Todos contra Italia, excepto contra Ítalo Calvino

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No es fácil identificar a los mejores escritores. A diferencia del deporte, donde por ejemplo los baloncestistas más destacados del mundo juegan en la NBA, y los mejores tenistas son aquellos que ganan más Grand Slams, sólo por poner algunos ejemplos, en literatura, no existe un parámetro definido para elegir a los buenos escritores. En el deporte en cambio, nos encontramos con unos parámetros meritocráticos: en tenis tenemos una clasificación ATP jerarquizada, en ajedrez cuanto más ELO tengas, más arriba estás en la clasificación mundial, y así con muchos más deportes.  

En la literatura es más complicado, mucho más complicado. Al tratarse de ¿un arte subjetivo?, la escritura es mucho más difícil de acotar, de clasificar, de jerarquizar. Se supone que el Premio Nobel, los premios literarios o las editoriales ya identifican a los “mejores” y separan el grano de la paja, pero sabemos que no es siempre así ni muchísimo menos.

Todos estos desajustes, hacen que la literatura sea hoy un ente disperso y caótico. A esta incierta situación contribuye decisivamente la (supuesta) ultrademocratización provocada por las redes sociales, que ha facilitado el surgimiento de miles de escritores, o más bien se les ha dado la oportunidad a muchos de darle publicidad a sus obras, las cuales cuelgan machaconamente en las redes para que alguien las lea, lo cual por otro lado, está muy bien.

Sin embargo, la calidad de la mayoría de estos escritos, dejan mucho que desear. En efecto, muchos de estos textos son auténticos bodrios que desbordan a las ya colapsadas editoriales o a los saturados lectores, lo que hace que me acuerde a menudo de la ley de Sturgeon que afirma que el 90% de todo es mierda.

Es difícil aclararse con la literatura. No obstante, si al igual que en otras disciplinas, como el fútbol, el baloncesto o el tenis, se estableciesen divisiones literarias, categorías, rankings, tal vez sólo nos llegaría lo “bueno”, y lo pongo entre comillas, porque ni aun así se podría evitar la subjetividad, las injusticias y el mamoneo de toda la vida.

Sí, mucha gente publicada, promocionada o realzada, seguiría en la cima por amiguismo, por influencia, por contactos o por trayectoria (lo que ocurre en todos los sectores profesionales) Con todo, creo que un mínimo intento clasificatorio, podría poner un poco de orden a todo el caos actual.

Dicho ordenamiento del sistema literario, nos podría ahorrar la lectura de las bazofias, a la vez que nos colocaría en el pódium adecuado a las obras de calidad. Sólo así tal vez podríamos rescatar a escritores y corrientes literarias de calidad y que hoy en día permanecen en el ostracismo.

Es el caso por ejemplo de la literatura italiana, la cual al contrario que las “tres potencias literarias” como son la anglosajona, la francesa y la castellana, nunca ha gozado de mucha popularidad ni en España, ni en Latinoamérica.

Esta exclusión de la literatura transalpina, hace elucubrar extrañas teorías que nos llevan a relacionar la rabia que mucho español medio ha sentido por Italia debido al fútbol, el catenaccio y el juego defensivo y desesperante. Parece una chorrada, pero la peña puede ser así. Son capaces de confundir a Trapattoni, Tassotti o Materazzi con Dante o Boccaccio.

Sea como fuere, todo este presunto anti-italianismo, ha hecho que en España y Latinoamérica no se conozca bien la obra de clásicos como los mentados Dante o Boccaccio, pero también los trabajos de Pavese, Papini, Buzzati, Fallaci o Terzani, por poner algunos ejemplos.

Frente a todo este odio, parece que uno de los pocos supervivientes (sin contar a Roberto Saviano, por razones que no tienen tanto que ver con la literatura) es Italo Calvino y tal vez Dante. Pero hablemos de Calvino. Se podría decir que este escritor italiano sí obtuvo reconocimiento en España sobre todo en la década de los ochenta, década en la que el narrador italiano nacido en Cuba alcanzó su máximo esplendor.

Basta leer un poco a Calvino, para caer inmediatamente en sus redes sensibles, tiernas, diáfanas, inteligentes, psicológicas, semiológicas, matemáticas, laberínticas. Todo ello en un tono amable, un sabor a té. Un toque lavanda. Tenemos por ejemplo el cuento La aventura de un matrimonio, enmarcado en su libro Los amores difíciles, donde se cuenta un día cualquiera de un matrimonio obrero. No hay que complicarse. Basta narrar como calientan el café, como se organizan, como duermen, como están a punto de decirse algo desagradable, como se abrazan.

Es la perfecta descripción de la certidumbre del ser humano, de la pareja. Asistimos a una descripción sencilla, porque la vida es eso y no hace falta buscar temas complejos o ideas ‘originales’ porque al final todo se reduce a la amistad, el apareamiento, los hijos, la búsqueda de trabajo, la soledad, el amor.

La aventura del automovilista, es otro relato de Calvino donde se cuenta el periplo de un hombre que ha discutido con su pareja. Con remordimiento de conciencia, se sube en su coche para ir a reconciliarse con su amada que vive en el pueblo de al lado. Es de noche, y el hombre se traslada en una autopista de tres carriles. De repente, comienza a dudar. No está seguro de si la discusión la ha empezado él o ella.

Se acuerda de que hay otro hombre que también pretende a su novia aunque éste nunca ha tenido posibilidades reales, aunque su sombra sigue estando ahí… Lo que parecía que iba a ser un viaje normal, se convierte en una auténtica reflexión tortuosa del automovilista que no puede evitar todas las posibilidades, todas las probabilidades que la situación comprende, tanto desde el punto de vista psicológico, como matemático, como físico…

Por ejemplo, ¿y si al llegar al apartamento de su amada, resulta que el tercer hombre está ahí? ¿Y si la amada también ha tomado la decisión de ir a verlo a él y ahora se han cruzado? ¿Y si? ¿Y si? El análisis, la reflexión, la comedura de tarro es tan profundo que traspasa el plano físico y psicológico del amor hasta alcanzar unas cotas casi existencialistas, universales, donde el hombre, la mujer son unos seres extraños desenvolviéndose en un mundo que no les comprende.

Son solos unos ejemplos de la genialidad de Calvino, cuyo corazón dejó de pronto de latir un día de 1985, precisamente cuando se encontraba en el cénit de su carrera. Tenía 61 años. Italo Calvino había sido ya diferente desde su infancia. Sus padres le educaron de una manera atípica, lejos de todo adoctrinamiento religioso.

Hombre comprometido con los valores sociales, con la izquierda, luchó en la segunda guerra mundial con los partisanos, y luego formó parte del partido comunista, hasta que se desvelaron los crímenes de Stalin y la Unión Soviética invadió Hungría, hechos que le provocaron una enorme decepción. Siguió defendiendo los valores sociales, pero ya desde una posición de escritor recluido que lo llevó a sumergirse en la semiología y otros ‘mundos ocultos’.

Casado con la traductora argentina Esther Judit Singer, Chichita, tuvieron una hija juntos. Aunque escribió novelas notables como Las Ciudades Invisibles, o Si una noche de invierno un viajero (un título que ya da escalofríos tiernos) se consideraba principalmente un autor de cuentos, formato en el que desarrolló al máximo sus talentos.

Esté donde esté, Calvino nos susurra que vale mucho la pena poner un poco de orden en la literatura para descubrir los auténticos placeres y descartar los vinos mezclados. Nos podría decir Calvino, que la buena literatura italiana es uno de esos tesoros que están esperando a que alguien los descubra. ¿Te atreves tu lector?

¿Has leído a Italo Calvino? ¿Has leído literatura italiana?  ¿Qué te pareció?

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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