Sucede en Londres. 2001. Es una noche de primavera fresca. Viernes. Habito momentáneamente en un apartamento de la zona de Putney Bridge, pegado al Támesis, oliendo a la tradicional carrera de canoas Oxford-Cambridge. Vivo desde hace unos días con unos españoles a los que no conocía. Surge un plan nocturno, una marcha con un grupo de “guiris”. Salimos.
Estamos en una discoteca de varios pisos en Piccadilly Circus, la noche, Londres en su inmensidad (dicen que el mundo era esto) está en frente de nosotros. Somos un grupo de unas diez personas de las que tan solo conozco a dos.
Uno de los desconocidos es inglés, planta una botella de champagne en la mesa y se pone a bailar como una oruga: arrastrándose por el suelo, onduladamente. La húngara bebe una copa con aire burgués, con risa etílica. Un francés de ojos claros, muy espigado, áurea nívea sonríe toda la noche. Se hacen las cuatro de la mañana, la disco va a cerrar.
Londres en frente de nosotros, dicen que el mundo era esto. Salimos fuera, hace frío. No se sabe como continuar la noche, no surgen planes, más frío. El inglés, la húngara van desapareciendo. De pronto aparece el francés bajo una gabardina de Sherlock Holmes y nos dice algo.
Nos nombra algún local, algún plan con una voz poco convincente. Tiene ojos azules y yo lo estoy mirando de reojo y de repente me sabe extraño, me resulta un auténtico desconocido. Pienso sin pensarlo, que sobra. El francés desaparece. Nunca más lo he vuelto a ver.
Nunca más volvemos a ver a ese tipo de personas. Pensé. La noche. Acompañantes ocasionales, pasajeros instantáneos de nuestro tren, personajes secundarios o terciarios. Briznas que nadie recuerda. Imágenes. Aquellos. Borrosos.
Y todo esto es un poco triste. No sé. Probablemente hay miles, millones tal vez, ¡la mayoría! de personas que tan solo están en nuestra vida unas horas, unos minutos, unos segundos, nada. Pienso en aquella azafata española con la que hablé cuando me dirigía a Dublín. Pienso en aquel italiano que en la estación de trenes de Roma me sirvió un trozo de pizza, recuerdo a la recepcionista asturiana de un hotel, al camarero indio en un restaurante de París que me preguntó como se decía hielo en español.
Pienso en un judío en una sinagoga de Cracovia dándome una kepa, en el chófer de aquel trenecito que casi nos da un disgusto en la misma ciudad, pienso mucho en recepcionistas, en hoteles, no sé por qué, en un partido de tenis que jugué con un noruego cuando tenía 7 u 8 años ¿Qué habrá sido de él?
Pienso en un tipo renegrido, del pueblo, muy moreno que jugaba muy bien al fútbol, pienso en las escocesas que vivían detrás de mi casa, en una actriz que pasaba los veranos aquí, en unos hermanos catalanes, uno más rubio, el otro con unos ojos verdes muy grandes, recuerdo a un madrileño con el que jugué a ping pong, el indio que nos ofreció un taxi en Gatwick, pienso en la inglesa que acabo de ver apostada en una hamaca con un libro de Patricia Scanlan sobre su pecho, pienso en el uruguayo que tuve por vecino, lleno de tatuajes, en el sueco y su Volvo y sus saludos matutinos, pienso en el culo de la tipa que hacía fotocopias en la universidad, pienso en el yonki larguirucho que me atracó una vez, pienso en una gallega con la que chateé mucho tiempo, en la azafata de tierra cubana que nos hizo pagar unas tasas en La Habana, pienso en una ola, en una ola que se remolinaba allá por el año 1982, que habrá sido de ella. Pienso en el calor del verano de 2007. Qué habrá sido de él.
Del cantante del grupo El Norte, de Pedraza, un jugador del Barça, de un tipo regordete y rubito al que me enfrenté la primera vez que jugamos un partido de baloncesto oficial, pienso en aquel avión yugoslavo que avisté en el aeropuerto de Roma, cuando el telón, y mi mirada fija hacia los pasajeros, mirando a los “comunistas”, comprobando que tenían pelo, que llevaban gabardinas, pienso en aquella chica que vi en un bar cerca del pueblo de mi padre, qué guapa era.
Pienso en la encargada de un club de tenis italiano que me corrigió mi propio apellido, pienso en un africano vendiendo mecheros en las playas de Numana, pienso en una chica húngara con la que me crucé algo más que una mirada en el puente de las Cadenas.
Pienso en un tatuado que pasó caminando muy deprisa cuando nos encontrábamos en la estación de Lichtenberg, pienso en aquella rubita de ojos claros que sonrió cuando le pregunté por la estación de tren en el aeropuerto de Shoenefeld.
Miles, millones, la mayoría que pasa a diario, que pasaron y que se bajaron de mi tren sin apenas haber posado la punta de la suela. De sus zapatos. Y pienso que todo eso es un poco triste. Pienso a veces en el francés, como su cara iba apagándose a medida que transcurrían los segundos, recibiendo la energía que le decía que ahora él, en ese grupo de españoles era un extraño, que la noche había acabado, que estamos separadamente unidos, unidos y separados.
Pienso en la peluquera de aquel pueblo irlandés que me cortó el pelo, en la chica rapada de la bolera, mirando para abajo, aburrida, y yo, con 18 años, diciéndole sin decirle, “te comprendo”.
Y todo esto, supongo, es un poco triste. El universo. Es tan vasto como dijo una vez Jesús Pardo en Babelia, es tan vasto, que siempre sabremos tan solo una ínfima parte de su misterio. Tal vez, algún día, vea de nuevo al francés, y en vez de desaparecer, y en vez de yo, mirar sin mirarle, le diré que la tristeza y lo oscuro, al parecer son necesarias. Y él volverá a reír, asintiendo. Y brindaremos de nuevo.
chin chin por la gente que desaparece de tu vida…por todos eos desaparecidos que aparecen …y los que vendrán! que hacen que los misterios sean maravillosos!!! feliz cumple!!!
Gracias Bárbara!!! Exacto, aparecen fugazmente por alguna razón que un día descubrimos (o no;)
Los que en un momento dado han formado parte de tu crecimiento personal, ya sea aportando algo bueno o quizás mostrándote el lado más cruel de la vida…… Siempre recuerdo caras y momentos….. Y eso es lo que nos hace grandes…… Me gusta leerte!!!!! Me alegro de haber recordado por casualidad…… Eres bueno en lo que haces!!!! Muchísimas felicidades…..
Un millón de gracias Inés! Todos los besos, Carlos
Es cierto Carlos lo que escribes,es un poco triste, pero es como inevitable vivirlo,unos llegan otros se van,unos apenas rozan nuestra vida a veces dejando más sentido a nuestras existencia, que muchos que están presente a diario dejando huellas.
Así es…
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