Reseña literaria de ‘American Splendor’ de Harvey Pekar

American Splendor

Yo, que hace tiempo que me aburrí de los sitios divertidos volví a rechazar una noche madrileña atestada de bisbales y garrafones.

Elegí el cine.

Puesto que en Madrid la calidad de vida es un secreto denominado ESPACIO y no hipotéticas playas o palmeras, había comprado mi entrada por Internet con la idea de evitar una cola maratoniana. Uno de este modo obliga a su estado de ánimo desde un lunes o un martes a que le apetezca por orejas ir al cine el sábado. Como cuando hay que bailar y reír en fin de año porque hay que bailar y reír en fin de año. Menos o más.

Entonces, ej lo que tiene: o vas o euros a la basura. Así que impregnado de estas perezas pegajosas de sofá, me despedí con tristeza de mi morada para acercarme al cine Renoir de Martín de los Heros. Objetivo: visionar la peli de Alexander Payne, Entre Copas. “Te va a encantar”, me había dicho una amiga casi saltando.

Pero nada más entrar en la oscura sala, yo sólo pensaba en lo tarde que iba a salir de allí y otras combinaciones neurológicas de inútil traducción. Mientras tanto, mi codo pujaba clásica y absurdamente por ese reposabrazos fronterizo que une (o separa) las butacas en el cine o en los aviones. Ya me entiendes.

Si hay algo que me acuerdo bien de la película es de las carcajadas continuas de un idiota desde prácticamente el minuto uno. Era yo. Reía tanto que tuve que taparme la nariz un par de veces. Supongo que al fin y al cabo tanta hilaridad constituía todo un hito.

Me reía entre otras muchas cosas del contraste formado por el fracasado Giamatti y su embrutecido compañero lascivo, lo que provocó que al final de la peli me convirtiese sobre todo en un acérrimo seguidor del primero. Comencé a perseguirlo, a devorar todos sus trabajos.

Por eso cuando otro día paseaba o me movían mis pies por Martín de los Heros, me introduje sin dudarlo en otra película donde Giamatti volvía a ser protagonista, American Splendor.

El inicio.

Del esplendor. Porque fue Giamatti interpretando a Harvey Pekar, el que me presentó a este creador del cómic (con la ayuda inestimable del gurú Robert Crumb) que daba título al film.

Asquerosos trozos de pizza esparcidos sobre una manta, cerveza caliente derramada en el salón de moqueta.

Que maravillosa es la cutrez.

La cutrez de las cuatro i: ingeniosa, innovadora, imaginativa e inteligente de Pekar unido a un enamoramiento de la ciudad donde transcurre todo, Cleveland, donde no hay nada sino humo (quiero perderme por Cleveland, Cleveland…) hicieron que al poco tiempo tuviese el cómic entre mis uñas: American Splendor, los cómics de Bob y Harv.

Sensación plácida y agradecida. Esa que experimentamos al abrazarnos a una obra comprensible y dinámica donde no tenemos nada que hacer sino disfrutar. Relajado, iba descubriendo la subterránea cotidianeidad del mundo de Pekar: archivista de un hospital de Cleveland y protagonista de sus propias historias, de su propia vida.

Ojo. El ojo de Pekar es un iris ultrarrealista interaccionando con la corriente común y reconocible. Achtung. Sin Tom Cruises salvando el mundo, sin coches deportivos persiguiendo a otros, sin mujeres despampanantes, sin disparos, sin héroes. Nadie vuela.

Somos nosotros.

Nos suenan.

Estas caras las hemos visto antes, convivimos con ellas, las interpretamos a diario.Somos nosotros los que pronunciamos esas palabras. Somos universalmente nosotros.

Los conocemos: están en Cleveland, los hay en Penny Lane de los Beatles. Como universales son también los personajes de Pekar: el gorrón que se presenta en tu casa y te vacía la nevera, el vago encargado de atender las llamadas, el abuelo al que le encanta hablar del pasado, la loca del pueblo, el que llama al tum tum para decir “puta” y colgar, las ancianas conflictivas discutiendo en las colas del supermercado…Rabat, abundan en Usti, miles en Nueva Zelanda, duermen en Budapest.

Gracias al alma. Que hay detrás de cada personaje, dentro de cada viñeta, las historietas se nos introducen por vía intravenosa, abanicándonos con una filosofía erudita tan inconsciente como calculada. Con sabiduría, con precisión, con pura vida; para demostrar al fin y al cabo una gran verdad: todos tenemos algo que decir.

Ahora ya estoy seguro de ello tras haber perseguido a Paul Giamatti. Gracias Paul. Gracias garrafones. Gracias colas maratonianas. Gracias David Bisbal. Muchísimas gracias Don Harvey Pekar.

El autor
Carlos Battaglini

Lo dejé todo para escribir Samantha, Otras hogueras y Me voy de aquí.

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