ya lo he dicho, puede ser una lata.
A la chica por cierto, la acabo de ver en la cocina y ha mirado para abajo al cruzarnos. Al final, conociéndome, me dará pena y todo, y le pediré disculpas, un malentendido, mientras su marido juega al póker con mi camisilla del Barça.
Encima, sin darse cuenta, se le habrá descosido el escudo, la camisilla tendrá un agujero de colilla, y algún día, junto a las canchas de fútbol, me lo cruzaré como tantas otras veces, y ataviado con uno de mis pantalones, me saludará, y yo con cara de loco, idiota, saludaré también, pensando mientras llego a mi casa, que debí decirle algo, preguntarle. En su momento.
Shhhhh. Escucho un motor de coche, están aparcando. Ha llegado un alguien, voy a preguntarle si fue ella la que le regalo esa ropa a la chica.
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