El buscador eterno toma una decisión

El buscador eterno

Ya saben, al hombre blanco que tiene sus necesidades básicas cubiertas le da por darle demasiado a la cabeza, pensando ilusoriamente que la mente le dará todas las soluciones de una vida a la que siempre le pide más. Entre los juegos o trampas mentales más frecuentes, aparece el viaje como cebo supremo de liberación y objetivo que todo buscador de felicidad debe llevar a cabo.

En efecto, en medio de todo este zigzagueo mental, viajar se convierte en la meta suprema de muchos, pensando que alejarse del terruño por unos días, por unos meses, unos cuantos años, les dará la solución, la llave de la felicidad. Se piensa así en perderse en algún lugar remoto de Asia, tal vez alrededor de un templo, enrolarse en una ONG que trabaje en África con la ‘gente necesitada’, recorrerse Latinoamérica y caminar sobre las playas de Río de Janeiro, atravesar Australia… Después de un gran esfuerzo, el aspirante a la felicidad, conseguirá muchas veces alcanzar el objetivo y adentrarse por fin en los confines del mundo, los cuales le proporcionarán toda una serie de experiencias enriquecedoras, les podrá cambiar la vida y les ayudará a crecer como seres humanos.

¿Pero qué ocurre con el buscador eterno, con el perenne inconformista?

Pues resulta que cuando el buscador eterno consiga por fin viajar sin descanso, comprobará al poco que a pesar de las nuevas vivencias experimentadas, su crecimiento personal, su estado interior le sigue tirando de los intestinos: aún nota un vacío. Y vuelta a empezar, vuelta a darle al coco, vuelta a dar vueltas en la cama.

Entonces es muy posible que se inicie un nuevo viaje y otro y otro hasta el punto de inyectarse una sobredosis de viajes, excesivos chutes de experiencia, lo cual le pueden llevar a uno por otro lado a perder perspectiva y en cierta manera a caer un poco en eso que llaman “el síndrome del eterno viajero”, o lo que es lo mismo, a nunca estar a gusto en el sitio en el que se está porque siempre puede haber un lugar donde se está mejor.

El síndrome del eterno viajero, contribuirá además a no permanecer en el presente, a no encontrar el tiempo para disfrutar de la experiencia vivida en un determinado país encuadrado en un mundo que va tan absurdamente deprisa, que se no tiene tiempo ni para imprimir las fotos que se tomaron en ese viaje “exótico”.

No hay tiempo para saborear lo vivido, para absorber la experiencia. La pérdida de perspectiva hará que uno se vuelva un poco tonto o comience a desmitificar, según se vea. Es por ello que si uno salta de Vietnam a Camboya y luego a Tailandia y luego a Australia en un corto intervalo, empezará a pensar por ejemplo que Australia es en realidad un país aburrido, muy aburrido. Le parecerá que Fiyi en efecto es un paraíso, plagado de paisajes espectaculares, pero al cabo de tres o cuatro días, sencillamente no sabrá qué hacer allí. ¿Dónde estaba la felicidad? ¿No está aquí tampoco? Se dirá un tanto apesadumbrado, un tanto decepcionado.

El burgués suertudo que tiene la fortuna de viajar constantemente, empezará de esta forma a “criticar” casi todos los países que visita, torcerá el gesto cuando le toque viajar a Hawái, perderse por Laos. La pérdida de perspectiva será total. La inconsciencia de que el mundo gira constantemente y con ello los estados de ánimos del protagonista será tan profunda que sólo irá creando confusión y una cierta desesperación: le será imposible saber qué es bueno y qué es malo. Entonces se volverán a repasar los libros que le dicen a uno que permanezca en el presente, que practique la meditación, que escuche su respiración…

El buscador eterno caminará por algún parque horas y horas, pensará en los valientes como Steve Jobs, Seth Godin, Orhan Pamuk y tantos otros, héroes que tuvieron la valentía de escuchar su voz interior y cambiar sus vidas para ser fieles a sí mismos, para dedicar los 86400 segundos del día a lo que les gustaba, a lo que les pedía su alma, su corazón. Al final el buscador eterno llegará a la conclusión de que el tópico tenía razón: la felicidad está dentro de uno, todo debe ser mucho más sencillo. Y toma una decisión.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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