Viaje a Ghana (2) de (7). Noche movida, día intenso en Accra

ghana

SÉ DESDE EL PRINCIPIO QUE EL JOKERS NO ES MI TIPO DE BAR. El despelote y desparpajo que uno palpa nada más bajar del taxi, va contra mi modelo de noche. No pinto nada aquí, por eso estoy aquí, así que me adentro en este garito donde entra y sale gente de todas las calañas, mujeres de la noche, jugadores de billar siniestros, blancos rosados y viciosos, y yo me siento en la barra tranquilo, y pruebo la cerveza Star que me resulta demasiado suave, casi una broma.

A los pocos minutos se me acerca una loba de poderosos pechos y ojo izquierdo desencajado. Soy un blanco, soy el dinero. “Hey, no sé qué”, le digo ante su “How are you?” y cadena de tópicos. “Estaré por ahí”, le digo más adelante para quitármela de encima. A lo Henry Miller, tío.

Doy varias vueltas. Muy cerca de la entrada, está la sala principal de baile. El dantismo, el infierno. Soy un blanco, soy el dinero. Les gusto a todas, claro. Doy más vueltas, pruebo otra Star, no sé qué coño hacer. Me siento a ver las partidas de billar que destacan por su mala calidad.

Sigo dando vueltas, absurdamente, a la deriva… a lo Guy Debord, fijándome en una rubita erótica que viene acompañada de un guaperitas latino que más tarde fruncirá todo su rostro ante la repentina desaparición de la blonda que le gana en maldad, en kilometraje nocturno. Y la noche va…

Al día siguiente opto por salir a patearme Accra.

Le pido a un tipo de la recepción que llame a un taxi. Al poco me dice que están todos ocupados y me ofrece su coche para ir a Cape Coast. Me pide que no le diga nada a los jefes. Yo le digo que prefiero pedir un taxi y al rato aparece por fin uno, que parece estar claramente compinchado con el de la recepción. Se llama Prince y me dice, “somos hermanos”, y empieza a contarme historias hasta que al rato estamos en Oxford Street, la calle principal de Accra que me recuerda a una carretera norteamericana de paso. De este tipo de carreteras que aparecen en las películas, salpicadas de moteles, puestos de gasolina y carteles de todo tipo.

Prince se va por fin y yo pongo mis pies en Oxford Street. La calle es un batiburrillo de coches y vendedores que se confunden en el asfalto y en las aceras. Un rasta cojo me llama desde la otra acera con grandes aspavientos. Huyo del rasta, pero cuando me dirijo a cualquier lado, noto como dos tipos me siguen ¿Pero esto qué es? ¿No habíamos quedado que Ghana, que Accra era un sitio seguro? No me está gustando el ambiente, las sensaciones y me meto con un poco de miedo en el establecimiento acristalado de la tienda de móviles MTN que me proporciona resguardo.

Al rato, cuando no veo rastas y gente rara en la costa, vuelvo a salir decidido. Todo el mundo me dice algo, “ven, ven, ven”, todo el mundo me pregunta de donde soy, “where?, where?, where?”. Yo voy degustando un helado que acabo de comprarme en el Frankies y camino firme, sin miedo, adelante. A los que me preguntan que cuanto tiempo llevo en Ghana, les contesto que tres años. Cuando me interrogan sobre mi trabajo, respondo, “seguridad internacional, policía”, y noto como se me van despegando.

Pero luego aparece un tipo gordísimo bajo una camiseta africana, muy colorida, maracuyá, y tal, y me dice, “me gusta el helado ese que te has comprado en el Frankies”. Yo sonrío, sigo caminando. El gordo me para de nuevo en la esquina y me dice, “conozco Europa, Madrid, Barcelona, Lisboa” y a continuación revela que su mujer es española. “¿Cómo está?”, me pregunta en un español con acento africano y luego me explica que trabajó para unos alemanes en San Sebastián, “en los puertos”.

Esto es así, un caminar y un esquivar, un preguntar y un “contestar”… Cuesta avanzar hermano, pero tras degustar otro helado en el Arlecchino voy por fin cogiendo ritmo, confianza y al rato ya me estoy adentrando por unos barrios más humildes pero menos atosigantes.

Por las calles me encuentro con muchos puestos de venta. Las mujeres venden plátanos, exhiben el ñame, fríen el pescado (abunda la tilapia) machacan la casava. La música, la buena música se escucha por todos lados. Me acerco a unas carpas donde suena un ritmo constante, un sabor a fiesta diurna y me encuentro con todo un clan vestido de celeste y celebrando cualquier cosa.

Desde los hombres a las mujeres, pasando por las niñas y las ancianas todos están bailando al mismo ritmo. Por supuesto, la gente de los alrededores me sigue llamando, me tratan de vender lo que sea; los niños y las niñas me sonríen, los niños se pelean, unos tipos cargan sillas sobre sus cabezas, pasan muchos coches, sigue la música, y me solicito un respiro para decirme, “África”.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

4 comentarios
  1. Hola Carlos:
    Somos un grupo de alumnas de la Universidad de León y estamos realizando un trabajo sobre África.
    Estamos incluyendo testimonios e historias de personas que han estado en el continente y nos gustaría que una de ellas fuera la tuya.
    Si quieres colaborar (cosa que agradeceríamos muchísimo) ponte en contacto con nosotras: azamasa4@gmail.com

    Muchísimas gracias.

    Un saludo.

Anímate a comentar

Tu email no será publicado.

Información básica sobre protección de datos:

  • Responsable: Carlos Battaglini
  • Finalidad: Moderación y publicación de comentarios
  • Destinatarios: No se comunican datos a terceros
  • Derechos: Tiene derecho a acceder, rectificar y suprimir los datos