“Nada más erótico que un coche”

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Nada más erótico que un coche. En ajedrez se dice que la amenaza es siempre más peligrosa y “fuerte” que la realización de la misma. En la vida pasa lo mismo. Siempre lo que puede pasar o podría ocurrir si no fuera porque… se convierte en la semilla explosiva que da lugar a paranoias, sueños, hipótesis, lamentaciones, ilusión.

Siempre lo que podría suceder es más aterrador, esperanzador que el hecho en sí mismo, que casi siempre es diferente a como lo habíamos imaginado. Cuando pasa, nos damos cuenta de que tampoco era para tanto, de que la vida sigue y de que nuevos retos u objetivos se nos presentan como el horizonte en la playa: alcanzable sin dejar atraparse. La vida está mejor hecha de lo que pensamos.

Y entonces pensé en los coches. En los voitures. Y en las mujeres. En ese instante, en esa milésima. Paseaba con mi perrita el otro día y volvió a pasar. Calle casi vacía, aire olvidado, venía un coche hacia nosotros, pero yo sólo veía un cristal borroso, salpicado por los rayos de sol, inmerso en una especie de nebulosa motorizada. Y se acerca. Y sientes ese disparo de ojos, esa energía que recibes cuando alguien te está mirando. Espero a que pase ese coche, a que el cristal manchado de sol me de alguna pista, y entonces, zas, aparece.

Aparece el coche y dentro, al volante, una mujer. Una mujer madura, sensual, ultrapolvable, que cruza contigo una décima de energía, una mirada lasciva y sugerente. Entonces surge la “amenaza”, lo que podría pasar y no pasa, esa cita, ese polvazo del siglo.

Pero ya sabes, el coche, la ventana, el ipso facto rastro se desvanece dejando como recuerdo un último quejido del tubo de escape, un saludo motorizado.

Y tú sigues con la perra, dando tumbos, metiéndote por senderos laberínticos, vacío, pensando en qué pasaría si ella parase, si yo dijese algo cuando noto esa energía. Y pienso que todo esto es perfecto. Que la vida está mejor hecha de lo que pensamos. Sí, estimo que es el irresistible atractivo de la velocidad, de la rapidez, del segundo erótico.

Sólo vemos, sólo veo la posibilidad explosiva. Luego claro, no pasa nada, no suele pasar nada. Y pienso que nada mejor que un coche para hacerse grande, como los camellos en Somalia, el coche da seguridad, estatus, jerarquía, fuerza.

Ahí dentro, cuando pasamos tan rápido, cuando ellas pasan tan rápido no vemos que a lo mejor tienen la frente llena de viruelas, que les huele el aliento, que cuando hablan parece que está llamando a todas las cabras del monte mundial, que huele a sudor, que es paticorta, que tiene cuerpo de pera, que camina fatal, que come con la boca llena, que suelta de vez en cuando unos eructos precisos y colocados, que no se lava el pelo desde hace diez días…

Nada. La disuasión. Todo eso no ocurre, no se ve. Tan solo veo un coche que pasa rápido con rubia en BMW dentro, o con labios apetitosos que pasan veloces, diciéndote podría pasar esto, podríamos acostarnos, podríamos divertirnos mucho, sabes, es tan fácil. Y pienso que la vida está mejor hecha de lo que pensamos.

Que ese coche en realidad no debería parar nunca, que ese coche siempre tendría que seguir hacia delante, porque si parase y ella se bajase, sí, seguramente sería yo el que no quisiese nada. Me conformo con la hipótesis. Al parecer. Me vale con la amenaza. Me asusta la desviación de la rutina. Me gusta el orden. Eso parece.

Yo miro. Miro mucho. No me gusta que me noten mirando, lo odio, pero tengo una inevitable tendencia al control, a dominar los espacios que piso, a saber donde estoy, reviso el lugar, saboreo el tiempo, soy un perro que busca reconocer el hábitat.

Yo miro, miro mucho, pero nunca voy más allá. No sé, quizás porque como dije antes, me conformo con la hipótesis, con la posibilidad, con la amenaza. Me reprimo satisfactoriamente, me da miedo meterme en ese coche, me impone que esas mujeres algún día me abriesen la puerta.

Ocurrió una vez que tuve que ir a la capital del lugar donde habito, ciudad que trato de evitar a toda costa, por cierto, pero a veces, no queda otra. Ocurrió que caminaba por una calle con olor a mañana. Ocurrió que en un cruce un coche gris metalizado esperaba el paso de los coches para incorporarse. Ocurrió que yo iba por la acera y la miré.

Era lo mejor para mí: mayor que yo (siempre me gustan las mayores que yo, es una fuerza irresistible) madura, sexual, una bombita.

Ella notó el disparo, la energía y giró la cabeza, me miró. Pero fue una mirada larga, los coches se iban acumulando detrás de ella. Me seguía mirando y yo ya lo estaba notando, no sabía qué hacer. Tenía la posibilidad de pasar por delante de ella, o por detrás de su coche.

Lo primero significaba algo, lo segundo, creo que significa que no quieres descubrir un color diferente. Ella miraba, los coches se acumulaban, y yo, claro, pasé por detrás.

Pero cuando seguí recto, ella se incorporó a la calle principal, y a mi izquierda, noté como el coche casi se paraba, estaba casi parado. Y ella allí, con sus cuarenta y poco, su bomba carnívora, mirando, siguiéndome casi. Y yo claro, miré hacia delante, indefenso, probablemente asustado, sin saber qué hacer.

Seguramente conformándome con la hipótesis, conviviendo cómodamente con la represión, que 2 y 2 son cuatro, que 4 y 4 son ocho. Y al llegar a casa te lamentas, ya sabes que te ibas a lamentar, quieres lamentarte, y piensas en esa noche histórica, y coges el mando de la tele, y le das al 1, y ves el tenis. Y piensas, la vida es algo que

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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