Con todo, hay también una serie de caracteres que están dignamente logrados. Es el caso por ejemplo de Blain, el novio listillo de Ifem, del que apreciamos nítidamente su gilipollez y su pedantería labradas por una insoportable sombra de perfección. El personaje de la tía de Ifem y su corrupta pareja también están aceptablemente elaborados, al igual que la adolescente presencia del sobrino Dike. El personaje súper secundario de Doris también me gustó acabando siempre sus frases con una interrogación. Luego hay otros caracteres que resultan un tanto superficiales, como es el caso del blanco Curt, cuya artificial relación con Ifem resulta muy poco convincente, aunque aporta válidos detalles sociológicos, como cuando por ejemplo se dice, “el problema de las relaciones interculturales es que uno pasa demasiado tiempo explicando”.
Mención aparte claro está, merece la protagonista Ifem que no acabó de caerme bien en el mal sentido de la palabra.
Es decir, Ifem me cae mal no porque sea un pérfido personaje construido magistralmente, sino porque en muchas partes del libro su rollo de listilla me resultó sencillamente irritante e insoportable. Me cayó mucho mejor Obinze, además de parecerme su historia mucho más interesante que la de la bloguera.
Y es que en realidad Americanah no sólo narra la historia de Ifem, sino también la del buenazo Obinze: su sufrido periplo en Londres fue para mí la parte más leíble de la novela. Me recordó mucho a mi propia estancia en la capital del Reino Unido, la jodida vida en Londres, donde se margina y hasta se deporta. Americanah pasa de la historia de Ifem a la de Obinze, además de hacer saltos en el tiempo a modo de flashbacks o analepsias.
Por tanto, y como se ha sugerido anteriormente, más que una novelista, da la impresión de que Chimamanda Ngozi Adichie es más bien una socióloga, una investigadora o ensayista cargada de buenas frases, de ingeniosas frases, de inteligentísimas frases y astutas reflexiones que trata de encajar en una estructura literaria pero sin demasiado éxito. A pesar de todo, el libro sobrevive precisamente porque lo que nos cuenta la autora tiene una relevancia sociológica evidente. Sin embargo, a una novela se le presumen mucho más motivos glorificadores que su aportación social, siendo la calidad literaria un componente innegociable.
Volviendo a la cuestión racial (asunto casi monopólico de la novela) he anotado varios apartados que me han resultado llamativos. Por ejemplo, el libro se refiere de manera constante a la raza que actualmente domina el mundo, que vendrían a ser los WASP: White Anglo-Saxon Protestant. Es decir, esos rubitos y rubitas que tanto vemos en Hollywood marcando los patrones de la sociedad de manera directa o indirecta. Y es que se dice acertadamente que tanto los asiáticos como los africanos pasan como invisibles en la cultura pop americana. De manera que si “todo el mundo” aspira a ser como los WASP (los negros, los asiáticos, y también los otros blancos etc.) “¿a qué aspira entonces convertirse un WASP?”, como uno de los protagonistas de la novela se pregunta.
Dicho de otro modo, la sociedad mundial sigue permaneciendo estratificada y aún hoy no abunda la interacción racial. Lo explica muy bien otro de los protagonistas del libro, “da la sensación de que en América, negros y blancos trabajan juntos pero no juegan juntos, mientras que en Reino Unido, los negros y los blancos juegan juntos pero no trabajan juntos”.
Leyendo este libro, uno descubre la cantidad de variantes y posibilidades que puede tener el componente racial (al que se define como un fenotipo y no como un genotipo) el cual se mezcla muchas veces inextricablemente con el poder. Por ejemplo, un nigeriano pudiente (negro) no se considerará exactamente negro, hasta el punto de que se indignará de que una nigeriana salga con un negro, llegándose a preguntar, “¿Por qué con un negro?”. A este respecto, se dirá también, “Oprah ya no es negra, es Oprah”.
Uno descubre más características de la psique negra por así decirlo, incluida la importancia que tiene el pelo para las mujeres negras. O ese anhelo de querer ser el único negro de la habitación para acaparar todo el protagonismo. Ese “único negro“ es posible que hable con sus colegas negros en ebónico: una especie de lengua, idioma slam hablado por muchos “negros de la calle”. A la hora de viajar, el hecho de ser negro también puede cambiarlo todo. A este respecto, resulta bastante interesante (y cómico) una sección del libro titulada, “Viajar siendo negro”.
Como no podía ser de otra forma, raza y pobreza van también muchas veces unidos de la mano. Negro equivale muchas veces a pobreza pero también a nuevo rico. Se dirá por ejemplo, “somos ciudadanos del tercer mundo y por eso nos gustan las cosas nuevas, porque lo mejor está aún por llegar, mientras que el mejor momento del Oeste es ya parte del pasado y por eso necesitan crear fetiches con ese pasado”. O esta otra buena frase que refleja la relación raza, dinero, poder “a los ricos les da igual las tribus, pero cuanto más abajo vas, más importante resulta ser la tribu”.
Siguiendo con la raza (como no), se habla también de la hipocresía blanca progre, “muchos abolicionistas querían liberar a los esclavos, pero no querían que la gente negra viviese cerca de ellos”. O del sutil racismo que también se da a la hora de reaccionar sobre textos polémicos, donde parece que los blancos pueden hablar sin tapujos sobre la cuestión racial y tener el apoyo de los activistas porque su cabreo no es en realidad una amenaza para el establishment. Americanah se burla también un poco de los blancos a los que se les acusa en cierto modo de “burgueses” al tener por ejemplo enfermedades y necesidades incomprensibles, así como problemas mentales inexplicables para muchos negros. Se dirá también que los policías negros nunca paran a los blancos conduciendo (a este respecto, he de decir que a mi me han parado policías negros tanto en Liberia como en Papúa Nueva Guinea)
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