Radiografía del australiano que vive en Papúa Nueva Guinea

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Cuando uno recibe la noticia de que tal vez se marche a vivir a Papúa Nueva Guinea (PNG) durante un tiempo, una de las cosas que le suena bien es “Australia“. En efecto, si andas indeciso como era mi caso y eres presa de un cierto estado de shock porque has leído en internet que PNG y su capital Port Moresby es uno de los sitios más inseguros y violentos del mundo; la palabra Australia es un factor que puede desequilibrar la balanza para bien. Es así como de repente Australia, tierra de naturaleza, mujeres bonitas… se presenta de pronto lista para ser explorada y conquistada.

El proceso suele ser más o menos así. Te metes en google, tecleas la palabra “Papúa Nueva Guinea” y lo primero que te encuentras es con las fotos de una caterva de criminales armados hasta los dientes.

PNG, tierra a la que considerabas pacifica, exótica, ¿resulta ser por el contrario un nicho de violencia muy chunga? Y claro, suspiras, empiezas a echarte atrás, empiezas a descartar seriamente la opción de marcharte a ese país tan raro.

Pero uno sigue consultando a más gente por si acaso, y porque internet no representa la verdad absoluta ni mucho menos y hete aquí que te empiezan a decir que PNG está lleno de australianos, “porque Australia está ahí al lado”. Así que los consultados te empiezan a decir que sí, que PNG no está tan mal, que además es un lugar ideal para bucear y hacer senderismo. Y la guinda: “hay muchas fiestas privadas y un montón de actividades sociales”. Acto seguido, caen sobre el cerebro imágenes de australianas. Lindas australianas de cabello blondo y ojos azules. Tu cerebro sigue haciéndote una prometedora composición de lugar y de repente te ves en medio de una fiesta con mucha gente rodeado de guapas australianas.

Y decides irte a PNG, claro.

Y vas y aterrizas en Port Moresby y a los pocos días haces tus primeras incursiones en el ambiente, “en la movida” a ver qué hay por ahí. Has tenido suerte desde el principio porque te invitan a una fiesta en un apartamento que descansa en las colinas, allá en lo alto desde donde se ve toda Port Moresby, con sus montañas marrones y verdes, con su mar ancho y misterioso. Dentro del apartamento suena Franz Ferdinand y ahí divisas a un grupo de gente, saludas, te sirves un vino blanco sauvignon y al fondo en la terraza (chan, chan) ves a una chica guapa que lleva un gorro con la bandera de Australia, esa bandera que invita a saltar desde un acantilado de sueños.

Miras alrededor y no parece que haya más chicas guapas, pero no pasa nada, vendrán más. Picoteas unos canapés, bebes más vino, un vino australiano refrescante y que te gusta. Pero en el fondo (ay, en el fondo) lo que estás pensando es que se dé. Que se dé la posibilidad de hablar con la chica de la gorra y entonces… No te atreves a ir a la terraza porque todavía estás en un sitio nuevo y tus zapatos no pisan con toda la seguridad que te gustaría. No te atreves a ir a la terraza porque hay días en los que te sientes más seguro que otros. Porque la vida es así. Pero tienes la suerte de que la chica guapa, la chica de la gorra, también tiene interés en conocer al nuevo. Y aquí está, en frente tuya, junto a otra amiga, escuchando una historia barata e inconsistente que te ha salido así sin más, fruto de los nervios de los inicios. Una historia que tiene que ver con la despistada compra en el supermercado que uno lleva a cabo los primeros días de llegar a un sitio.

Ella, la chica guapa, se ríe de manera condescendiente, te pregunta, cuenta una anécdota parecida que le pasó no hace mucho. Cuando la conversación y la energía empiezan a fluir, ella suelta de pronto la palabra mágica, “a mi novio también le ocurrió eso”. Tú ríes porque eres un buen actor, pero dentro de ti alguien ha dicho (recórcholis, o tal vez ‘me cago en la puta’). Sigues hablando con ella, pero empiezas a girar el cuello y compruebas que en toda la fiesta hay unas cuatro tías y solo está australiana está buena.

De vuelta a casa, el cerebro te pregunta si hay tías en Port Moresby. Tú le respondes que esta noche aunque con novio, has visto a una y le ruegas paciencia. Pero sales a la siguiente semana al Grand Papua (uno de los hoteles más conocidos de Port Moresby y donde se congrega toda la movida nocturna de la ciudad) y te encuentras con pocas chicas y las pocas agraciadas van acompañadas de maromos forzudos con tatuaje.

Las miras un rato, pero esas escasas chicas guapas parecen estar en otra, ir a otro rollo. Y claro, te encuentras con otras chicas. Pero son compañeras que trabajan en el mismo sector que tú y que ya parecen tus hermanas… Hay mucha mujer mayor también. Y ahí están, ves a las guapas que se van a acostar pronto acompañados del ‘Schwarzenegger‘ de turno.

Te encuentras con más australianos. Claro, es cierto lo que me habían dicho: los australianos están por todos lados, pero por otro lado no hay manera de ver a un buen número de ellos. Se dice que muchos andan ‘escondidos’ en el compound del Australian High Commission. Allí mitigan la paranoia de la inseguridad en Port Moresby, además de organizar fiestas, bañarse en la piscina y llevar a cabo prácticamente todas las actividades humanas. Hay más australianos, claro. Son los que te encuentras por ejemplo en el Yacht Club. Muchos tienen el pelo blanco, suelen tener como mínimo cincuenta años y se les ve alrededor de cervezas, hablando muy alto y en otras ocasiones rodeados de jovencitas locales en actitud ‘cariñosa’…

Hay más australianos claro.  Son los que te encuentras por ejemplo en los halls de los hoteles con las orejas pegadas al teléfono móvil o con los ojos entornados pendientes del portátil, tratando de hacer el negocio, dar el pelotazo en lo que sea, minería, banca, seguros, auditorías… todo vale con tal de llevarse unos buenos billetes al bolsillo.

Y claro, hay más australianas. Esas mujeres de unos cuarenta y pico tacos o menos que deambulan con unos peinados muy cuidados, gafas de sol y unas sonrisas perfectas. Las verás en sitios como el Airways Hotel, alegres, como viviendo y respirando detrás de una barrera. Una barrera compuesta de niños, una familia, un carrito, un todoterreno.

Hay algunas chicas guapas claro, como ya se ha apuntado. Algunas de ellas las ves por ejemplo comprando en el Waterfront. Aunque resulta ser una historia un tanto imperfecta. Ocurre así: uno se está llevando a la cesta unos huevos, un kilo de carne de vaca (el lomo para ser más exactos) y de pronto aparece una rubia de pelo largo al fondo de un pasillo.

Ahí está, caminando lentamente, mirando a las estanterías con detenimiento. Uno se para, deja de comprar por unos instantes, no acaba de agarrar el champú que tenía pensado atrapar y la mira. Ella se va acercando creando una prudente expectación que se desvanece al poco cuando aparece un tipo cuadrado detrás que la rodea por la cintura. Así que uno agarra el champú y se va a comprar unas cebollas.

¿Y esto es Australia? Te dice tu cerebro. Donde esos animados y coloridos australianos que nos encontramos en las gradas de Wimbledon, en los asientos del Open USA? ¿Dónde están esas australianas liberales que cantan al unísono melodías pegadizas y divertidas?

Deben estar en otra parte, tal vez en Australia, le contestas a tu cerebro. Porque lo que es en Port Moresby, en Papúa Nueva Guinea, nos encontramos con un grupo sectario que combina el corte victoriano con el comercial cuando no (una minoría) etílico y hasta pederasta y racistilla.

También claro está, hay australianos estupendos, divertidos, lo que pasa es que se ven poco. Como la chica de la fiesta del primer día, la chica de la gorra.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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