EH, NO SÉ SI. ESTE POST SERÁ OPTIMISTA O PESIMISTA. El otro día pensaba que sería genial escribir teniéndola a ella detrás, abrazada a mí, mientras presionaba las teclas del portátil. Que se pusiese como a burriquito, creo que se dice así. Pero el otro día, también pensaba que después de unos excitantes minutos erótico-mecanográficos, Verona, los dos nos acabaríamos cansando. Primero porque para ella sería un proceso agotador tener que rodearme con sus brazos rosados durante horas y horas. Ella miraría a la pantalla, luego al sofá, luego a la cocina, acabaría suspirando. Segundo, porque por muy buena que ella estuviese, acabaría siendo una pesada. No dejaría concentrarme y además, me haría sudar mucho. Lo primero que hace la gente al salir de un avión, es bajar unas escaleras y luego pisar la pista del aeropuerto. A continuación se dirigen a recoger las maletas, excepto los que no llevan equipaje o los que transportan equipaje de mano que abandonan directamente el aeropuerto.
El otro día pensaba también que sería increíble que un escritor tuviese la posibilidad de entrar en ella a través de las letras: crearla, atraerla, manipularla. No hablo en clave romántica. Bueno sí, hablaba en clave romántica. Pero ahora no hablo en clave romántica: no espero a que la susodicha caiga rendida ante la armonía de mi prosa que el azar le puso una vez en sus manos en una librería de Ougaudougou. Eso puede pasar, pero no sé si este post es optimista o pesimista. Lo que yo quiero.
Escribe uno y piensa que no tiene absolutamente nada que ver con ella, con ellos, con el de enfrente. Ellos nunca van a leer esto, joder. Ni siquiera le sonará Cortázar, nunca ha encendido una vela después de leer a Parra, ¿crees que sería capaz de leer a Hesse esposada? Ella no sabe nada de eso. Ella está en otra cosa. En otra cosa. Lágrima. Hablamos de diferentes paradigmas. Kuhn lo sabía. Otras dimensiones.
Por eso me refiero a una puta bomba atómica.
La literatura debería tener un poder casi terrorista, un impacto tajante que no distinguiese entre sexos, razas, lenguas, profesiones. Una hostia en la cara. Toma. Debería de ser así de grande. Debe de ser así de grande.
Todos sucumbiendo. Todos derrotados por la gran obra. Y no esperar a los efectos silenciosos, anestesiados de las letras que tanto tardan en entrar. Pero cuando entran. Toda la vida.
Y decía que el otro día pensaba que sería fantástico, escribir una historia sobre ella ahora mismo en el teclado, y a través de las letras, hacerla caer entre mis. Pero luego pensé, el mismo día, que acabaría convirtiéndose en un proceso desmotivador, imperfecto ante la posibilidad de conseguirlo todo por medio de las teclas. Pero al menos un día… Ya lo hemos escuchado, verdad, “detente, eres tan bella”.
Por si alguien no se ha dado cuenta todavía, quiero cambiar el mundo. Quiero darle una buena patada a todo esto. Pero a veces no me sale. La genialidad es un laberinto que corresponde a otros determinar. Una duda eterna. El impacto prosístico suele ser lento, madura estáticamente. Estoy un poco harto. Sólo a veces. La bomba atómica no cae. Todo va con anestesia, con el tiempo, bajo la dictadura de los flujos de la vida que nos planta los escenarios deseados cuando se le antoja. Por eso entiendo a Joyce. La vida no es un proceso lineal. El cine miente. Somos el fruto de muchas historias que no conocemos. El que trabaja en frente de ti, puede haber sufrido un desengaño, puede haber querido ser pintor, puede haber tenido una fuerte discusión en casa, puede haber recibido una humillación en el semáforo, puede sentirse la persona más insegura del mundo, y ahí lo tienes, estandarizado, callado, al servicio de un trabajo que viene a disfrazarnos, que procede a vacunar a la revolución potencial que regurgita en algún lugar de nuestro ser.
Porque si no, no entiendo que he venido a ser en este mundo. Hablo en serio ¿acaso alguien me consultó antes de venir al mundo? Hablamos de un contrato imperfectísimo: no hay conocimiento, no hay condición, no hay causa. ¿Quién ha firmado eso? Sabes, es tan fascinante como desesperante no saber ciertas cosas. No sabemos nada, hoy en 2012. Por mucho Internet y demás, asuntos como en qué estará pensando, se nos escapan. “¿Pensará en mí?”, me rogaba Momo el otro día. “Hay cosas que todavía no podemos saber,”. Y además, por un lado sería aliviador pensar que sí, que piensa en nosotros, pero por otro lado sería horrible que alguien descifrase los pensamientos de uno. Tener acceso al terrorismo cerebral, olvidarte del camino de la luz. A veces el mundo pesa mucho, la vida es todo plomo, ¿por qué luchar todo el rato?
En realidad, quiero que todo estalle desde hace mucho tiempo. Una explosión de euforia, de creatividad, de fluidez, un disfrute continuo. Pero que estalle. Eso es todo. Por eso, me agrada mucho escuchar a alguien decir que supo de una mujer que trabajó y trabajó con la idea de dejarlo todo un buen día y dedicarse al flamenco. “Ahora está en Madrid”. Me parece genial, me congratula, me hermana con mis semejantes. Por eso la literatura, pensé. Porque sí, porque a veces como he insinuado antes, dudo de su verdadero poder, al menos de su instantaneidad. La bomba. Pero la literatura de la buena está para hablar de cómo somos en realidad, de lo que se esconde detrás de una corbata, debajo de una chaqueta, de un portátil, de un móvil. Por eso la literatura.
Hay hombres. Hay mujeres. Y sólo a la noche, los viernes, los sábados, son ellos mismos, aunque no siempre. Reciben su dosis de libertad que les ayudará a encerrarse una semana más en los trabajos y consumir el tiempo. Es lo mejor que tiene un trabajo: que te liberas de ti mismo. No has de cargar con tu sombra. Porque en realidad, seamos serios ¿sería bueno que todo estallase y que la gente dejase de trabajar? Entonces, me enfadaría con el nuevo orden establecido, acabaría cansado de tanto soñador, tanto hippie, me quejaría de los pésimos servicios ¿dónde están los taxistas? ¿dónde están los restaurantes? ¿aquí no se trabaja? Supongo entonces que deberíamos implantar una especie de Estado desigual, donde sólo los guays caminaríamos por bulevares, avenidas, palmeras. Sólo así. Pero repito que me acabaría poniendo nervioso tanto carnaval. Tanta dosis de verano. ¿Sabes? Me empezaría a levantar tarde, me iría acostando cada vez más tarde, recordaría que a finales de Junio, en Julio, algunas noches en Granada son verdes. Te lo juro. Noches clorofílicas que retaban a uno a buscar el movimiento. Prohibido dormir. Todo está en la calle, algo está pasando y hay que ir a ver qué es. Prohibido dormir.
Entonces pensé que la literatura quizás, sería ese arte (y me siento cursi ahora al escribir ‘arte’) que me permitiría dar ese salto, estallar, atentar de impacto. Quiero que todo el mundo participe en esta fiesta ¿ha quedado claro? No escribo para. Escribo para que todo explote, para que el mundo se mueva. Para todo eso. Si no, no sé que he venido a ser en este mundo. Ya no me queda nada, sino escribir.
He confundido realidad y ficción. Ninguna de las dos están claras. ¿Fascinante o desesperante no saber lo que va a pasar? Los auditores saben que no existe la seguridad total, ‘0 audit risk is impossible’. He visto en un mismo bar a los malos y a los buenos. Muy parecidos. Los malos, algunos malos, tocan el tambor al lado de algunos buenos que desconocen que el del tambor está acabando con su país. Pero la vida es así, ¿verdad? Yo sería el malo para ella, y doy la mano, sonrío. Los malos también lucen camisas negras, saltan con Led Zepellin, escriben poesía, ayudan a la confusión de valores ¿quién está legitimado para redactar el Código Civil? ¿quién eres tú para escribir una constitución? Entonces pensé que tal vez, no sería tan malo tenerla a ella abrazada a mí mientras escribía. Pero como un día me prometí que no acabaría este post de manera romántica, reiteré que la soledad es una sensación serena después de la tormenta. Y mira, la vida está perfectamente ordenada. Todo se va explicando. Su diseño es magistral. Fascinante, desesperante, pero nunca amigo, pararse. Nunca pararse.
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