Al principio no hablábamos. Nunca, jamás. Ni siquiera cuando ponía los pies en el abigarrado Nissan Sunny que pretendía ser amarillo y le hacía algún comentario amistoso, cercano. Ojo. No soltaba inocuas palabras referidas al tiempo no, mucho peor: mi lengua salpicaba una amalgama de estúpidas frases del tipo, “allá vamos”, “hoy si que hay…
¿De verdad me estás ofreciendo esto?









