Quemar un periódico, encuentro con Rodney Seih, director de Front Page

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La reunión empezará a las ocho de la mañana. Eso dice el papel verde que está sobre mi mesa y así se lo hago saber a Roland que me lleva hasta allí en el Toyota Prado. Es mi primera reunión en un edificio público, en las dependencias del Gobierno liberiano, en África.

Llegamos a Congo Town. Cuando salgo del coche me encuentro con un edificio de unas tres o cuatro plantas despintado, revelando su capa de cemento inicial, cubierto de descuido. No hay luz eléctrica y los pocos muebles que hay por aquí deben tener muchos años. Los azulejos son de un color amarillento que son incapaces de brillar. Todo es como oscuro. Una cueva.

Hace un calor que da frío. Camino con mi chaqueta y corbata, pregunto por la reunión y nadie sabe nada. Fuera, alrededor de las escaleras de la entrada se van sentando parsimoniosamente diferentes personas. Aquí pregunto de nuevo por la reunión y me dicen que ya empezará, que no me preocupe. Siguen llegando poco a poco los invitados a la reunión. Por mi reloj son ya casi las nueve. La gente se va saludando entre sonoras carcajadas, bajo el calor de ese saludo liberiano que consiste en darse la mano con un chasquido de dedos. Desde el obrero al ministro, todos saludan con un chasquido final. De dedos. Clac.

Por fin, sin prisas evidentemente, los invitados van subiendo a la segunda planta. Sigo al grupo y nos vamos sentando en torno a una mesa ovalada. Varios presentes se enfrascan de pronto en una discusión interminable que provoca las sonrisas cómplices de unos cuantos burlones. Al rato una puerta se abre y se asoma el jefe. Todo el mundo guarda silencio. Se trata de un hombre robusto y rostro áspero.

El jefe dice que esto va a empezar y da una serie de órdenes rápidas y contundentes que son cumplidas inmediatamente.

Todo el mundo se pone firme sobre el asiento y al cabo de unos minutos estamos hablando. Por mi reloj son las nueve y media pasadas. He pagado la novatada. La próxima vez que me citen a una determinada hora en Liberia, entenderé que el acto en cuestión empezará en realidad una hora o una hora y media después de la hora fijada.

En uno de los recesos, salgo del edificio y doy una vuelta. Al lado de este edificio que se está cayendo, descubro varios caminos de tierra que se pierden a lo lejos. La tierra es roja y la flanquean varios mangos, algún que otro puesto de plátanos, más frutas. Varias mujeres pasan transportando cubos de alimentos sobre sus cabezas.

Se cruza algún que otro niño. Sigo caminando y pregunto donde se puede conseguir un periódico. Una mujer se encoge de hombros y me señala una especie de casa recién pintada con un letrero que dice Front Page. Conozco este periódico valiente y de pronto siento una necesidad imperante de entrar en la sede, no tanto para conseguir un periódico sino para conocer al Director. Allá voy.

En la entrada hay dos jóvenes que me miran con desconfianza. Les digo que me gustaría ver a Rodney D. Sieh “el Director”, y después de mirarse entre ellos me dicen que tienen que consultarlo. Les insisto que tengo muchas ganas de conocerlo, que se trata de una visita de cortesía. Me preguntan entonces mi nombre, me piden que me identifique. Luego me dicen que espere.

Me quedo esperando bastante y cuando estoy a punto de irme, aparece uno de los guardianes de la entrada manteniendo todavía un gesto de absoluta desconfianza para decirme que pase. Doy varios pasos sin saber cómo continuar pero ahora son los mismos jóvenes de la entrada los que me empujan hacia una especie de salita de estar. Estoy de pronto sentado frente a un despacho rodeado de paredes de cartón de donde sale una mujer gruesa que me mira con cara de sospecha y me dice que Rodney D. Sieh, el Director de Front Page me está esperando.

Por fin he entrado en la oficina de Sieh. Sorprendentemente me encuentro con un hombre muy joven. Se trata de un muchacho orondo que está de pie, tenso, mirándome como si yo fuese un espía, un mercenario, un traidor. Me presento y le digo que yo tan solo quería saber más… Sieh frunce el ceño y no dice nada. Estoy frente a él, esperando a que diga algo. Pasa un siglo, y soy yo el que le digo una chorrada, extraigo mi sonrisa, recurro al poder de la mímica.  Le digo, tío que no pasa nada… Ay mi madre.

Él relaja la expresión aliviadoramente y finalmente me dice que me siente y nos acomodamos sobre un sofá. La habitación es pequeña, hay un ordenador y un buen tocho de periódicos. Todo está desordenado. Sieh no acaba de relajarse totalmente y le digo de nuevo que por favor no desconfíe, que sólo estaba aquí por curiosidad, que ya me voy. Él por fin se relaja, se reclina un poco hacia atrás y me lo explica.

Me dice Sieh que estoy en la sede de un periódico considerado como ‘transgresor’. Un periódico poco menos que perseguido por ese ente abstracto llamado poder. Glups. Se va rompiendo el hielo. Rodney Sieh cada vez se va soltando más y me cuenta que me mira con desconfianza porque está acostumbrado a los intentos de sobornos, a las extorsiones, a las amenazas.

Me revela que no hace mucho le ofrecieron una ingente cantidad de dinero para que no publicase una serie de noticias donde se denunciaba un caso de corrupción flagrante. “Seguí adelante, lo publiqué”. Me dice también que la semana pasada intentaron quemarle la sede… “Afortunadamente, -continúa- estamos protegidos por UNMIL, pero…”.

Luego se pone de pie y me invita a ver las instalaciones. Caminamos y me encuentro de nuevo con la mujer gruesa que salió antes del despacho que ahora sí relaja el gesto y me da la mano con una sonrisa. Clac. Avanzamos y Sieh abre una puerta y hallo una sala grande llena de ordenadores viejos en frente de los cuales hay varios jóvenes tecleando concentradamente. Se respira una energía de nombre ganas. Me encuentro también aquí con el mismo tipo que me ha interrogado antes en la entrada y esta vez me saluda con un gesto de cabeza. Clac.

Cerramos la puerta y volvemos a caminar hasta llegar a un cuarto donde una máquina de impresión nos mira triste, completamente quemada, destrozada. Sieh adelanta su labio inferior y me cuenta que esta máquina resultó irremediablemente averiada en un incendio reciente. “¿Sabes quién fue?”, le pregunto. “Sí, mi propio primo. El mismo que antes trabajaba conmigo”, me dice Sieh.

Después de divisar varios estancias más, regresamos a su despacho. Me cuenta que ha estado muchos años estudiando fuera, en Inglaterra, en Estados Unidos… “Hasta que decidí que era el momento de volver Liberia y luchar por mi país”. Le pregunto qué cuales son sus influencias y me dice que siempre le han inspirado ejemplos como el del Che Guevara, el de Thomas Sankara

Yo miro de pronto el reloj, me pongo de pie y mirando hacia la ventana me da por preguntarle, “¿Estás dispuesto a morir por esto?”. Él también se pone de pie y me dice casi agradablemente, “sí”. Y luego añade, “toma, un periódico”. Y me alcanza un ejemplar de Front Page que aterriza entre mis manos. Huele a libertad.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

4 comentarios
  1. ¡¡Que interesante visita…!!!
    y que buena experiencia, pero un poco arriesgada.
    ¡¡¡Cuídate Carlos!!!
    Como siempre disfruté del relato

  2. es fabuloso. sencillamente, fabuloso.
    ten cuidado Carlos, a mí me tenías en un si vivir, cuidándote que hasta miedo pasé.
    no dejes de contarnos tus vivencias, son magníficas. ahhhh, belleza de línea entre muchas: Se respira una energía de nombre “ganas”
    belleza :oD

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