Lo que te puede pasar en Liberia

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Dicen que a esa española de la Embajada nunca la volvió a ver nadie. Dicen que cuando empezó la guerra ella decidió quedarse en Monrovia. Dicen que al cabo de unos meses dejó de pronto de llamar por teléfono. Sus e-mails no llegaban. Ya no hablaba. Desapareció.

Josep está ahora en la terraza de su maravilloso chalet frente al Océano Atlántico y me cuenta que está muerto. Que el francés que vivía antes en este chalet está ahora muerto. Fulminado por la malaria. Dentro de un Toyota Hilux me cuenta Hans por otro lado, que de la organización se fue no hace mucho un francés que se obsesionó con el trabajo.

“Llegó a currar hasta los fines de semana y festivos y no hubo un día que saliese de la oficina antes de las diez de la noche”. Hans tuerce a la derecha y sigue diciendo, “este tipo se volvió un poco loco, se llenó de tics y un día tuvo que abandonar Liberia y nunca más se supo de él. Nadie sabe donde ésta. Dicen que quería subir el Himalaya. Yo qué sé.”

“Aquí pasan cosas, no como en Croacia”, me ha dicho el diplomático español Oscar mientras caminábamos por la selva en Grand Bassa.

Al llegar a mi casa de Mamba Point, alguien me ha tocado la puerta y me ha entregado una carta firmada por la leona. Dice más o menos así, “Hola mi buen amigo, ¿nos podemos ver esta noche en mi casa? Intento conquistarte pero tú no dejas que me acerque. Te quiero ver. Estuvo bien cuando nos conocimos pero no sé que ha pasado contigo que no quieres verme. Te echo de menos y quiero hablar contigo esta noche. Por favor… Este es mi teléfono … Piensa en mí”.

A veces me quiero ir a mi casa, a mi casa “de verdad”. Me ha pasado dos veces creo. Supongo que es normal. Claro que es normal. Y cuando estás en ese sitio, quieres ir al otro. Y así. Es duro escribir a estas horas, después de tanto trabajo… cuando el párpado es plomo.

He recibido otra carta. Esta al menos va dentro de un sobre que reza, “para mi amigo Carlos”. Es Victor. Un muchacho que conocí el otro día en la playa cuando pensé que no podía salir de allí. Encerrado en la playa. Allí estaba él, oculto entre las chabolas de zinc y sujetando un libro que resultó ser por supuesto una biblia. Con una presencia tranquila, un gesto liviano, mi “amigo bassa” me condujo a la salida que taponaban varios todoterrenos que lavaban afanosamente algunos locales. Sonaba reggae. Puede que algo de Marley.

Le di un dólar a Victor, y al día siguiente me lo encontré casi en la puerta de mi casa con una camisa blanca inmaculada. Me acompañó casi todo el trayecto y yo sólo decía, ya sabes, “sí pero, ya veremos, es que”.

Y ahora una carta he recibido.

Un papel que dice que él Victor me saluda afectuosamente en nombre de Dios todopoderoso. Afirma tener veintidós años y que está matriculado en el grado undécimo. Enfatiza que quiere ser mi amigo. Me da su teléfono y me anima a llamarle a cualquier hora para caminar o leer la biblia juntos. Cuenta además que sus padres murieron hace unos años en la guerra. Que se quedó solo con una hermana que está en el grado séptimo. A veces no sabe como hacer para encontrar algo que llevarse a la boca para él y para su hermana. Por eso ama a Dios, porque lo provee de vida y comprensión. “Permite que Dios bendiga a tu familia. Sinceramente, Victor”.

El desapego, la frialdad, el adiós, son rasgos comunes. De este mundillo. Pienso después de llamar a Lola y a Felisa. Hace unos días somos nosotros los que nos estamos riendo alrededor de unas Club beers. No son otros, no es nadie más. Ese soy yo, esas son ellas. Hay complicidad. Relatos. Lazos. Y a los pocos días, justo cuando están a punto de abandonar Liberia, he vuelto a hablar con ellas.

Quería despedirme. Y todo eso. A pesar de que odio las despedidas, sobre todo las cursis. Pero al menos un “hasta luego”. Pero lo que escucho es un tono de oficina, de funcionario que te dice que le preguntes al de al lado. Prisas. Éramos nosotros los que hace unos días. Y esa voz, esas voces, esa prisa, me producen una sensación de.

Me dice Joana bajo el bambú del Sajj que en realidad es una estrategia defensiva.

Seguramente tiene razón.

Hay que esconder el corazón.

Esto no es Croacia. Sin embargo, quiero apuntar dos cosas. La primera hace referencia al olor de los sprays de mosquitos. Niño, qué bien huelen los sprays anti mosquito en Liberia. Es casi un perfume, es una fragancia che. Creo recordar, lo estoy viendo ahora encima de la mesa del televisor, que estos sprays de mosquito ni siquiera se fabrican en África. Creo recordar que este que estoy viendo ahora encima de la mesa del televisor, verde, lozano y hasta un poco chulo, ha nacido en Holanda. En Holanda pasan cosas. En Amsterdam pasan cosas.

Hay mucha camisa del Barça por aquí, pero también del Chelsea. Pero a la que no veo es a la española que decidió quedarse cuando empezó la guerra. Español, un español antipático. Un alemán simpatiquísimo. Un italiano triste. Una sueca feísima. Me gustan estas combinaciones que no necesariamente constituyen un oxímoron.

Y es que esto no es Croacia.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

5 comentarios
  1. Vives en mundo de contradicciones, completamente estratificado, de enormes deferencias sociales, raciales, económicas… Interesante… Sin duda, creo que pasaré más amenudo, a ver que pasará con la leona.

    1. Hola Alejandra, de alguna manera todo escenario social está estratificado. No conozco ningún lugar donde se haya llegado a una desaparición de las clases como aspiraba por ejemplo Karl Marx. Es cierto que en algunos sitios las diferencias son más acusadas que en otras como donde yo vivo. Gracias por seguir el blog. Abz, Carlos

  2. Querido Carlos, es una belleza. encadenas cada frase creando un paseo fabuloso por tu mundo, por tus experiencias. gracias – as always – por compartir tus vivencias con nos.

  3. Muchas gracias Carlos. Con tus relatos, simpatía, excelente expresión y saber relatar, me has abierto la puerta de “Liberia”.
    Te seguiré leyendo.
    Un saludo

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