Viaje a Ghana (7) de (7). Buscando un escritor africano

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DESDE HACE TIEMPO TRATO DE SABER MÁS SOBRE LA LITERATURA AFRICANA, una exploración nada sencilla para un europeo marcado por el canon blanco. Y ahora aquí, en Accra (quien me lo iba a decir hace unos años…) tengo la oportunidad histórica de escrutar una feria literaria que he visto anunciada en el Daily Graphic de Ghana.

Así que hoy me quedaré por Accra. Qué gusto eso de levantarse tranquilo, marcándote una agenda donde sólo lo que apetece marca la próxima parada. Relajado, desayuno en la agradable terraza del hotel rodeado de vegetación y lagartos espontáneos a la vez que me repito a mi mismo: “hoy es el día de la Feria del Libro, una gran oportunidad para acercarse a la literatura africana”. Porque en Ghana, a diferencia de por ejemplo, Liberia, hay bastantes libros. No es que haya librerías por todos lados, pero ves libros, ves a gente leyendo.

Al rato viene un taxista con cara de bucanero malo, de esos que persiguen al bueno desde el principio de la película. Negociamos el precio y salimos. Nos dirigimos al Fair Trade Center y durante el trayecto pasamos por el Jokers, al que veo desde fuera pintado todo de rojo sangre y adornado por muchos globos multicolores. No puedo reprimir una mueca y el taxista, que se ha dado cuenta, me pregunta, “¿conoces el Jokers?”.

“Bueno sí,” le respondo tras unos segundos. El se ríe, entablamos una conversación y al poco me dice que su hermana se quiere casar con un hombre blanco, que no le gustan los hombres negros. Yo lo miro. Y él me dice que le dé mi número y luego levanta y ondea sus manos para añadir que su hermana es una mujer alta, vigorosa y de buenas curvas (ahá) Yo me río por fuera, pero no lo hago por dentro, “¿Man, me estás hablando de tú hermana?”, pregunto. Y él asiente. “Bueno, estaré en la discoteca Tantra estos días”, le digo. “Pero dame tú número”, me dice cuando yo ya estoy fuera. Y con una sonrisa, le respondo, “noooo”.

La aparición de un pabellón grande con una enorme bandera ghanesa desplegada en la entrada, anuncia la presencia de la feria en el interior del recinto. Mis pasos me llevan dentro y me encuentro con varias filas de puestos de libros. Suena una buena música de fondo, ritmo, ritmo.

Voy hojeando libros, no tanto los infantiles que son mayoría, sino la otra literatura. Encuentro en un puesto que custodia un nigeriano, varios libros de Soyinka y Achebe. ¿Quién es mejor? Parecen preguntarse los nigerianos.

Por fin doy con el Things fall apart de Achebe, pero su precio es desorbitado porque viene acompañado de unas bellas ilustraciones.

En el stand de al lado, una chica de voz dinámica vende Biblias y me dice que debo ser consciente de que Dios murió por todos nosotros. Le respondo que yo ya tengo la Biblia y que sinceramente deseo leerla. Ella afirma, pero me dice que comprar una biblia en Ghana, siempre es especial.

Sigo caminando y hojeo varios libros de educación ghanesa destinados a los escolares. Compruebo como desde muy niños, a los ghaneses se les inculca un sistema de valores basados en el respeto, la educación y los derechos. Continúo hojeando libros, tratando de encontrar el The Beautiful ones are not yet born, de Ayi Kwei Armah, pero no hay manera. A quien si encontré fue a Ama Ata Aidoo y su The girl who can.

Me paro en un stand donde no puedo menos que fijarme en las cicatrices que un hombre lleva marcadas sobre su cara. Son como arañazos de gato. Cuatro o cinco a cada lado del rostro, unos sobre otros. Le pregunto al hombre (supongo que osadamente) si esas cicatrices son voluntarias o… El aludido me mira con cara de muy mala leche, con las caras de estos que se dedican a repartir puñetazos en bares de mala muerte.

“¿Acaso tengo que seguir tu modelo?”, dice amenazante. Un poco nervioso, doy un paso para atrás. “Eh, hmmm (yo, yo) no que…” y mientras digo esa frase, me interrumpe (o más bien me salva) una voz juvenil y fresca que proviene de un tipo que tendrá que tener unos veinte y poco. “Qué dice que él tiene su modelo de vida”, me aclara amistosamente.

“Por supuesto”, añado, y luego le agradezco interiormente al chaval que se haya entrometido y me pongo a hablar con él. Una vez más, el fútbol me rescata, en este caso claro, los futbolistas nigerianos que han jugado en Europa como Finidi o Amokachi, de quienes afortunadamente me acuerdo. El matón aprueba con la cabeza cuando oye el nombre de estos jugadores, se relaja y además se marca un bailecito con el musicón que suena de fondo. Amigos.

No muy lejos de allí, me tratan de vender un libro que se titula Ama, y que va sobre la vida de una esclava. Me informan además de que el autor está por ahí, Manu Herbstein. No compro el libro, pero al rato me encuentro con un hombre bohemio luciendo una camisa ancha africana y deambulando despistadamente por los pasillos. Le paro y me pongo hablar con él.

Herbstein me cuenta que nació en Sudáfrica, pero que desde hace muchos años vive en Accra. Le pregunto por librerías en Accra, y me recomienda la de EPP, justo el pabellón que está en frente. Luego le pregunto si se ha divertido escribiendo Ama, y mira para abajo, hace un extraño ruido con la boca y sé lo que me quiere decir a pesar de todo. Todo el que escribe lo sabe. Ahora es Manu quién me pregunta a mí, “¿has comprado mi libro?”.

Salgo del pabellón al cabo de un buen rato y me meto en la nave de EPP. Guau, todo libros, todo lleno de libros, dispuestos circularmente. Suena de nuevo una música moderna, discotequera, trepidante. Empiezo a descubrir libros valiosísimos, libros que analizan la literatura casi como una partida de ajedrez, tal como yo lo he pensado alguna vez (¿innovar es imposible?) Se nota el pasado colonial británico de Ghana en la selección de las obras. En su gran mayoría provienen del Reino Unido, de editoriales británicas, de fuentes anglosajonas. Me apropio de unos cuantos libros más, aunque sigo sin encontrar el de Ayi Kwei Armah.

Frente a mí, un niño con un uniforme amarillo hojea un libro de Hitler y luego se va dando saltitos. Una de las encargadas, una chica de unos veinte años comienza a hablar conmigo.

Porque en Ghana, en África, todo el mundo habla contigo. Todo el mundo te pregunta algo, quieren conocerte. Me dice que en Ghana, a la gente no le gusta la pelea, “yo misma, cuando veo que se están peleando en algún sitio, me voy”. “A Liberia aún le falta un poco en ese sentido”, pienso en ese momento.

Sigo paseándome un rato más, y la música es tan buena, tan marchosa, que dan ganas de salir de marcha. Estoy un tanto emocionado, tanto que vuelvo a pabellón principal para comprar la novela de Herbstein. Ofrezco dólares porque ya no me quedan cedis y una chica empieza a hacer cálculos, a subrayar en un papel. Pero pronto una mujer india espabilada y con su cosa, le dice que ella se encarga. La mujer indica saca una calculadora, aprieta varias teclas y me enseña el precio. Un nuevo libro para la cesta.

Salgo del pabellón, salgo de la feria. Y cuando salgo de ahí casi de noche, tengo de pronto ganas de echarme a perder, de emborracharme, de drogarme, de complicar mi vida, de vivir más al límite, de cabalgar en la euforia, de salvarme con emoción… así estoy un rato, un buen rato mientras el taxi sigue yendo muy rápido en una Accra que ya es nocturna.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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