“Otra vez me he vuelto a resfriar como un gilipollas”. ¡Ja!, no, yo no dije eso, sino un personaje de Viaje al fin de la noche, de Céline. Ocurre que un día más, me hallo en frente del ordenador sin saber que decir. He girado a la izquierda en mi silla giratoria y he mirado a la ventana, buscando tal vez, eso que llaman inspiración. Me he llevado la mano al mentón, me he reclinado, he visto el mapamundi que cuelga en una de las paredes de mi cuarto. He visto el día, grisáceo, de llovizna, como si no estuviese aquí. Mal del oído izquierdo, parece que a veces eso, que yo tampoco estuviese aquí, sino en otro lugar, en otro espacio.
El día, ya lo he dicho, es gris, lento, se escuchan voces mojadas, alientos matutinos, expresiones armoniosas con el tiempo, cómplices de las nubes, esclavos del cielo. He mirado también a la perrita y he pensado en su carne canela y sabrosa. Me he visto aplastándole su cabecita en el sumun del cariño, el éxtasis de la tentación. Y luego he empezado a escribir todo lo que has leído hasta ahora.
Eso, sigo medio sordo del oído izquierdo, pero a veces parece que es el derecho. Me siento como si escribiese estas líneas dentro de un túnel, en un sótano escondido, informando a la RAF o algo así. Pienso a veces que la mayoría de los escritores son unos gilipollas, pero eso creo que ya lo he dicho en otro post.
Estaré contento cuando llegue a las 800 palabras aproximadamente. Entonces mi cerebro ocasionalmente germánico se dará por satisfecho. Tengo calor bajo esta bata verde. Se supone que hace frío, que está lloviznando, pero no hace frío, y además ahora parece que el sol comienza a salir.
Un niño ha gritado suavemente, más bien ha levantado la voz, escucho a las tórtolas, me siguen llegando voces, me acuerdo de Beethoven y su sordera, su insistencia, su capacidad de trabajo, siempre hacia delante.
Todavía voy por 337 palabras. Hoy estoy más tranquilo afortunadamente. Llevo unos días excitado. No es que haya estado nervioso, sino más bien expectante, lleno de adrenalina por un torneo de algo en el que ando inmerso. Vamos bien, estamos cerca de la final y vamos a por el torneo. Pero hoy no quiero pensar en eso. Quiero desconectar del algo. Deseo retomar la calma literaria, el tempo de la reflexión. Aunque en realidad lo que me apetece es irme de vacaciones, teletransportarme a un lugar lejano y tranquilo. Pasear todo el día, comer bien y todas esas cosas. Unos quince días.
Pienso también en James Wood, el crítico literario y su trabajo sobre las novelas de Paul Auster en el The New Yorker. Wood tiene personalidad, entiende la literatura y no se conforma. Quien sabe si estamos ante el sustituto de Harold Bloom. Bueno, todavía le queda mucho, pero de momento, Wood es de los pocos críticos que revuelve en los intestinos de la novela. Las entiende, las disecciona, pronostica, compara, propone, critica, alaba.
De Paul Auster dice que es el mejor escritor contemporáneo o algo así. Pero antes de llegar a tal afirmación, nos ha expuesto una cantidad infinita de pruebas que delatan unas deficiencias notables en la prosa del norteamericano. Lo tacha de cinematográfico, de abusar del tópico, de copiar estructuras harto conocidas etcétera. Y luego dice dulcemente que Auster es el mejor.
El Wood. Es James Wood, un gusto leer a este hombre, de verdad. Sus críticas en el New Yorker están marcadas por la paciencia, por la extensión, por la primacía del análisis, la iluminación de la cuestión. Probablemente Wood quiso ser escritor. Es posible que como muchos árbitros, los críticos literarios sean escritores frustrados.
Como el tenista que aspira al Roland Garros y acaba dando clases a los niños, jugando con el farmacéutico de bigote. De ahí la mala leche que muchos de ellos se gastan. Piden lo que les hubiese gustado conseguir a ellos. Nunca están contentos, siempre se puede ir por otro lado, aunque si la empresa les paga bien, hablarán bien hasta de la última novela de Paquirrín.
Pero no es el caso de Wood. Wood se toma en serio su trabajo, parece tener bastante libertad y no sólo argumenta sino que da pruebas, ejemplos. Tiene James Wood además, un buen estilo narrativo. Se trata de un ritmo acompasado, como una pleamar tranquila y constante, sonando a una ola relajada. Sí, es posible que Wood llegara a ser un aceptable novelista.
Mucho más contento ahora que ya me estoy acercando a las 800 palabras, termino el post de hoy. Ahora seguiré con un relato. Por la tarde pasearé a la perrita y seguiré haciendo cosas. Y la vida seguirá pasando, ahí delante de nuestras pestañas.
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