Seguí adentrándome por Sinkor y encontré la 8th Street donde más o menos quería empezar mi ruta. Nada más avanzar por esta calle, a uno le daba una placentera sensación de paz y tranquilidad. Daba gusto pasear por aquí, a través del silencio, bordeando los apartamentos Andalucía.
Pronto me di cuenta qué era Sinkor. Sinkor es un barrio estratificado en dos zonas. Por un lado nos encontramos con el Sinkor blanco, rico, organizado, de anchas alamedas y que se apuesta junto al Océano Atlántico. Y luego tenemos el Sinkor del otro lado, el que se pega al sufrido Río Mesurado que es donde están todos los liberianos pobres, el land side. El boulevard Tubman como un muro de Berlín, separa estos dos barrios.
La parte blanca es un conglomerado de compounds inaccesibles, de cemento y de edificaciones altísimas enmarañadas de alambre y tupida vegetación. Un fuerte. Un castillo. Eso es el Sinkor blanco. Por la 9th Street me encontré con un colegio, el Don Bosco Technical High School. “Laborare et Liberare”. “To work to be free” rezaba en el muro amarillo de la entrada.
Este lema por cierto me recuerda al letrero que hay a la entrada de Auschwitz, “El trabajo os hará libré”. Aquí había unos niños jugando a baloncesto y no pude resistir la tentación de entrar en el colegio. Primero miré, pero cuando vi el balón botando y todo eso, saludé a los chavales y al poco empecé a echarme un partido de baloncesto.
Le dije a un niño que sacase fotos del partido para la posteridad.
Me lo pasé como un enano, tío. Unas ganas de soltar toda la mierda ahí, todo lo que quema África y Liberia. Jugué un buen partido, metiendo puntos, cogiendo rebotes y hubiese seguido ahí si no fuera porque tenía que seguir recorriendo y no iba muy bien de tiempo.
Les hice también unas fotos a un grupo de niñas donde la gracia y la belleza de una ya era notoria. Antes por cierto había almorzado en el hotel Provident, donde el aire acondicionado me supo a gloria, casi como un milagro. Aproveché para ver un poco del culebrón de la tele.
Al llegar a la zona “pobre” de la 9th Street, uno reconoce enseguida el bar “Treat” junto a un gran árbol de mango. El Treat es un bar de color verde suave y naranja. Aquí he acabado alguna noche que otra. Alguna gente caminaba por aquí, la calle estaba llena de baches y a los lados palmeras, mangos. Por aquí un día dejé a una chica de nombre Esther y me acordé que me había llamado la atención como se perdía en una de esas chabolas que se apiñan junto al Mesurado.
Pensé ahora que tal vez la vería por aquí, me daba igual, pero no di con ella. Aquí por cierto hay un compound ‘blanco’, algo que me llama la atención, puesto que parece que su entorno natural estaría al otro lado de la calle, junto al Atlántico.
Poco después me encontré con Greg el canadiense, un tío de puta madre. Y volví a sonreír. Al visionar las fotos del partido de baloncesto me di cuenta que había sonreído. Que había sonreído varias veces. Y es que a la mañana me encontraba de muy mal humor. Este mal humor simplemente tiene que ver con el hecho de haber estado encerrado el día anterior escribiendo.
Me pasa cuando escribo mucho y no salgo de casa: me deprimo. Afortunadamente, después de haber leído a Rilke, sé que todo esto es normal. Que el proceso lógico por el que pasa un escritor tiene que ver con la soledad, que la tristeza es algo normal, vamos. Pero hoy estaba más feliz porque había cogido aire, estaba recibiendo los rayos del sol y de vez en cuando hablaba, y básicamente eso es lo que necesita un ser humano. Por eso me encontré mucho mejor cuando tuve una agradable y sincera charla con Gregg.
Las calles se parecían, como se parece todo a todo en Monrovia, en el Oeste africano. Pobreza junto al Mesurado, tranquilidad y seguridad frente al Atlántico. Pero bueno, la zona de Sinkor “rica” está bien, pero tampoco es para tirar cohetes ojo, hay también mucho muro desgastado, mucha construcción dejada y erosionada.
Le hice una foto a una estación de gasolina, y seguía pasando del Atlántico al Mesurado, atravesando la Payne Avenue, la Warner Avenue, la Russel Avenue, la Cheeseman Avenue, la Coleman Avenue. A veces, una de estas calles transversales tenían esa marca roja de tierra, esa insinuación de paz que me he encontrado otras veces en Liberia, en Buchanan por ejemplo.
Las casas, algunas, eran de cemento con un techo de chapa de zinc. Como siempre, los colores muy vivos, azul, rosa… El cemento por cierto, descubrí más tarde, lo hacen mezclando arena de la playa con tierra.
Por la zona del Océano Atlántico me acerqué a la playa y me di cuenta que no estaba tan mal. Uno podía pasar un rato agradable aquí, mirando y escuchando las olas, hasta bañarse en la orilla. Algunos liberianos se bañaban precisamente en la orilla y con calzoncillos.
Cuando salí de la playa, un toca pelotas de seguridad me volvió a tocar los huevos con las fotos. Estuvimos discutiendo un rato. Él me dijo que me acreditase y yo le dije a él que él también lo hiciese. Al final se quedó callado cuando le mostré tarjeta diplomática y seguí mi camino. Joder.
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