Maneras de trepar

Maneras de trepar

Todos los hemos visto. En toda estructura organizativa, jerárquica, como por ejemplo una oficina, nos encontramos con una serie de personas que están dispuestas a trepar y lograr sus objetivos a toda costa, caiga quien caiga. Para ello, utilizan todo tipo de artimañas y estrategias acordes con sus personalidades. Vayamos con una sucinta descripción de estos personajes tóxicos que pululan a diario por todas las oficinas del mundo. Seguro que muchos de ellos te resultan familiares, entre otras cosas porque tú eres uno de ellos.

Empecemos por el carismático, el sociable. Es aquel que se gana a todo el mundo (incluido los jefes, claro) con su simpatía, sus carcajadas y sus chistes, los cuales suele combinar sabiamente con regalos o invitaciones a comer a compañeros o jefes. Con él siempre hay un plan divertido por hacer y a éstos se suelen apuntar todo el mundo, incluido los superiores. Una vez que el personaje ha conseguido que le rían la gracia, ya tiene carta blanca para hacer lo que le dé la gana.

Entonces empezará a aparecer por la oficina a las diez de la mañana con una sonrisa de oreja a oreja, pondrá la música a tope, y se pondrá a navegar por internet o a ocuparse de sus asuntos por un rato hasta que por fin le dé por hacer algo. Cuando haga ese algo, enviará un e-mail con copia a todo el mundo para que la oficina al completo se entere. Hará todo a última hora y mal, pero logrará escapar una y otra vez gracias a unos contactos que siempre le salvan la papeleta en el último suspiro. Un genio.

Con un perfil muy distinto al caradura anterior, pero con intenciones similares, nos encontramos con el zorro o la zorra. Se trata de un supuesto tímido, que apenas hace ruido y que siempre te dedica una media sonrisa. Sin embargo, a pesar de ser muy silencioso, muy sigiloso, consigue sorprendentemente beneficios que otros ni siquiera pueden soñar. Evidentemente, su modus operandi no es fácil de detectar, y suele consistir en una sutilidad que implica por ejemplo invitar a cenar a casa al jefe con una habilidad y un encanto que seduciría a cualquier ser viviente.

A partir de ahí, el jefe, ya amansado, cederá ante sus “tímidas demandas”, incluidas las de aumento de sueldo o vacaciones más largas de lo normal, peticiones que hará combinando una actitud victimista con otra risueña.

Por supuesto, gracias a su liviandad, no es fácil que los compañeros lo pillen y si lo hacen tampoco les importará tanto porque el zorro o la zorra se trabaja su amistad a diario, por ejemplo a la hora del café o por navidades, fecha en la que suele aparecer con regalos que entrega a personas clave. Ojo, la historia no acaba aquí. Resulta que al zorro o la zorra tampoco le gusta mucho trabajar. Por eso tratará de quitarse el máximo de curro posible con su estilo silencioso.

Nunca armará una gran bulla para deshacerse de las tareas, antes al contrario: sonreirá amablemente para decir que lo siente mucho pero que eso no lo puede hacer porque tiene muchísimo trabajo, “no doy abasto”, dirá con una vocecita. En las reuniones, se quejará con esa misma vocecita sobre la desorbitada carga de trabajo con la que tiene que lidiar, lo cual le ayudará a escaquearse sistemáticamente de las tareas más desagradables, y quedarse con tres chorradas. El día menos pensando, el zorro, la zorra se pirará de la oficina a otro departamento porque ha conseguido un ascenso del que nadie se ha enterado. Así, tal y como llegó se va, sin hacer ruido, como una frutita de aire.

Luego tenemos al bla, bla, bla. Ya sabes, esas personas con corbata que hablan muy bien, que utilizan un léxico y unas palabras técnicas super guapas que les da una fuerza oratoria parecida a la de los políticos más demagogos y que les confiere una reputación de profesionales de la leche. Todo eso está genial, el único problemilla es cuando hay que currar, cuando por ejemplo hay algo pendiente y no ha quedado muy claro quién lo va a hacer.

Es cuando el parlanchín encorbatado desaparecerá “asombrosamente”, como un fantasma. De pronto, no se le oye, se ha escondido en algún lugar donde es imposible localizarlo. Esto hará evidentemente que la tarea recaiga en otro, en el de siempre. El bla, bla, bla, permanecerá agazapado hasta la próxima exposición pública donde volverá a hacer uso de su impresionante capacidad de oratoria que volverá a cautivar a todo el mundo.

Tenemos luego al inseguro con poder. Este perfil se da mucho en aquellas personas que han cumplido ya sus años y observan impotentes como la oficina se va llenando progresivamente de gente joven. Esta tendencia los hace sentirse viejos, obsoletos e interiormente inferiores ante la nueva generación que viene pisando fuerte (o eso creen ellos).

Para defenderse de la amenaza ‘juvenil’, el acomplejado aprovechará su posición de poder que los años (y no los méritos) le han proporcionado. Así, deslegitimará el trabajo del joven a la menor oportunidad, lo bloqueará poniéndole todo tipo de trabas hasta desesperar a la víctima. El viejo también aprovechará su posición de poder para decirle a los jefes en petit comité, que este joven, estos jóvenes, están muy mal preparados y que con ellos “no vamos a ningún lado”.

Luego tenemos a otro crack, “el delegador”. Suele ser otra persona que tiene poder, es decir, que ocupa un lugar alto en la oficina (aunque no necesariamente). Utilizará ese poder para quitarse todo ese “trabajo mierda” con la que toda oficina tiene que lidiar y se lo pasará a su inmediato inferior, que por lo general, se lo pasará a sus inferiores y así sucesivamente.

El delegador al principio no tendrá ningún problema. Los empleados aun no lo conocen y se esmeran e incluso compiten para agradarlo. Sin embargo, al cabo de unas semanas, unos pocos meses, empiezan a molestarse ante el hecho de que la misma persona les siga encargado tareas una y otra vez. El problema no es solo que abuse, sino que tampoco se observa ningún tipo de trabajo, ningún tipo de producción por parte del delegador que por supuesto, siempre dirá que está tremendamente ocupado.

Nos encontramos también con el quejica. Es una persona que por lo general no curra mucho, y que todo le parece mal. Además, cada gilipollez que le mandan, la considerará como la tarea del siglo, cuando no un abuso. Nunca reconoce un error, siempre la culpa es del otro y por supuesto dice que trabaja mucho, muchísimo. Para más inri, suele llegar tarde a la oficina, pasar largos ratos en la cafetería y caracterizarse por su extrema precisión a la hora de salir del curro a la misma hora todos los días.

Luego está el “tonto listo”. Se caracterizará por priorizar sus asuntos privados y postergar las actividades de la organización una y otra vez. Se estará disculpando continuamente con mucha amabilidad por no haber hecho la tarea correspondiente. Nunca levantará la voz, nunca te dirá una mala palabra. La cuestión es que suele tener un papel clave en la organización, por lo que no te queda más remedio que pasar por él o por ella. Cuando ya cansado le vayas a pedir explicaciones, volverá a disculparse de manera muy educada y te prometerá que está a punto de ponerse con lo tuyo.

Existen también por supuesto los criticones. Pase lo que pase, se haga lo que se haga, todo es un desastre. El jefe no ha hecho esto ni lo otro, cuando lo que debería hacer es aquello, la compañera X es una calamidad porque no sabe ni hacer la o con un canuto, aquel es un idiota porque después de tantos años en la oficina sigue cometiendo los mismos errores etc. etc. Suelen juntarse en una esquina o en la cafetería, y mantener largas “conversaciones”.

Claro, también está el serio, honesto y trabajador. Su problema es que es eso, honesto, serio y trabajador. Esas cualidades le pueden acarrear las enemistades del entorno que recelan de una profesionalidad que los pone en evidencia.

Ciertamente, hay muchos más perfiles que los nombrados en este texto, pero este tipo de personajes los encontramos muy a menudo por ahí. Quizás detrás de todos ellos se esconda una ley humana, que dice que se los humanos tienden a la pereza, como me dijo un amigo una vez. Por ello, la mayoría tratará de hacer lo justo (a veces ni eso) y por lo general tratarán de pasarle el curro a otra persona.

A pesar de todo, afortunadamente en cualquier oficina, en cualquier ámbito de trabajo, nos encontramos con mucha gente normal, honrada, guay, que hace bien su trabajo y que no fastidia a los demás. Seguro que son mayoría.

¿Y tú lector? ¿Te has encontrado con muchos de estos personajes? ¿Eres uno de ellos?

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

No hay comentarios

Anímate a comentar

Tu email no será publicado.

Información básica sobre protección de datos:

  • Responsable: Carlos Battaglini
  • Finalidad: Moderación y publicación de comentarios
  • Destinatarios: No se comunican datos a terceros
  • Derechos: Tiene derecho a acceder, rectificar y suprimir los datos