Volver a Liberia. Todo empieza ahora

Liberia

YO VENÍA DE EUROPA. YO VENÍA DE ESPAÑA. YO HABÍA SENTIDO CALOR. Yo había sentido calor. Yo había sentido frío. Muchos iphones, hermano. ¿Qué fue del presente? Miles de cabeza mirando hacia abajo y apretando botoncitos. Oye, qué ricos están los huevos estrellados. Y entonces mañana empezará todo. Mañana regresaré a Liberia. Y sé lo que va a pasar. Y ahora ya sé lo que va a pasar.

Sé que el primer día creeré que todo ha cambiado, que todo era mentira, que en realidad toda esta pobreza no era para tanto. Ahora, mientras veo aviones despegar sobre mi cabeza (uno tras otro, un avión, otro avión) ya puedo verme mañana en el aeropuerto africano que me espera. Sabes, allí me sentiré como en un pueblo animado donde la verbena, es decir, la cinta transportadora hará girar las maletas a un ritmo vertiginoso y de chocolate, un ritmo tío que se corresponde con el calor (oh milagro) que ya uno siente aquí infiltrado hasta los tuétanos.

Más profundo aún. Mucho más profundo. Entonces veré a Miatta que tras hacerse la seria se explotará enseguida de risa, porque yo me explotaré enseguida de risa. Con la maleta a cuestas, caminaremos los dos por el aeropuerto minúsculo, nos rodearán los policías del aeropuerto con sus camisas azul marino y Miatta pronunciará el nombre de nuestra organización esa palabra mágica que ahuyenta a toda la burocracia de un plumazo.

Luego, porque siempre hay un luego, nunca nos moriremos. Luego saldremos afuera, al exterior del aeropuerto y nos dejaremos besar por el aire caliente que sale de la selva, que sale de todos, de cada uno de todos nosotros, de ella, de ti, sintiendo de nuevo el calor. Es increíble, tío. Sabes, luego llegará el chófer en el Nissan Pathfinder, y cuando nos adentremos en el vehículo, me mirará de reojo pidiéndome permiso para poner música, algo que yo estoy deseando más que él.

Pon música ya, tío. Pon música, ya. Entonces, el chófer deslizará un CD y sonará el Ashawo de Flavour, sabes tío, y Miatta se moverá rítmicamente en el coche, en medio de una noche cerrada que insinúa bosque, jungla, espíritus y un AK 47.

Todo eso. Con el coche en marcha. De noche y en la noche. Cuando tu quieras. Sabes que no tengo miedo.

Y me dará por pensar con gusto. Aquí, tan fácil. Es. Al ritmo de Liberia, África, pensando que estoy enganchado a este continente, adicto ya a este coche, a esta noche liberiana que quiero conocer de una vez para decirle que nunca me revele sus secretos. En realidad. El viaje de Robertsfield a Monrovia es largo y me gustaría que fuese más largo aún.

Sólo quiero viajar, toda la noche, todo el día. Mira tío, Miatta se mueve en el sillón de delante casi inconscientemente, elegantemente, bailando sin saberlo, embrujándonos de África y toda la fuerza mansa y segura. De este planeta.

Luego. Poco a poco, nos iremos introduciendo en el tumulto (¿se dice así? ¿se dice tumulto?) de la ciudad, loca Monrovia, loca porque a lo loco se vive mejor dirá Miatta cuando me señale ese grafiti que proclama, “He vuelto a tomar esas pastillas azules”. En todo eso nos iremos introduciendo, noche cerrada, motos saliendo por todos los rincones, buscando el ruido.

Y al día siguiente tío (porque nunca nos moriremos) me levantaré y saldré a la calle y caminaré como un sonámbulo por UN Drive, con esa media sonrisa que sólo puedes poner en Ámsterdam por la noche, a las tres y media de la madrugada aproximadamente después de salir de un coffeeshop, rodeado de luces rosas, rojas y lavandas.

Caminaré flanqueado por hombres escuálidos que levantarán sus manos para decirme, “hola Carlos, ¡bienvenido tío!”. Y yo les sonreiré de verdad, sabes. Cercanos. Ahora ya los quiero de verdad. Y los rastas seguirán ahí, a lo suyo, bajando la cabeza a modo de saludo, moviéndose a ese ritmo tío que todo lo calma. No pasa nada, tranquilo. Todo es una esponja. Y yo caminaré como colocado, fijándome de nuevo en el zinc, en la otra vida, en las olas de la playa donde divisaré a las mujeres de blanco que siguen rezándole al mar. Tan limpias. Y me volveré a decir cabreado que esto de la pobreza no era una broma. Que todo esto era verdad. Es increíble. Todo parecía tan normal hasta el otro día en mi casa de España…

En UN Drive, los coches me adelantarán, algunos se ofrecerán a llevarme. Pero yo quiero caminar hoy. Quiero, quiero apoyar la suela del zapato aquí, en el duro asfalto y mezclarme y escuchar los gritos, las conversaciones roncas de una acera a otra, sacadas de una noche de New Orleans, quiero oler los aromas del pescado frito, del diesel intoxicado, del fuego, del fuego, del fuego. Y luego. Seguiré subiendo la cuesta del olvido, mirando, porque miro mucho. Lo miro todo. Y cuando miras, te miran y trataré de ver quién está en la terraza del Mamba Point Hotel. Y me parecerá ver máscaras y cervezas.

Luego veré a los amigos. Como siempre, repartiré tortilla española y confusión universal. Recibiré saludos, abrazos y más confusión metauniversal. Todos estamos en este lento barco hermano, ahora ya lo sé.

Sí, lento barco, todo por un momento me parecerá lento. Sabes tío, ese es el problema, que por un momento lo veré todo lento. Como que la gente sigue ahí, sin nadie darse cuenta de que tenemos que darle una buena patada al mundo, sin nadie diciendo, “esto no puede seguir así”.

Por eso, a la hora de comer, con pinta de tipo que busca el color del cambio, vivir una vida. Entraré en el restaurante, sabes, como ido, santificado, imparable, caminando lento, como bendiciendo, comprendiendo, viendo, encontrándome poco a poco con los rostros irremediablemente rutinarios y brillantes que no acompañan mi sentimiento eufórico: humanos que no quemarían todo esto ahora mismo y luego huirían a Lisboa ni tampoco buscarían un cactus en una noche profunda bajo el ritmo de Philadelphia, aquella canción de Springsteen.

Y entonces saludaré a todos, efervescencia del primer día, e iré más lejos que de costumbre. Sí, propondré, saludaré de otra forma, embriagado de novedad y excitación. De cambio. Esperanzado. Pegarse un tiro. Porque me gustaría que todo cambiase, que todo se moviese, que hasta el cenicero se fuera por bulerías, que la ensalada saltase como Angus Young. Muy rápido.

Y ese es el problema, sabes, que yo quiero ir más rápido. Y al volver a casa, más tarde, mucho más tarde. Al volver a casa más tarde, mucho más tarde, me sentiré desesperado, pensaré ciegamente, le pediré más y más a la vida. Pero tras diecisiete vueltas de campana, la vida me acariciará y me dirá que me calme, que no pasa nada, de verdad, y con una voz de madre me dirá, tranquilo hijo, “esto no va a acabar así”.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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