Ellos nunca fueron los guays

Ellos nunca fueron los guays

SUELE PASAR EN TODOS LADOS. Especialmente en el colegio, en el instituto, en la universidad. Siempre hay un grupo de guays, una estrella, un guaperas, un gracioso, y al fondo, escondidos, sobrevive la panda de pringados, la masa desapercibida que camina silenciosa tras unas gafas, arrastrando grasa, su feo careto, su complejo orgánico.

Los guays, los buenos, los guapos, suelen ser las estrellas del equipo de fútbol, voleyball o lo que sea. O bien tocan en una banda la mar de rockera, donde el cantante, guapo a rabiar, las vuelve locas cada vez que canta el estribillo y se acerca al micrófono bajo un rostro sudorosamente mágico. Ellas no paran de pensar en ellos, se derriten ante su presencia. Y al fondo, escondidos, esa masa orgánica acomplejada que prosigue su camino, harta de estar marginada, de no ser el centro. Pero pocos caen en la cuenta de que la marginalidad también sueña, de que también tiene proyectos imperialistas, protagonistas, istas. Istas… Que aquel tipo flacucho de gafas también le gustaría ser portada de cualquier revista. Y se ponen en marcha…

Estos guapos, estrellas, “malditos deportistas”, como decía Kurt Cobain, van imponiendo consciente e inconscientemente, una especie de dominio, jerarquía popular que llega a instrumentalizarse en auténtico poder. Su influencia, claro, tan solo es local, reducidamente localista. Son los famosos del barrio, del pueblo, incluso de la ciudad, pero nadie sabe ni quiénes son si preguntas a unos 40 kilómetros de sus áreas de influencia.

Ellos, las estrellas, construyen, o les construyen una especie de leyenda, de mitificación, de endiosamiento, un pasado glorioso que cada admirador o admiradora elabora acorde a su imaginación y capacidad de exageración. Puesto que el ídolo ya es un Dios, todo lo hizo bien, todo fue maravilloso. En el barrio, en el pueblo, si acaso en la ciudad.

Por otro lado los méritos del alternativo o del pringado son generalmente ignorados, tan solo vale la leyenda de esos ídolos locales que imponen su historia sobre su mínima área de poder.

Pero la vida sigue. Ah, migo, ¡la vida sigue! Y el alternativo tiene dos opciones. O entrar en el poderoso y atrayente lado oscuro, o como decía Tyra Banks, luchar con la cabeza, con el amor propio, con orgullo, con voluntad, con trabajo. La autoestima que crece. Es cuando el alternativo, a veces el pringado, sale del jodido barrio, pueblo, ciudad y a veces del país. Fuera, alejado de esos dominios controlados por los malditos deportistas, por los rockeros, por los guapos, folladores, el alternativo o pringado se reinventa y comienza a escribir su historia. Y entonces descubre o comprueba que vale, que vale mucho.

Pienso, ahora que miro mi humilde biblioteca personal en la cantidad de escritores “falsos pringados”. Por ejemplo, cuesta imaginar a Faulkner tocando en la banda más cañera de New Albany y tirándose a todo quisqui. No, William era ese tipo arisco, tímido que entregaba la correspondencia sin hacer ruido.

Y que me dices de Edgar, Edgar Allan Poe, ilustre pringado, rostro infantilmente informe y desagradable, recibiendo palos cada dos por tres, encajando las patada del desprecio y del desamor. Edgar nunca metería un gol desde medio campo, probablemente. ¿Y Cervantes? Pobre soldado marginal, muerto de hambre como Dostoyevski, como tantos otros.

Claro que hay escritores guays también. Steinbeck era guapo, y si le pega haberse tirado a esa rubia de tetas enormes en el instituto, Henry Miller era un autoexcluido pero era guay, tenía swing man, al igual que Camus, tal cual Simenon. Hemingway, es sabido se deslizaba entre las dos orillas: glamour y patetismo. Tanto monta.

Pero al volver a repasar mi biblioteca o pensar en los grandes de la literatura, adivino que la mayoría de ellos eran grandes desapercibidos, sobre todo en su etapa infantil, adolescente. Invisibles. Pero, ¡ay los peros! lo patético come, duerme, trabaja, sueña…

Así que la vida pasa, sigue y resulta que la inmensa mayoría de todos esos rockeros, Travoltas, malditos deportistas reciben un soberano sopapo de ese fenómeno inescrutable llamado VIDA. Impotentes al comprobar que su dominio, su influencia, se limitaba a una esfera estrictamente local, sienten el paso del tiempo casi como una tortura. Ansían claro, volver a los viejos tiempos, a bañarse en ríos de popularidad y ámbitos de influencia. Salir les mata.

Hay, evidentemente, mucha mediocridad en ellos, suelen ser en realidad muy cerrados, les asusta las fronteras de lo desconocido, prefieren quedarse en ese círculo hermético donde todavía son alguien. Algunos lo asumen, y reconocen que no eran tan geniales, que la vida era más que eso, que esto no había acabado.

Saludan, al ex alternativo, al former pringado que ahora es un héroe nacional y sobre todo internacional (a veces lo es tras haberse muerto, sin disfrutarlo o sufrirlo, pero no deja de ser un héroe…). Otros, no lo aceptan, y procrean unas arrugas de rencor e impotencia. Alcohol a veces, drogas, incluso psiquiátricos.

Mientras tanto claro, el pringado, el alternativo, siguió su camino. Se levantó, caminó y dijo eso de aquí estoy yo y os vais a enterar, capullos. Él, ella, sabe que la vida es global, que el público está tanto en Turquía como en Bolivia, que hay maravillas escondidas en Namibia. Siguen escribiendo o lo que sea, siguen su camino y finalmente triunfan. Y enciman están buenas, buenos.

Me pregunto quién era ese amigo de William que le tenía hasta los cojones porque le robaba todas las chicas, ese guaperas al que tanto odiaba Edgar. Y etcétera. Todos ellos, esos “rockeros” se evaporaron. Se fueron. No existen. Y ahora, el pringado, que ya no lo es, es un héroe que ni se acuerda de esa clase proletaria, ¡y ahora marginal!, impone su ley, y con un comportamiento lógicamente animal, no permite la entrada en su selva de ningún extraño, y menos de aquellos idiotas ignorantes, de ideas fijas que pensaron que la vida se acababa en la calle de su barrio. Ese ex pringado, es ahora guapo, influyente, tan inteligente que tiene capacidad para perdonar incluso, su móvil no para de sonar. Sonríe.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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