Viaje a Madrid (3) de (7) “El examen”

Madrid

Hablamos de literatura. Somos muy diferentes. A un lado, la anarquía ordenada. Por mi parte, represento al germanismo histérico, el orden llevado al paroxismo, la búsqueda de un color desconocido. Pronto me lo dice, “¿cómo quieres sentirte mañana?”. Se lo digo: “sobre todo, lo que me gustaría es dormir. En Madrid es difícil, la calle, los perros…”. Andrés me responde, “duerme aquí”. “¿Comor?, pienso para mis adentros. Creo no haber entendido bien, pero me parece una buena idea.

Me tumbo en una camilla. Andrés me pone una música relajante. No tardo en quedarme casi dormido. No sé lo que pasa, pero al cabo de un rato, me siento como si Andrés tuviese poderes. Percibo un áurea de fuerza y magnetismo a mi alrededor. Soy invencible, puedo conseguirlo todo. Acaba la sesión y compruebo que Andrés hablaba en serio: cierra las ventanas, me trae un colchón y una almohada diminuta: “buenas noches”, me dice saliendo por la puerta. Me acuesto y duermo como hacía mucho tiempo que no dormía: bien.

Llega el día del examen, ¡me encanta, qué ilu! El escenario del centro examinador: un pueblo a las afueras de Madrid de cuyo nombre me acuerdo. Soy precavido, hago todo lo que me ha aconsejado Andrés. Me siento como en una nube: lleno de energía. Llego a casa, me acuesto en la cama de matrimonio de la pareja que me acoge, aprovecho que trabajan. A los perros los meto en el baño para que no lloren dentro de la jaula. Me pongo los tapones, cierro los ojos, y medito. Me concentro.

Me hago una ensalada. Siento ese hormigueo, ese cosquilleo pre-examen, ese “buen rollito” que te da. Me zampo la ensalada. Salgo para las afueras de Madrid. En Príncipe Pío cojo el autobús y me siento delante de un tipo que no sé por qué, algo me dice, que también va a hacer el examen.

Esto me estresa un poco, me pone un poco violento. El de atrás, es un enemigo, al que hay que aplastar. Espero al menos que se esté callado. El autobús arranca. Joder, hay un tráfico que te cagas: espero llegar a tiempo.

El tipo de atrás, con su jersey de cuadros y su peinado pepero se pone a hablar por el móvil. Le habla a no sé quién de su entrevista, qué él es bilingüe (le digo capullo inconscientemente cuando escucho esa palabra) que la entrevista le ha salido bien. Pienso en cambiarme de sitio, pero por un respeto al aire, o a no sé quién, no lo hago. El autobús sigue progresando a duras penas.

Por fin llegamos al centro del examen. Sigo caminando, la Universidad es preciosa. Joder, me acuerdo de cómo era la mía y me sale una odiosa comparación. Aquí está todo limpio, ¡hasta hay un lago! A los lados, arbolitos, césped, modernidad, pasta.

Estoy de examen, pero creo recordar que no estoy nervioso del todo. Sigo caminando y me meto en un edificio marrón, con una especie de cápsula arquitectónica en el centro. Empujo la puerta de cristal. La portera me mira, no le sueno, pero sigo caminando. Bajo unas escaleras. Veo a una rubia enfurruñada fuera, leyendo unos apuntes. Me mira, yo la miro con el hombro izquierdo y toco una puerta gris. “Sí”. Un chico de pelos largos y con cara de buena persona me recibe. “¿Quieres hacer ya el examen?”, me espeta. (Joder) “Vale”, digo yo, sin saber muy bien lo que contestaba.

Envío mensajes a mi familia: dadme fuerzas. Entro en la sala. Lo observo todo, los ordenadores, la gente, la historia en general. Eso me pone un tanto nervioso.

Me siento y el chico de pelos largos me prepara el examen. Me pongo los tapones, cierro los ojos y trato de concentrarme. La tensión es evidente. Le doy al “go” y empieza el examen.

La primera prueba es la más fácil. Comienzo como un auténtico vendaval: respondo a todas las preguntas con una rapidez y una facilidad insultante. Hasta me sobra tiempo y repaso.

Comienza la segunda y última parte: la hueso, la difícil. Le doy al “go” y me voy a las matemáticas. Los problemas son fáciles. Bueno, son fáciles para mí, que llevo mucho tiempo estudiando: tas, tas, tas, tas, los estoy haciendo todos como Schumacher en sus buenos tiempos, como Eddie Merckx, tas, tas, tas ¡!¡Stop!!! Llego a un problema raro. No lo entiendo. Lo leo una vez más, nada. No sé qué coño me están preguntando. Creo que está mal planteado.

Acabo con las mates (excepto con el raro que lo dejo pendiente) y sigo con la prueba de comprensión lingüística. Llego a esta fase con mucho tiempo: como hacía siglos no conseguía. Tengo tanto tiempo, que le doy vueltas a las respuestas. De pronto, me empieza a doler la cabeza, me siento cansado y miro el reloj, ¡joder, que se me va el tiempo! Respondo lo que me queda como puedo y acabo. Me levanto con una sensación agridulce: podía haber arrasado más. No sé si pasaré a la segunda ronda: tan sólo pasa el 1.45% de los candidatos. Sí, has oído bien.

Me voy de la Universidad al pueblo más cercano. Voy caminando. Son apenas unos quince minutos. La gente que va dentro de los coches me mira, porque sólo los locos hacen este trayecto a pie.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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