Si vienes a Liberia por chatarra

Liberia

PERO MIRA QUIÉN ESTÁ AHÍ. Al entrar en el Red Lion veo a Ramón sentado frente a un alemán de barba sucia y dejada. Tan sólo les separa una minúscula mesa cuadrada y están ahí, rozándose las frentes, como si jugasen un ajedrez decisivo, la partida que cambiará el destino del mundo. En medio de una música reggae, se gritan, se asienten, se dan la razón chocándose las manos, llegan a conclusiones históricas. La euforia los confluye y parece que están pensando, “sólo nosotros sabemos lo que pasa y sólo nosotros lo podemos cambiar. El resto, todo idiotas”.

A Ramón lo vi por primera vez en una fiesta que palpitaba alrededor de una piscina en el Sea Suits compound. Con sus pelos castaños rizados a cuestas, correteaba por la terraza a pecho descubierto, todo huesos. Su novia liberiana iba detrás con un rostro opaco, irreconocible. Aquella imagen carnal contrastaba con mi impresión inicial del español, cuando me lo encontré al principio de la fiesta con su polito Lacoste azul marino, con sus pantalones Tucson, estrechando la mano, forzando una voz de locutor de radio, hablando del PIB, tosiendo con una mano en la boca… Ramón había empezado bien la fiesta, sin duda.

Pero cuando la noche se fue encontrando y el alcohol fue barranco el hombre ya sólo galopaba por la terraza y se tiraba de cabeza a la piscina como un kamikaze, destacando además en el vuelo su ‘melenilla de caracoles’ que revoloteaba en el aire.

Luego asomaba la cabeza desde la pileta y Ramón imparable, farfullaba palabros como, “tos pa la piscina, tos pa la fiesta coño”, mientras agitaba una mano imperativa.

“¿Quién coño es ese tío?”, me dijo una persona.

Pero Ramón no había venido solo a Liberia: Fernando, un tipo muy, muy grande había salido también del mismo pueblo. Los dos socios llevaban ya unos meses en Liberia intentando poner en marcha un negocio de chatarra. La idea era sencilla: repetir el éxito europeo en tierras africanas. Llegaron con fuerza, con pasta, Fernando y Ramón sonreían, bailaban a menudo en el Red Lion, hablaban del futuro, de proyectos, repartían habanos.

Pero dicen que los meses pasan.

Y cuando pasaron unos cuantos, me encontré una noche a Fernando de nuevo en el Red Lion y enseguida detecté que su áurea se había apagado considerablemente. Su cuerpo se había reducido, tío. “No es tan fácil hacer negocios aquí”, me confesó esa noche amarilla. Y entre otros detalles me contó que el camión no había llegado, que el tío aquel que tenía que firmar resulta que se quedó con casi toda la mercancía… que hace unas semanas cuando fueron a buscar chatarra habían visto un antílope y un elefante muy violentos, y que además una serpiente le había picado a un liberiano de la empresa y había durado vivo veintiocho minutos… Y tras varias miradas al suelo, Fernando se dio la vuelta y volvió a la pista de baile donde apenas duró unos segundos.

Una voz me dijo unos meses después que había visto a Fernando en un avión que despegaba hacia Europa. “Se iba jodido, pestañeando mucho, ese hombre se fue tocado del coco”, afirmaba también la misma voz. “No aguantó la nenaza”, resumió unas semanas después Ramón cuando me lo encontré por Broad Street. “¿Y el negocio cómo va?”… Ramón dio unas semi vueltitas sobre sí mismo, un conato de claqué, “tengo que ir a Sinoe, un par de firmas y ya empezamos”, sentenció mirando hacia algún punto oculto.

Pero lo único cierto es que al poco, Ramón tuvo que abandonar su lujoso compound de Sea Suits que daba al mar, y con ruegos y suerte acabó siendo rescatado por Jeremías que le dio cobijo en su casa de Sinkor. “Si en mi casa no hay nadie, me aburro. Un par de semanitas no me importa. Además, dice que está a punto de irse a Sinoe”, me había dicho el andaluz entre varias Club beers.

Para empezar una nueva vida, Ramón se volvió a poner el polo Lacoste azul marino y los pantalones Tucson. Pero es sabido que la cabra vuelve al monte y hete aquí que cuando me lo encontré en un bar del centro unas semanas después, me tomé un café con Ramón y resultó que al negociante de chatarra se le escaparon unas tiernas palabras a la camarera que le sonreía al servirle el café, “tu ríe que te vo a meté unos veinte polvos seguíos, jodía”.

L’eau, the new feminine fragrance, Paris.

Al cabo de unos días, Jeremías casi berrea para decirme que estaba hasta los huevos, que todos los días Ramón le decía lo mismo y nada. “El tío este, man. Me dijo que se iría en una, dos semanas y han pasado dos puñeteros meses. Todos los días me dice que se va a Sinoe, que se va allí a cerrar el negocio, pero el cabrón no se va”.

“El personaje este, man –continuaba el andaluz- me tiene toda la casa fumeteada, cada vez que abro la puerta huele a mierda. Y luego está la cafre esa de la novia, sentada frente a la tele todo el puto día. Según Ramón, es muy inteligente porque apenas sale a la calle, no gasta y por tanto, ahorra. Tócate los cojones.” Sentenció Jeremías dando un golpetazo con su vaso sobre la barra.

“A veces –se recupera el andaluz, informa- le despierto por la mañana y se levanta con los ojos rojos, dando saltos, gritando en medio del pestazo a tabaco. Y luego con mirada de acabar de venir de la guerra de Vietnam, se pone a decir que se irá a Sinoe la próxima semana, a Sinoe, a Sinoe la próxima semana. Pero no se va, no se va…”.

“A lo mejor la novia lo convence”, digo con una sonrisilla interna que divierte a mi hígado, hace bailar a mi riñón, me vuelan los intestinos. “La novia es una gilipollas”, acota Jeremías. “Pero peor son las tías chungas que me mete este cabrón todas las semanas, cuando aquella sale. Tías de estas de la calle que encuentra por ahí, y a saber tú. Y cuando le digo al Ramón de los huevos que qué coño hace, me responde toy salío tío, toy super salío. Tócate los cojones”.

Ahora en el Red Lion, Ramón me acaba de ver y se ha levantado como un resorte abandonando su partida de ajedrez para saludarme y me dice que cómo va eso, y yo le digo que bien, ¿y tú?. “Yo de puta madre, a punto de cerrar el contrato, la próxima semana pa Sinoe y empezamos er negocio”.

Amén.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

2 comentarios
  1. ¡¡¡Madre mia, que historias!!!
    Pero como siempre, que interesantes y que que bien relatadas!!!
    Sigue, deleitándonos con tus relatos tan bien “relatados”, lo haces tan bien, que me parece vivirlo, en primera mano…

Anímate a comentar

Tu email no será publicado.

Información básica sobre protección de datos:

  • Responsable: Carlos Battaglini
  • Finalidad: Moderación y publicación de comentarios
  • Destinatarios: No se comunican datos a terceros
  • Derechos: Tiene derecho a acceder, rectificar y suprimir los datos