En otro bar, yo le decía algo. Y un tipo de pelo largo, se metía en nuestra conversación y sonreía. Luego me dijo, “buena suerte, amigo”. “Gracias”, le dije yo. Todo era bonito. Era Lunes y había movimiento. Esto es fantástico. Mi amiga y yo nos sentamos en el parque en frente del Palacio Real. Ella me contaba cosas íntimas, sus sentimientos, sus movidas.
Miraba al suelo de arena, pero yo sentía que quería algo más. Tal vez que le pasase un brazo por encima, o que la besase.
Pero no hice ninguna de las dos cosas, porque no había la fluidez suficiente. Faltaba ese más allá de la química que siempre nos ha faltado.
Ella quería seguir allí, pero yo le dije que podría ser peligroso y nos dirigimos al hotel para despedirnos en la puerta con un beso. “Estudia para lo que sabes”, me dijo. “Es tu sueño”.
Recuerdo que al día siguiente fui a una interesante exposición sobre el 2 de Mayo, organizada por el Canal Isabel II. Había una risueña argentina que vendía algunos folletos dentro. Fuera, las nuevas torres que se han construido en Madrid y que ya eclipsan a las torres Europa. Dan hasta un poco de mal rollo. Los primeros inquilinos son Repsol, la embajada británica y demás amigos del pueblo.
Un día, el último creo, me acerqué a una tienda de viajes a comprar 2 mapas. Me alegré que aquí hubiese información sobre Nigeria, hasta literatura.
De pronto me pongo hablar con uno de los encargados sobre geografía. Yo le digo que ese mapa está mal porque Chipre está más al sur que la isla de Creta. Él me habla de la isla de Bouvetya, isla noruega, debajo de Sudáfrica. Nos picamos. Nos hacemos preguntas geográficamente jodidas. Los dos controlamos, nos reímos, le cuento lo de mis estudios, él me dice que también le gustaría estudiar algo, nos intercambiamos e-mails y me dan ganas de viajar, ah, viajar, volver a rular, disfrutar de la vida, gozar…
Dejo Madrid contento, esta ciudad siempre abierta.
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