De algo quería hablar hoy

de algo quería hablar

Creo que me voy acordando. Tenía que ver con la luz. Sí, creo que de eso quería hablar, de la vuelta a eso que llaman vida. De pronto me encuentro sin una obsesión clara, sin un motivo diáfano por el que levantarme cada mañana, lo tangible se hace borroso.

Y todo ha quedado en una sensación de calma desesperante. Sin resultados el esfuerzo, la lucha, el sudor, no existieron nunca. La calma, los silencios, la tranquilidad, cuando uno no está haciendo lo que quiere, son agobiantes. La calma es agobiante. La calma me pone nervioso a eso de las seis de la tarde cuando desde el salón llegan los ecos de cualquier programa basura, mientras una madre habla con su hijo tras más de veinte años, mientras una pareja de adolescentes se declaran horteramente su amor. Todo eso es agobiante.

Agobiante es comer, retirarse a la habitación trasera, ver Saber y Ganar, y no esperar al reto, porque estoy agobiado. Y si veo el reto esperando que echen a una cursi, me dicen a continuación que ponga la sexta. Y agobiado presiono el botón 6. Y ay, cuando veo a la rubia esa de la que olvidé su nombre y al bajito cabroncete que la acompaña, siento agobio, mucho agobio. Tengo que salir de allí, me voy. No hay nada más agobiante que ver la tele a las tres y pico de la tarde.

Siento que me pierdo algo. Siento que debo estar produciendo. Siento la presión de Darío y su mortífera frase, “el tiempo es oro”, recuerdo que necesito un algo, el estancamiento te acaricia y te dice, “quédate”, mientras ahí fuera, en la calle, la vida transcurre macabramente, recordándote que estás ahí parado.

Un coche que pasa, dolor, una pareja que camina por delante de mi casa, dolor, un cartero que entrega una carta, dolor, las tórtolas graznando, dolor, el ruido de una pelota de frontón estrellándose contra el cemento, dolor, alguien que sale de casa a trabajar por la tarde, dolor. La rutina y su cambio social, la rutina mueve el mundo, lo sabemos, Sztompka nos lo dijo. Y todo eso me causa dolor, desespero, el corazón latiendo, los imperativos morales kantianos afligiendo a destajo, ¡más madera!

Y ahora pienso que es posible que yo en realidad, no fuese a hablar de esto hoy, sino de la luz. Pero no de la luz brillante del sol, no, sino de una luz tenue, violácea, calmada, compuesta por algunas gotitas de dolor. También. Es cuando alguien vuelve a eso que llaman vida. El que vuelve de Vietnam, los exiliados de Marsé pisando Barcelona, despertarte en un hotel de una ciudad extranjera.

Algo así, volver a eso que llaman vida, recordar que hay gente, ¡debe haber alguien ahí! ¡it must be something over there! Pensar que tal vez te estés perdiendo a esa alguien, saber que no eres imprescindible, que todo sigue girando con o sin ti, palpar que se proyectan películas, que se dictan conferencias, que hay conciertos, que cuelgan miles de fotos de las diferentes exposiciones, que en las mañanas, las tardes y las noches están ocurriendo cosas ahí al lado y yo durante estos años, no me he dado cuenta. No quise darme cuenta, me negué a mirar, renuncié a salir, fui dentro de lo que cabe feliz: la decisión la tomé yo.

Y cuando comienza el proceso de adaptación a la vida cotidiana, está evidentemente perdido. Aún sin muchas apetencias sociales, otras veces, devorador, ansioso por recuperar el tiempo de Proust, exagerando la realidad, pidiéndole al lunes, al martes, al miércoles al viernes, más de lo que te pueden dar. Gritándole al sábado que te brinde tus deseos, que pase algo de una vez, que haya suerte por fin.

La rutina nos amamanta, nos cubre con una sábana cómoda y oscura, nos da de comer con una cuchara que hipnotiza. La rutina tiene una voz suave. He vuelto, he vuelto y aún me siento ido. Quiero introducirme en el miércoles, el jueves, los viernes, pero no es tan fácil.

La euforia del que aterriza, el éxtasis de la novedad, la expectación de lo desconocido. Así estoy yo.

Y una vez más hay que levantarse, alzar la cabeza y caminar. No nos deja descansar esta novela titulada ‘Vida’, siempre hay más capítulos, y otro y otro, y luego como decía el Espartaco de Kubrick, “viene otro ejército romano y otro y otro y otro”, necesitamos el acero, requerimos la dureza, aquel que quiera dejar su huella, marcar la diferencia, debe sudar la sangre, volver a levantarse y luego, tras muchos años, 10 000 horas como mínimo, tal vez consiga algo.

Mientras tanto, sabemos que es preciso reír, vivir el presente, disfrutar de eso que pasa mientras hacemos los proyectos, que diría John Lennon, pero nos cuesta. Solemos caer en las trampillas de la cotidianeidad, en las emboscadas neurológicas, en el capullo que nos adelante por la derecha, en el taxista antipático, mismas piedras rondan, rondan y a veces, tropezamos por quinta vez.

De todo esto creo que iba a hablar hoy, o no.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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